Sarmiento: observador de la política norteamericana

El 11 de septiembre, a 130 años de su fallecimiento, recordamos a Domingo Faustino Sarmiento, presidente, gobernador, diplomático militar, político, periodista y educador, pero por sobre todas las cosas educador, ya que en todas las funciones que le tocó actuar en su gestión predominó el educador.

Dio a la educación tal primacía que en la Conferencia Interamericana de Educación, integrada por educadores de toda América, celebrada en Panamá en 1943, se estableció el 11 de septiembre como el Día del Maestro y en su figura se corporizó el homenaje a todos los maestros de América.
Su figura adquiere hoy una relevancia sobresaliente, dado que nuestro país atraviesa momentos difíciles donde los valores éticos y morales están en crisis y la educación es desatendida y maltratada. Por estos motivos bien vale recordarlo, ya que luchó contra la barbarie, a favor de la civilización y lo hizo a través de la educación y la pluma.
Sarmiento, quien nunca deja de asombrarnos por su percepción, buen juicio e infinita vocación por educar, ya que la carta inédita que hoy exponemos a ustedes, conservada por un coleccionista privado, resulta ser una clase más de educación democrática, hoy tan relegada en nuestra educación.
Sarmiento visita por primera vez los Estados Unidos en 1847. Permanece dos meses y medio durante los cuales recorrió Nueva York, Boston, Albany, Pittsburgh, Filadelfia, Baltimore, Washington, luego visitó las ciudades canadienses de Montreal y Québec, y por último Cinncinnati y Nueva Orleáns.
Su espíritu inquieto, su voraz necesidad de saber e investigar lo llevaron a ver lo bueno y lo malo de los Estados Unidos. Casi veinte años después, en 1865, fue designado embajador argentino ante el gobierno norteamericano. Llegó precisamente cuando había terminado la guerra de secesión y comenzaba la reconstrucción de la nación. Tres años permaneció Sarmiento en su destino diplomático, así se convirtió en testigo de los trascendentes acontecimientos que se iban a producir.
El norte triunfante trataba de concretar los tres propósitos que lo habían llevado a la guerra: unión, libertad y democracia. La primera había quedado resuelta en favor de los nacionalistas y asegurada definitivamente, la libertad había sido consolidada, dado que había acabado la esclavitud. El tercer objetivo, la democracia, es decir, el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, se había preservado.
El costo de la guerra había sido colosal y sus consecuencias económicas y sociales afectarían de manera muy profunda a la conformación inmediata de la nación, ya que había provocado una concentración mayor del poder económico como jamás habían representado los intereses esclavistas.
Esto motivó a que John Marshall Harlan, magistrado de la Suprema Corte, recordando años después ese período, reflexionara: “Por todas partes había en la gente un sentimiento de profunda inquietud. La nación se había liberado de la esclavitud humana, pero existía la convicción general de que el país estaba en grave peligro de otra forma de esclavitud: la esclavitud que resultaría de la concentración del capital en manos de unos pocos”.
Sarmiento, ese profundo y sagaz observador, comprendió con admirable claridad el momento que le tocaba vivir. Su natural y agudo talento periodístico, su capacidad de síntesis, lo acertado de sus conclusiones hoy podemos comprobarlas en la carta que publicamos 140 años después de ser escrita.
Veamos antes quién fue Diego de la Fuente, a quien Sarmiento dirige dicha carta. Médico nacido en Pergamino, provincia de Buenos Aires, en 1834. Se graduó de doctor en Medicina en 1858, se desempeñó como cirujano en los hospitales de Corrientes durante la guerra del Paraguay. Luego de ocupar diversos cargos públicos, durante la presidencia de Sarmiento el doctor Vélez Sarfield como ministro del Interior lo encomendó como superintendente para dirigir la organización y confección del primer censo de la población de la República en 1869. Posteriormente Sarmiento le encargó el proyecto de colonización. Varias veces senador provincial, diputado nacional, miembro del Consejo General de Educación, miembro del Congreso Pedagógico, viajó por diversos países. En 1884 tuvo a su cargo la dirección de la Oficina de Tierras y Colonias. Importantes fueron los servicios que prestó a la nación. Falleció en Buenos Aires en 1909. Un aparte a destacar fue la larga y amigable relación que mantuvo con Sarmiento.

Ahora si vayamos pues a la carta:

“Señor D. Diego de la Fuente.

Mi estimado señor y amigo:

Deseando llenar cumplidamente su deseo siento no encontrar algo escrito que pueda con más detalle informarle sobre la organización de los partidos norteamericanos. Le diré lo esencial.

