Impacto

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Contaminación en la ciudad | Los grandes buses que traen contingentes de turistas desagotan sus baños químicos en la vía pública. Se trata de un verdadero impacto en el ambiente que amenaza la salud de la población cada año, y aumenta peligrosamente. Nadie parece escuchar estos reclamos. La zona de La Perla es un gran vaciadero.

Los informes oficiales anuncian las cifras esperables: 2.000 vehículos por hora en la Autovía 2. No es posible que sean menos, a juzgar porque Mar del Plata recibió, en enero del año pasado, cerca de un millón y medio de turistas, una cifra levemente superior a la del mismo mes del año 2013. Se puede decir que aquella fue una “buena temporada”.
Entre el 1 y el 26 de enero pasado ingresaron a la ciudad 1.228.717 turistas, a razón de 47.258 por día, según informó oportunamente la dependencia municipal. Estos son los números que todos están esperando.
En la segunda quincena de enero de 2013, que fue mejor que la primera, los hoteles de mayor categoría estuvieron al 95% de su capacidad durante los fines de semana, según indicó el presidente de la Asociación Hotelera Gastronómica, Eduardo Palena. Durante los días de semana bajaron al 85%, una merma que de acuerdo con los operadores del sector está relacionada con la preferencia a hacer “escapadas” de fines de semana.
En el último de enero, el promedio de ocupación en los hoteles fue del 90,16%, detalló Turismo. “Hablamos de un índice global, que incluye alojamientos de todas las categorías“, aclararon en el área comunal.
En aquel momento, el presidente del Colegio de Martilleros, Miguel Ángel Donsini, aseguró que la primera quincena de enero de 2014 había sido parecida a la de 2013. La segunda repuntó, y hubo un buen nivel de alquileres de casas y departamentos.
¿Qué hay que esperar entonces? Por supuesto, cifras que se equiparen con las anteriores, y que generarán en la ciudad un impacto al cual sus habitantes están acostumbrados. Lo que nos deja el turismo es, por una parte, un fluir económico que representa uno de los motores más importantes de la producción local. Pero además, hay otro impacto, el que no se mide, el que no se controla, porque la gestión comunal parece no atenderlo: contaminación.
La contaminación de unas playas públicas que nadie limpia, porque la higiene atañe al sector privado de balnearios. En el sector costero la basura se amontona, y la que desaparece se la lleva el mar. Contaminación de las calles, donde la basura termina tapando las bocas de tormenta cada vez que llueve. Contaminación visual, porque el espacio se llena de vehículos de gran porte que estacionan donde les queda más cómodo, obstruyen en tránsito y el cruce de peatones. Contaminación.
Mientras tanto, el intendente ha creído que la polución visual solamente estaba relacionada con la cartelería aérea de los comerciantes locales, y se ha dedicado a obligarlos a todos a reinvertir en nuevas marquesinas. Nada más.

Insistencia

Un vecino de la ciudad, Victorio Malaguti, lleva tres años de reclamos a partir de haber comprobado esta realidad dolorosa: más allá de los servicios de micros comerciales que llegan a la terminal, arriban a la ciudad infinidad de buses particulares con contingentes de turistas, que no tienen un espacio prefijado por la municipalidad para su estacionamiento y el desagote de baños públicos. Por eso, hacen ambas cosas en la calle. Propiamente en la vía pública. Arrojan allí sus residuos de los baños públicos, que siguen el tránsito del desagüe pluvial y llegan, con el tiempo necesario y la emanación de olores correspondientes, al mar.
Por supuesto que nota tras nota, cada uno de los que escuchan el reclamo de Malaguti manifiesta su asombro, como sucedió con el concejal Alejandro Ferro, quien es además un reconocido infectólogo, en condiciones de evaluar desde el punto de vista científico las consecuencias de este derrame de desechos. Nada pasó.
Oportunamente, el concejal Eduardo Abud se ocupó personalmente de la denuncia del vecino, y elaboró un proyecto, que obviamente resultó archivado. Al menos así lo denuncia el vecino Malaguti en la nota que recientemente dirigió al presidente del Honorable Concejo Deliberante, Nicolás Maiorano. Allí explica que la información fue referida además al presidente del EMTUR, Pablo Fernández, a la vicepresidenta de la misma entidad, Valeria Méndez, a Adrián Alveolite, en una nota presentada en Inspección General hace unos dos años, y a otros funcionarios. A nadie le importó un ápice.
El vecino denunciante explica extensamente las formas en la que las ciudades turísticas más importantes del país han resuelto la problemática. Esto es, prever playas de estacionamiento periféricas para los micros de gran tamaño contratados por contingentes particulares y empresas de turismo, y determinar el sitio donde volcarán los residuos de sus baños químicos, por lo cual deberán pagar una tasa al municipio.
Por ejemplo, explica que Villa Carlos Paz, Bariloche y Rosario han prohibido por ordenanza que los vehículos de gran porte estacionen en zona urbana. También General Roca y Sierra Grande en Río Negro, Rawson y Esquel, en Chubut, así como Mendoza y Jujuy.
En Bariloche, por ejemplo, existe una plazoleta fiscal municipal como lugar único de estacionamiento de buses turísticos con un pago diario, y también para el desagote con desinfección de baños químicos. En Carlos Paz se adquirieron terrenos del Ejército en 2004, donde funciona el playón de descarga y estacionamiento a cambio de una tasa que llega a $170 por el desagote, y $100 diarios por el servicio de estacionamiento. En San Martín de los Andes, por ejemplo, la tasa es de $93.

