Gotas que colman vasos

La inseguridad | La delincuencia no cesa, y la sociedad intenta ahora probar con un juicio por jurados que ponga el sentido común como parámetro a la hora de determinar inocencia o culpabilidad. Sin tecnicismos, sin conocer el código, los ciudadanos comunes buscarán una solución. ¿En Mar del Plata?

Un innovador proceso de juicio por jurados determinó en las últimas horas la inocencia del carnicero, el mismo que había perseguido y atropellado a quien lo había robado hacía instantes. El resultado mostró otra cara del proceso, que quizá se relacione con la empatía, más allá de lo estrictamente técnico.

La abogada Liliana Pérez fue una de las impulsoras a nivel local del juicio por jurados, y advirtió en la 99.9: “no debería ser electivo, sino obligatorio para ciertos tipos de delitos”. Explicó que la diferencia principal tiene que ver con la posibilidad de aportar un punto de vista humano, la perspectiva de los hechos que tiene la sociedad misma, tan diferente a la que los jueces y fiscales le imponen en ciertos casos: “lo que tiene el jurado de distinto en la apreciación del juicio técnico es que puede apartarse de que la prueba sea de una manera determinada. Juzgan más que nada los hechos con sentido común, que no está mal. Resuelven culpabilidad o inocencia, y punto”, agregó.

La sociedad marplatense es una de las más sensibilizadas al respecto, y conoce de memoria la trayectoria de una serie de delincuentes reincidentes, que la justicia no encuentra la manera de neutralizar. Algunos juicios han fracasado estrepitosamente por impericia de los fiscales, a los que los abogados sacapresos desarman fácilmente gracias a problemas técnicos dignos de un estudiante de Derecho. Otros permanecen siendo imposibles de encontrar para las fuerzas de seguridad, que los busca siempre en el sitio donde ya no viven, cuando los aguantaderos de ladrones casi que se publican en los diarios. Otros, los más, salen de prisión gracias a circunstancias que la ciudadanía común no termina de comprender. La gente dice que los ladrones tienen puerta giratoria, que entran por una puerta y salen por la otra, y por más que la jurisprudencia se esmere en dar explicaciones técnicas, esta misma semana resultó desbaratada una banda de connivencia con delincuentes que incluía a un juez y a un fiscal. ¿A quiénes les habían firmado la libertad los hoy detenidos? ¿A cambio de qué?

El Homero

Con este apodo se conoce en el ámbito de la justicia a un joven que comete delitos desde su juventud, y cuya historia delictiva está marcada también por la impericia de quienes debieron haber neutralizado su accionar delictivo mucho antes, de manera tal que su prontuario hubiera tenido muchos menos cuerpos de los que hoy ostenta. El Homero aparece en las crónicas policiales con su nombre real, Cristopher Emanuel Pérez, de 25 años, a quien —por ejemplo— se le secuestró una pistola FM Browning HI-Power 9 mm con cargador colocado, cartucho en recámara y cargador con 13 cartuchos del mismo calibre, 9 con punta teflón y 5 punta tronco cónica, encamisados. Sucedió en ocasión de un allanamiento domiciliario de la calle Calabria durante el año pasado, en respuesta a una denuncia por violencia doméstica, según rezan las actas, cuando ya cualquier lector sabe que esa terminología ambigua se ha dejado en el olvido. El Homero resultó detenido por tenencia ilegal de arma de guerra y munición de uso prohibido.

El allanamiento tiene fecha de 2017, por eso cuesta creer que —como se ha filtrado en ciertos trascendidos— sea el mismo que protagonizó un robo a un remisero, y hasta amenazó con un arma a una joven con el fin de robarle una moto. ¿Era El Homero? ¿Estaba libre? ¿El frondoso prontuario no había salido a relucir otra vez cuando le encontraron el arma mencionada durante el allanamiento a su casa? Sobre todo porque El Homero ya venía cometiendo delitos desde su juventud. Se lo había investigado en 2012 por un homicidio en ocasión de robo, cuya víctima fue Jorge Mariezcurrena. Con intervención de la U.F.I.J.E. 4 a cargo de Andrea Gómez, se supo que el conductor de la moto en que se trasladaban los delincuentes era Jonathan Jeremías Colazo, posible autor material del hecho, quien tenía “relaciones delictivas” con Cristopher Pérez, El Homero, por lo cual la policía comenzó a investigar si había sido él el segundo asaltante que venía en la misma moto.

