Un párroco argentino a las puertas de Mosul

“Mientras haya gente que le compre el petróleo al Estado Islámico y la ONU no investigue quienes son, esta guerra no terminará”, señala el misionero.

luis-MontesEl padre Luis Montes reconoce que tiene un arrebato, una pasión desmedida llamada Irak. “Hay tanta gente buena y necesitada. Acá me siento como en casa. Estaré hasta que me den las fuerzas”, admite el misionero argentino en conversación con EL MUNDO.
Es primera hora de la mañana en Erbil y este hombre bonachón y hablador relata su periplo por un país despedazado por la violencia al que llegó a finales de 2010. “Estuve cinco años como párroco de la catedral de rito latino de Bagdad y hace algunos meses me mudé a Erbil”, explica quien se ha propuesto levantar la primera iglesia católica de rito latino en la próspera capital del Kurdistán iraquí, el último refugio de los castigados cristianos de Irak.
“Los cristianos de Mosul no quieren regresar a casa. Fueron sus propios vecinos quienes les traicionaron. En cambio, los cristianos que residían en los pueblos de la provincia de Nínive sí desean volver pero no sé cómo lo van a hacer. Aunque haya comenzado la ofensiva, no está claro lo que vendrá después“, arguye este argentino prendado del carácter de “un pueblo mártir”.
“Cuando visito los campamentos de desplazados cristianos en Erbil, veo algo similar a lo que observaba en los campos de Bagdad. Son -detalla- lugares donde humanamente tendría que dominar la desesperación pero no es el caso. En los campamentos iraquíes hay más alegría que en las calles de las ciudades europeas. Es gente que lo ha perdido todo pero que vive en paz”.
Curtido en el mundo árabe tras más de un lustro en tierras egipcias, Montes sostiene que recomponer los lazos que destrozó la irrupción de los yihadistas es un camino tortuoso y remoto. “La guerra continúa. Los pueblos que fueron recuperados con ayuda de las milicias chiíes han sufrido su ira y su venganza. Hay un problema muy serio. El cristiano, aunque a veces no lo haga, al menos predica el perdón y lo intenta. En el islam no existe el perdón. La ley es ojo por ojo, diente por diente. Es atentado por atentado. Un grupo siente que ha sufrido una injusticia y está obligado a hacer sufrir al otro. Con ese pensamiento no se puede llegar a la paz. El perdón es la única acción capaz de cortar ese círculo de violencia”, argumenta el párroco, que en los últimos meses ha formado a seminaristas caldeos.

Ningún país actúa por el bien de la zona

Preocupado por la desconfianza entre credos, Montes rechaza los guetos que crecen en el callejero de Erbil. “Algunos cristianos proponen que se haga un lugar solo para los cristianos pero es una alternativa engañosa. Serán una isla pequeña en un mar peligroso. Y, en cierto modo, en el futuro resultará más fácil atacarles. Renunciar a la convivencia entre cristianos, musulmanes y yazidíes es renunciar a una paz fundada en sólidas bases”, asevera el misionero, consciente -sin embargo- del tablero que mece el convulso Oriente Próximo.
“Es – replica- una zona demasiado importante desde el punto de vista geopolítico. Todo el mundo se inmiscuye. Hay presiones de Irán, Arabia Saudí, Rusia, Estados Unidos o la Unión Europa y ninguno hace lo que hace por el bien de la zona.
Los líderes internacionales que declaran que libran esta guerra por el bien de los sirios o los iraquíes no pueden ser tan mentirosos. Están pensando en sus propios intereses. Los desastres cometidos en Irak lo prueban. Destruyeron este país y están destruyendo Siria. Y mientras haya gente que le compre el petróleo al Estado Islámico y la ONU no investigue quienes son ni se interrumpa el envío de armas, esta guerra no terminará”.
Desde las trincheras de Bagdad –“una ciudad sitiada donde las bombas ni se comentan”-, Montes ha sido testigo del interminable éxodo de una de las comunidades cristianas más vibrantes de la región. “Solo quedan entre 200.000 y 300.000 fieles. Es una minoría realmente muy pequeña. En 2003 eran millón y medio. En países como éste no cuenta la protección de la ley sino la del clan. Por eso, cuantos menos cristianos permanecen, más desprotegidos se hallan. Algunos cambiaron de barrio en Bagdad o huyeron al norte pero están cansados. Ya ni siquiera quieren residir en un país árabe”.