Metiendo el perro

Reapareció Cristina, y lo hizo en estado puro. Cuesta entender que haya quien se sorprenda por todo lo que rodeó la vuelta de la Presidente al centro de la escena, como costaba entender a aquellos que esperaban una cosa distinta.

Si algo ha caracterizado al personaje desde sus tiempos de legisladora, es esa capacidad de ser siempre idéntica a sí misma y hacer de ello una forma de mostrar y, también, de esconder sus cartas.
Como legisladora no se le recuerda un solo discurso que no estuviese plagado de tonos altisonantes o perfiles de denuncia. Su voz alzada, sus afirmaciones terminantes y su perfil de “niña terrible” la distinguieron en cada sesión y en cada debate. Aunque, al fin, acompañase con su voto aquello que “parecía” rechazar.
Porque si algo más ha integrado de manera constante su capital humano fue el doble mensaje, siempre más atento a la repercusión mediática que a la esencia de las cuestiones. Y nada varió durante su gestión presidencial.
Cristina siempre dice una cosa y hace otra. Sostiene un mensaje progresista y toma medidas que podrían sonrojar al conservador más recalcitrante. Descalifica la década menemista y concentra el poder económico en sus amigos, con un desparpajo que ni el propio riojano se atrevería a igualar. Inaugura trenes que nunca parten, rutas que nunca serán transitadas, casas que esperarán por siempre su edificación, planes universales de un universo acotado y para pocos, bienes y servicios de fácil acceso para los más humildes que jamás aparecerán en una góndola, luchas contra el capital internacional que languidecerán en oscuras negociaciones que nadie conocerá jamás.
Cristina, como Alicia, pretende el País de las Maravillas. Pero a diferencia de la joven heroína del cuento infantil, nuestra madura protagonista no lo vive, lo imagina.
La Cristina que nos presenta a Simón, que ubica al perro en una gesta inexistente de un lugar inexistente (¿nadie le informó que Carabobo no es un lugar de Ecuador sino una localidad venezolana?) y pone como centro de preocupación ciudadana a su salud por sobre la inseguridad, la inflación, la falta de trabajo, la corrupción y otras menudencias, es solo un personaje metafórico que vino a informarnos que el 27 de octubre no existió; o lo que es más claro, no existió para ella.
Concede cambios ministeriales inevitables, pero se preocupa por dejar en claro que solo se trata de enroques funcionales y que todo seguirá como hasta ahora. Que se continuará en ese otro doble mensaje grave, costoso, increíble, que consiste en profundizar un modelo que jamás existió.

Los cambios ministeriales

Pero como los hechos valen más que mil palabras, los cambios en el Gabinete terminaron por consolidar la idea de que nuestra singular Mandataria no quiere, no puede o no sabe reconocer el deseo de cambio de la sociedad.
Si la dejaban, Guillermo Moreno recién se hubiese ido en marzo. Para ese momento están previstos un nuevo ordenamiento ministerial y la segunda parte de un durísimo ajuste que se iniciará el próximo mes con la caída de subsidios fundamentales para el nivel de vida de la población, tales como el que se otorga al consumo de gas, de luz y al transporte.
Esa caída será parcial hasta el inicio del otoño y se convertirá en plena para entonces, encareciendo esos servicios por arriba del 100%. Sin embargo, la desmedida señal negativa de los mercados y la exigencia a coro -y por diferentes motivos- del nuevo Jefe de Gabinete y del flamante Ministro de Economía la obligaron, el miércoles por la tarde, a dar marcha atrás y adelantar la salida del resistido funcionario.
Capitanich, que se siente ahora presidenciable, no quería ser la cara visible de una administración que siguiese marchando al compás de los delirios morenistas. Y Kicillof, que se ha quedado con Economía, el Banco Nación y el Banco Central, decidió abandonar su antigua alianza con Moreno y sacarse de encima a alguien que con sus dislates genera conflictos permanentes, en un momento en el que se trata de mover las aguas lo menos posible.

Cristina ha perdido manejo y poder.

Fueron algunos de sus nuevos funcionarios quienes le marcaron la cancha en cuanto a la presencia de ése y otros colaboradores. Los mismos que le exigieron que el paulatino ostracismo de Amado Boudou se convirtiese lisa y llanamente en una patada en el trasero que lo alejara rápidamente del entorno de Balcarce 50.
Por diferentes motivos (e intereses), muchos de los que han quedado junto a Cristina suponen que la eyección de Moreno y Boudou puede alcanzar para que la sociedad crea en un cambio de actitud, que realmente no existe ni está en la toqueteada cabeza presidencial.
Por el contrario: ajena a estas formalidades de los nombres malditos, la  “Jefa” se concentró en colocar a los amigos de su hijo Máximo en todos los resortes de poder de las áreas reformuladas.
A pesar del rechazo de la población a esa mezcla rara de trosko-yuppies llamada “La Cámpora” (rechazo que estuvo muy presente el 27 de octubre), la agrupación de niños terribles y ostentosos sale exageradamente fortalecida de esta zaranda. Tienen el BCRA, el Nación, Economía (Kicillof es, aunque lo niegue, parte de ellos), Aerolíneas, YPF, la Casa de la Moneda y casi con seguridad el INDEC y la Secretaría de Comercio dejados por Moreno.
Tienen, en definitiva, la Argentina y todos sus resortes decisivos. Y todo bajo el amparo de la Presidente “coloquial” que juguetea en cámara con su simpático Simón, el perro bolivariano.
Más de lo mismo en todo, en su relación con la realidad, en su autosuficiencia ante la gente y en la continuidad de políticas a las que la población rechaza pero ella no está dispuesta a cambiar.
Reapareció Cristina, y todo está como era entonces.