Este hecho se conoció como el crimen de la calle Friulli, y conmocionó a la ciudadanía porque el comerciante murió desangrado a partir de un disparo en la pierna que afectó la arteria femoral. Pero el hombre no se había resistido, según indicaron los numerosos testigos que identificaron la moto, aunque no pudieron concretar datos sobre la fisonomía de sus ocupantes.

El penal

Cristopher “El Homero” nunca fue identificado como autor del hecho, pero unos días después se lo detuvo acusado de una tentativa de robo calificado, y se secuestró una pistola calibre 9 mm en su poder. También se le adjudicó otro homicidio, el de Julio César Querázar, con injerencia de la fiscalía 5, a cargo de Mariano Moyano.

Entonces se llevó a cabo la pericia comparativa de las cápsulas levantadas en el lugar del crimen de la calle Friulli con las de la pistola secuestrada al momento de la detención, y el resultado fue positivo. Hasta ese momento, el único dato que tenía la justicia era que la pistola que tenía Pérez era la misma que había matado al comerciante, y que él se conocía con el conductor de la moto, pero ninguna prueba material lo ubicaba a Cristopher en el momento del crimen.

Pero Pérez estaba preso, y esa hubiera sido la ocasión para que el Estado se pusiera en marcha, y se iniciara un verdadero proceso, no sólo para el efectivo complimiento de la pena que se impusiera, sino además para lograr convertir esta historia delictiva precoz en otra vida posible. Resulta que el Estado falló otra vez: el interno —entonces de 20 años— se fugó durante una madrugada de la Unidad Penal 15 de Batán.

El fiscal Marcos Pagella confirmaba ante la prensa que Cristopher Pérez, alias Homero, estaba preso acusado del homicidio del comerciante Jorge Mariezcurrena, cuando no era así: “El Homero” había sido acusado de otro crimen y de una tentativa de robo. El crimen del comerciante de Friulli no sumaba a su prontuario por falta de pruebas.

Las primeras informaciones señalaban que el interno había forzado un barrote de una entrada de luz de su celda, que había ganado los techos de la unidad y luego de superar algunos muros, se había escapado. Para la gente común, es absolutamente imposible escapar de la cárcel de Batán sin ayuda, escalar semejantes muros y traspasar puertas de seguridad. Se trataba de un chico de 20 años, con una experiencia delictiva que no lo convertía en cerrajero. Sonaba mal.

Ya en ese momento las excusas fueron muchas: que había un partido de fútbol y todos estaban distraídos, que había un corte de luz que afectó los sistemas de seguridad, que no sé cuántas coincidencias más. Lo cierto es que la falla de seguridad hizo que la vida de Homero terminara de definirse: quien era hasta ese momento un delincuente juvenil se terminó de completar como un prófugo de la justicia, con todas las consecuencias que eso acarrea. A partir de allí, todo fue para peor. Nadie pudo con Homero cuando tenía 20. Imaginemos ahora.

Lo cierto es que la justicia no sabe ya qué inventar para contrarrestar lo que parece no tener solución. Un puñado de pibes resulta ser la clave de la delincuencia local sin fin, cuando no hay fiscalía ni magistrado que sepa qué hacer con ello.

Ahora se intentaría el juicio por jurado, que según cree la abogada que lo propició, se hará cada vez más importante: “es un germen que está creciendo, y puede ser una forma de que la sociedad madure. En algún momento, eso llevará a que uno también pueda exigir como sociedad otra respuesta. Se podría juzgar siempre con el sentido común”.

En el caso del carnicero específicamente, se utilizó como estrategia de defensa la emoción violenta retardada. Dijo Pérez: “es la gota que colma el vaso”, comparó. Luego abundó: “son cosas que se van acumulando y que uno guarda hasta un momento de explosión que lleva a tomar ciertas actitudes, a veces sin que el hecho final sea tan grave. Es una reacción violenta que no le permite a la persona controlar la situación. El jurado también padece este tipo de situaciones y es víctima de las mismas agresiones que el imputado en hechos de inseguridad, por eso se falla de una manera distinta a lo estrictamente técnico”. ¿Venganza en vez de justicia?