Hay actualmente dos grandes partidos demócratas y republicanos que son transformaciones de otros con varios nombres.

Sostienen los primeros los derechos de los estados y las tarifas bajas, los segundos, más poder estatal y tarifas altas. Los demócratas se dividieron durante la guerra en demócratas de la guerra que sostenían con los republicanos la integridad nacional. Los demócratas de la paz sostenían o simpatizaban con la revolución del sur y la esclavitud como un derecho de estados. Después de la guerra los republicanos apoyaron los derechos políticos de los negros. Las violencias de estos en el ejercicio del poder trajeron una reacción a favor de los blancos, y estas simpatías de base separaron del partido republicano a muchos, engrosando las filas demócratas. El desorden de la administración de Grant en materias pecuniarias también influyó en aquel movimiento. Aun sin eso debo añadir que el partido demócrata ha sido siempre muy fuerte; y hoy es igual en fuera al otro.

Según las últimas noticias, Hayes, presidente republicano, está haciendo concesiones al otro partido, sin duda para no hacer imposible una reelección, o una elección legal y legítima.

Los estados en sus cuestiones internas tienen las mismas divisiones que las nacionales, pero como las elecciones son reales y por distritos, resultan siempre mayorías y minorías de un mismo estado en la representación nacional entre republicanos y demócratas y los mismos gobernadores.

La filiación de los partidos es tan reconocida que en las sesiones del Congreso, al nombrar el orador se le añade al publicarlas republicano o demócrata.

Para proceder a elecciones generales en toda la nación tienen ciertas reglas, pues en la vida ordinaria la sostienen los diarios. Cuando se acerca la elección de Presidente, a más de la propaganda por oradores que recorren la nación, se convoca a una gran Convención del partido, para nombrar Presidente o candidato de partido. Los republicanos exigen dos tercios de votos para declarar al nominado; los demócratas, la mayoría simple. De cada estado concurre el doble de sus representantes al Congreso. He presenciado una de estas asambleas. Se inscribe un nombre en la pizarra y se vota en silencio por bolas blancas y negras. Si no tiene mayoría, se inscribe otro, y así varios hasta se vuelve al primero contando con que pueda reunir los votos dispersos, elecciones hizo así el partido demócrata en 1867 hasta nombrar al peor de todos, a saber, el que más resistencias suscitaría en el partido dominante y que salió en efecto por el pueblo, que no querían llevar reacción al extremo.

Los hombres públicos en funciones toman parte en los trabajos electorales. La policía vota en las comisarías, siéndole prohibido solo a sus empleados tomar parte de los trabajos y propaganda preparatoria.

Por experiencia propia, estoy seguro de que no se trata de parcialidad a la policía cuya fuerza reprime enérgicamente el desorden.

Este es el sistema americano. La experiencia y sucesiva viene revelando sus terribles inconvenientes; y se piensa para atenuarlas hacer directa la elección de Presidente. La verdad es hoy que el pueblo no elige Presidente, sino que los politician (1), es decir, los que manejan los títeres imponen un candidato. Algo parecido a lo que aquí tenemos, que el candidato a Presidente está de años atrás designado con lo que se llama el Jefe del partido.

Allá no está designado de antemano, no es por eso seguro que sea el que desea la mayoría del partido, si se dejase votar a cada uno, según su voluntad y su juicio.

El resultado de esa práctica en que los politician que crearon un Presidente se creen con derecho a los despojos, y a participar de los grandes empleos y de ahí viene la corrupción administrativa, y el mayor encono de los partidos. Dícese que Grant no estuvo libre de esta tutela y que los desórdenes que ocurrieron en su administración provenían de esta causa.

En todo caso, creo que las instituciones peligran en los E.E.U.U. si no se busca remedio al mal.

En la Revue des Deux Mondes, hubieron artículos de Molinari y otros que dan luz sobre la organización de los partidos, aunque esté hecha con severidad, y en muchos casos con injusticia, pero el sentimiento público empieza a condenar precisamente la organización que han dado, sometiendo toda divergencia de opinión a asegurar el éxito por el mayor número de votos.

También se proponen corregir la Constitución alargando el término (6 años) y prohibiendo la reelección. La aparición de las huelgas de los asalariados presenta otro peligro, pues temen que por el voto del mayor número de los asalariados, se apoderen estos de la representación dejando a un lado los viejos partidos políticos.

Si estas pobres indicaciones no llenan el objeto de su carta, que sirvan al menos para mostrarle mi deseo de complacerlo con lo que suscribo.

Enero 5 1878

Su Affino señor

D. F. Sarmiento”

(1) Politician: Político, politicastro, politiquero (aclaración actual del término)