Era inclusivo

311x233_661370Para los que discutían el carácter inclusivo del “modelo”, la semana trajo malas noticias. A partir del blanqueo se “incluirán” entre nosotros coimeros, traficantes, lavadores, evasores y valijeros, purificados con solo llenar un formulario.

El ministro de Economía, Hernán Lorenzino, anunció la creación de nuevos estímulos económicos destinados a los sectores inmobiliario y energético. Se trata del lanzamiento de dos instrumentos financieros que permitirán “invertir dólares no declarados o traer al país dinero que se mantiene en paraísos fiscales”, afirmó el funcionario. Con diferente collar, el gabinete económico en pleno presentó a los argentinos un perro por todos conocidos: el blanqueo de capitales.
De poco sirve que se lo disfrace de bono de inversión o de cualquier otro activo. Es un blanqueo. Y como todos los últimos que se intentaron en la Argentina, chocará contra la desconfianza de los contribuyentes escondedores. También repercutirá en el cumplimiento de las reglas de juego que se fijen y en la posibilidad de que, una vez más, el gobierno de Cristina pueda violarlas en cualquier momento para su beneficio.
Como si esto fuese poco, los rubros elegidos -Energía y Obra Pública- están hoy bajo investigación nacional e internacional por ser aquellos en los que, con más desparpajo, campea la corrupción de los amigos del poder. Lo más seguro será, y nadie puede dejar de sospecharlo como objetivo final, que el mecanismo terminará siendo un inmenso camino hacia el lavado de dinero proveniente de la corrupción de la que hablábamos. Una forma de convertir en “legal” una suma insospechada de dinero que ha quedado en manos de los socios visibles y ocultos de los negocios K.
No se logrará ningún otro objetivo, además de este ocultamiento y la legitimación de lo robado. No hace falta ser demasiado observador para comprender que todo lo demás es, una vez más, un relato de ficción que parte del supuesto de que su lector (nosotros) tiene tan pocos conocimientos que no se dará cuenta de cuál es la verdadera, obvia y casi grosera intención oculta.

Escrachados VIP

Durante el anuncio del nuevo proyecto oficial de “blanqueo” de dólares, el titular de la AFIP Ricardo Echegaray sorprendió a los periodistas mencionando a los principales imputados en la causa generada por el “Lázarogate”. En alusión directa al escándalo que salpica al Gobierno, el funcionario aprovechó esa referencia para dar un listado de políticos, empresas y empresarios enfrentados con la Casa Rosada; incluyendo a otros famosos que están en la mira de la AFIP y que no podrán insertar dólares en el nuevo sistema que impulsa el Gobierno.
No pueden el señor Lázaro Báez y Elaskar exteriorizar voluntariamente, como tampoco pueden otros empresarios. No puede Lázaro Báez, como no pueden el señor Magnetto ni José Antonio Aranda. No puede Fariña, ni el señor Lunatti, ni Lucio Pagliaro, ni el HSBC. No pueden Francisco de Nárvaez, Eduardo Eurnekian ni Ricardo Fort, ni Botinelli, ni Giordano, ni Susana Giménez, ni Molinos Río de La Plata”, enumeró. “Tenemos una lista larga de personas que están imputadas y que no pueden”, prosiguió el jefe del ente recaudador; funcionarios, al margen. En un pasaje previo, el titular de la AFIP también había aclarado que no podrán “blanquear” sus divisas “aquellos que pretendan exteriorizar sumas de dinero del lavado y el terrorismo, quienes estén imputados o procesados por trata de personas, narcotráfico y terrorismo; todos los funcionarios públicos y sus familiares en todos los niveles y de todos los poderes, nacionales, provinciales y municipales de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial”.
Echegaray estuvo acompañado en la conferencia de prensa por el ministro de Economía, Hernán Lorenzino; la titular del Banco Central, Mercedes Marcó Del Pont; y el viceministro de Economía, Axel Kicillof. También estuvo presente el secretario de Comercio, Guillermo Moreno, quien terminó acaparando la atención de los periodistas ante la evidente molestia de sus compañeros de mesa, que interrumpieron abruptamente la conferencia, convencidos de que las provocaciones del impresentable personaje iban a desvirtuar lo poco de serio que se había planteado hasta el momento.

La Argentina desnuda

El nivel de autoengaño del Gobierno ha llegado a límites impensados. Niega la inflación. Niega el dólar paralelo, al que el mercado le pone el precio que, guste o no guste, se convierte en el real. Niega la fuga de capitales, el crecimiento del desempleo, la parálisis de la inversión. Niega el déficit público, al que dibuja con ingresos provenientes de la inflación y egresos a precios constantes del ejercicio anterior. Niega, en definitiva, todo lo que se le ponga enfrente para negar.
Durante algunos años, esa estrategia le permitió engañar a muchos, sin darse cuenta de que comenzaba a correr el peor de los riesgos: terminó engañándose a sí mismo. Y lo que es peor, terminó comprando el engaño. Pero la realidad es siempre la única verdad. Se la puede eludir por un tiempo, por mucho tiempo, pero jamás por todo el tiempo.
El anuncio de un blanqueo (en honor a Echegaray, debe decirse que fue el único que llamó a las cosas por su nombre) es el reconocimiento de un “hasta aquí llegamos” que pone al Gobierno en la obligación de salir a buscar fondos  como sea, ya que ni las reservas del BCRA (hoy, prácticamente agotadas en el líquido) ni los fondos de la saqueada ANSES son suficientes para resolver un gasto público que se recorta de a centímetros pero que la inflación hace crecer de a kilómetros.
El resultado de las medidas no puede ser más que malo. Para que un blanqueo sea exitoso, debe existir sobre todo confianza en el “blanqueador” que lo lleve a declarar lo que por algún motivo escondió hasta ahora. Salvo, por supuesto, aquellos que guardan millones de dólares provenientes de diferentes actividades ilícitas (drogas, contrabando, corrupción oficial, coimas) y que encuentran en el blanqueo la posibilidad de convertir lo mal habido en dinero de curso legal.
Una situación, entonces, que solo sirve para despertar más sospechas. Y también para acentuar la sensación de fin de ciclo; a la que se suma la evidencia de un retiro que, por el momento calendario en que ocurre, parece tal vez anticipado.
A buen entendedor, pocas palabras.