Un balance desparejo

El año deportivo transcurrió lleno de claroscuros en el país. Algunas confirmaciones, pocas consagraciones, varias derrotas y final de ciclos marcaron la tónica de un tiempo irregular.

Como nunca antes en la historia moderna el deporte nacional por excelencia se vio en este período avasallado por el interés político. La utilización propagandística de las transmisiones de Fútbol para Todos, además de enfurecer a demasiada gente, puso en el tapete una vez más aquella perversa relación entre deporte y política de la que tanto se ha escrito y por la que tan poco se ha hecho. Desde la antigua Roma y hasta nuestros días el “pan y circo” ha sido una exitosa forma de manipulación de la que pocas veces puede alejarse el pode, sobre todo cuando se constituye en un fin en sí mismo. Pero… ¿qué pasó mientras tanto con la esencia misma de la cuestión, que no es otra cosa que el juego?
No fue un año bueno para el fútbol argentino. No puede hablarse de un crecimiento aunque a nivel de selección mayor podamos observar cierto afianzamiento en el juego y sobre todo la aparición, por fin, de un “equipo titular” que, de a poco, la gente comienza a recordar de memoria.
La selección despierta, y con razón, creciente entusiasmo. Con un Leo Messi que ha dejado atrás definitivamente las dudas –propias y ajenas- y se convierte en el líder natural del conjunto nacional, las cosas parecen tomar un plus que pocas veces le toca a un equipo: tener en sus filas al mejor del mundo y, además, tenerlo en un nivel de tal.
Messi es ejemplo de liderazgo sin estridencias; no necesita la vieja pose de caudillo o los dientes apretados para influir sobre sus compañeros. Como una paradoja de la tragedia argentina, el rosarino destaca por eficiencia, se impone por talento y es seguido por transmitir a todos la gran ventaja de hacer las cosas mejor que nadie. Messi hoy nivela hacia arriba. Algo tan poco usual en el país.
No todas son, sin embargo, rosas en el representativo nacional. Una defensa aún llena de dudas y un mediocampo que no logra equilibrar su ritmo con el vértigo del poderoso tridente ofensivo hablan a las claras de la necesidad de tiempo y trabajo para lograr funcionamiento.
Pero la materia prima está, la idea comienza a encarnar –aunque más no sea en resultados, lo que por ahora no es poco- y la seriedad y sobriedad de Sabella auguran que, por fin, el fútbol (y sólo el fútbol) ocupa el centro de la escena.
A nivel local todo es diferente. Improvisación, cortoplacismo, efímeros estrellatos, escándalos, caprichos, violencia descontrolada, falta de transparencia, arbitrajes de una baja calidad jamás vista antes, jóvenes estrellas que emigran abrazados a los dólares con apenas un par de partidos en primera, “millonarios prematuros” que también rápidamente ven deteriorada su condición de deportistas, dirigentes incapaces de balances deficitarios, estadios superados en el tiempo y tantas otras cosas que parecen haberse instalado para siempre.
Unos pocos ejemplos que no logran esconder la realidad y que se concentran apenas en la clásica seriedad institucional de Vélez, la cada vez menos novedosa de Lanús o el esfuerzo solitario del presidente de Independiente son muestras rescatables pero insuficientes de lo que debería ser. Y que por supuesto jamás alcanzarán a neutralizar los desmanes que desde el poder político, el institucional y el de cada club bajan amenazantes sobre una actividad que va perdiendo su esencia hasta el punto de hacer que ya muchos se pregunten si el precio de violencia y corrupción que debe pagarse justifica su continuidad.
A nivel local las cosas no son muy diferentes. La absurda organización de los torneos propios continúa adelante sin que a nadie se le caiga una idea frente a la brutal indiferencia general entre la que se mueve (?) el fútbol marplatense.
Nuestros representantes en los torneos que organiza la AFA siguen flotando a la espera de una racha de suerte, una decisión iluminada o la aparición “milagrosa” de algún elemento desequilibrante. Nada parece ser resultado de un trabajo a largo plazo y nada parece sustentarse en una idea que cuente, a su vez, con el apoyo institucional de una Liga ciertamente abocada a otros menesteres.
No son entonces clubes representativos de la ciudad. Son solamente clubes. Dependiendo siempre se sus propios aciertos u errores. Y mientras nada pasa en la ciudad y muy poco en el país futbolero, el mundo transcurre un tiempo de cambio tan intenso como intensa es la actividad en el concierto de los negocios internacionales.
Estructuras que se acomodan a los nuevos tiempos para poder sostener giros millonarios; estadios que se modernizan para dar mayor comodidad y seguridad a los socios, clubes que equilibran sus balances para no ser alcanzados por penalidades que en otros escenarios se aplican sin miramiento y el armado de verdaderos holdings económico-financieros para optimizar los rendimientos líquidos de algo tan convocante como el fútbol están mostrando a las claras que en esto, como en tantas otras cosas, Argentina se ha quedado medio siglo atrás.
Y como en tantas otras cosas seguimos esperando que el talento (y sólo el talento) ocupe el lugar que debe compartir con la constancia, el esfuerzo y el proyecto. Cosas que en el balance de este año han estado totalmente ausentes del fútbol argentino.

 

Ganó la violencia…

…y por goleada. En todas las divisiones y en todos los ámbitos. Frente a una dirigencia a veces cómplice y siempre deplorable en su calidad los dueños de la sinrazón culminan otro año pleno de “logros” que se miden en muertes, gente herida, partidos suspendidos y estadios destrozados. Convertidos ya en dueños del fútbol los “barrabravas” dejan atrás otro período en el que nos avisaron a todos que ellos hacen lo que quieren y cuando quieren. Protegidos y financiados por el poder político y gremial argentino, estos delincuentes avanzan cada día en la construcción de un poder paralelo que asegura el peor final para el fútbol argentino. Es que mientras en muchos países del mundo se combate con éxito este tipo de fenómenos, en el nuestro se potencia su actuación a cambio de “lealtades” partidarias que se expresen en aprietes y extorsiones. Así son las cosas y, lamentablemente, poco y nada puede esperarse de bueno en el año que se inicia.

Una esperanza

Javier Cantero está solo en su lucha contra los violentos y seguirá estándolo más allá de algunas pocas declaraciones de compromiso. Con su sentido común y su coraje vino a poner en evidencia miserias muy graves que azotan al fútbol argentino. Y ya ganó. Más allá de lo que ocurra en el futuro. Porque nada volverá a ser igual después de Cantero.

El valor de la palabra

Guillermo Barros Schelotto seguramente sueña con dirigir a Boca; pero tiene un contrato con Lanús. Y cuando los dirigentes xeneizes, tan acostumbrados al poder del billete, anunciaron que irían por los servicios del ídolo, el mellizo les avisó que aún quedan personas que cumplen con aquella palabra empeñada. Y se quedó en el Sur.

por Florencia Cordero

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