Nauseabundo

No es necesario dar demasiados ejemplos para referir la manera en la que ciertas comunidades ocultan información que podría afectar la salud de los habitantes, por evitar perjudicar los intereses de la industria turística. En este caso, el vecino denunciante declara que la Cámara Hotelera se manifiesta en contra de prohibir el estacionamiento de los colectivos alquilados en la puerta de sus comercios. Obviamente.
Por alguna razón parece difícil arribar a cifras concretas que indiquen qué parte del paquete total de turistas que llegan a la ciudad cada año, lo hace a través de micros particulares, de contingentes arreglados por pequeñas empresas de turismo que utilizan las instalaciones de la ciudad con el criterio de su mejor conveniencia, sin medir el impacto que generan. Algunos dicen que estos turistas serían 5% del número total, lo cual, si se toman en cuenta las cifras de visitantes de los últimos años, implica un número importante de personas.
Un vehículo de gran porte puede traer cincuenta pasajeros, con un baño químico de 20 litros de capacidad. Si la cuenta indica que permanecen estacionados en promedio unos cinco días, período durante el cual se trasladan a diferentes puntos de la ciudad a realizar excursiones, el promedio del volcado de cada micro alcanzaría los 100 litros de residuos orgánicos contaminantes. Un número escandaloso que a nadie parece importarle.
El vecino denunciante cuenta el periplo que ha llevado a cabo para intentar que alguno de los funcionarios comunales lo escuche. En entrevista en la 99.9 relató un diálogo ejemplificador de su llegada a cada oficina, lo que se ha repetido por el espacio de los tres años que ha ocupado su trámite: “-No, el concejal no está”- le contestan.
“- ¿Cómo que no está?… si me citó para hoy…”. La respuesta no dice nada: – “Y… vio cómo es esto”.
A pesar de todo, Malaguti ha seguido adelante. Hoy relata que le llama la atención ver cómo la campaña de difusión de Obras Sanitarias para la comunidad apunta a difundir las acciones llevadas a cabo por el emisario submarino, o las visitas a la Torre de Agua, cuando los residuos volcados en la zona de La Perla hacen que los vecinos tengan que cerrar las ventanas cada vez que llega un micro a los hoteles de la zona. Llama la atención que OSSE se dedique a organizar un concurso escolar sobre las ventajas de “lavarse las manos”: ¿de qué podría servir esa sana costumbre si en esta ciudad un niño puede estar jugando en el mismo sitio de la vereda donde el colectivo volcó un baño químico? ¿Para qué?
Aquí vienen los pillos en verano” dice el denunciante, cuando relata la manera en la que esta ciudad no ha emprendido aún políticas turísticas que permitan que sean sus habitantes los que tengan el privilegio de explotar los servicios rentables de manera adecuada, y no ser terreno fértil para cualquier emprendimiento que le quita el espacio a empresas locales que trabajan en el turismo receptivo durante todo el año. “La estación de servicio de Luro y la costa está prácticamente abandonada”, relata Malaguti, “ y allí el olor es insoportable”. Pero es posible que el intendente no se haya percatado de este trastorno, que fue notificado oportunamente a cada uno de sus funcionarios.
El impacto que genera el turismo en Mar del Plata es, en parte, inevitable. Es inevitable que un habitante permanente pase el mes de enero sin poder entrar a los restaurantes, o sin estacionar el coche en las cercanías de su trabajo.
Es inevitable que las playas y paseos estén llenos de gente. Pero sería evitable, si alguien se ocupara, que los domicilios se queden sin agua, por ejemplo, como sucede cada temporada en las zonas más cercanas a los balnearios. También sería evitable una epidemia, la que podría acontecer como consecuencia de que, en plena temporada, cientos de colectivos vuelquen desechos humanos contaminantes en el cordón de la vereda.