Liberados

El crimen de Laura Iglesias vuelve a instalar el tema de la liberación anticipada de los violadores, y su permanente reincidencia. Ella trabajaba en el Patronato de Liberados: vincularla con las políticas del Poder Judicial es casi inevitable.

img045Laura vino a buscar paz. Consideró que mudándose con su hija y su nieta a la costa atlántica la encontraría, pero no fue así. Trabajaba en el Patronato de Liberados, con lo cual debió sufrir todas las deficiencias de un sistema judicial que no funciona, y que da resoluciones simplistas a problemas tremendamente complejos. Los buenos profesionales se sienten casi impotentes.
Tenía cincuenta años, y encontró la muerte en un descampado en las cercanías de Miramar, después de que su coche sufriera un desperfecto que la obligó a abandonarlo. Ahora, por más que quienes investigan el caso sean más que prudentes, no parece que haya sido un delito de los denominados “al voleo”. Serían demasiadas casualidades juntas, y en general parece una imprudencia creer en semejante sumatoria.
Laura intentaba volver a Mar del Plata para resolver una avería del coche, se perdió contacto con ella un día miércoles, y fue hallada al día siguiente, a 200 metros de donde estaba el vehículo. Estaba golpeada en todas las partes del cuerpo, violada reiteradas veces, y ahorcada con el cordón de su propia zapatilla izquierda. Se indica que el atacante debe de haberla atado con un nudo en el cuello y otro a un árbol, a unos veinte centímetros del piso. Que la obligó a desvestirse y luego a vestirse. Así y todo, a pesar del ensañamiento que mostraba el cadáver, algunos lanzaron la primera hipótesis casi risible de que la mujer hubiera decidido terminar con su vida. En fin.
Ahora las pericias indican que el atacante tuvo la frialdad de volver a manipular el cuerpo, acomodarle la ropa, y dejarla cerca del arbusto como si compusiera la foto de su propia obra.
En el lugar del hallazgo trabajaron durante todo el día los peritos forenses de la Policía Científica bajo las directivas del titular de la Jefatura Departamental Mar del Plata, Eduardo Quintela, y del superintendente Interior Sur, Carlos Maggi. A ellos se sumó la Sub DDI de Miramar con la presencia del jefe de la DDI de Mar del Plata, comisario Mario Choren. El caso está ahora bajo la investigación del fiscal Rodolfo Moure.

Lo macabro

Todo demostraba que la autopsia sería crucial en el avance de las averiguaciones. Al quitarle la ropa supieron que el cuerpo de la mujer estaba embarrado, y que había restos vegetales de especies propias de la zona donde fue encontrado. Que Laura había sido sometida a una feroz golpiza, y que alguien le había roto el cuello con sus propias manos.
Pero Laura no era una mujer cualquiera. Trabajaba en relación con ex convictos en el Patronato, por lo cual su muerte generó una profunda consternación entre quienes realizan tareas similares en estado de completa desprotección, gracias a la desidia con la que se toman las decisiones en tales cuestiones. El Patronato de Liberados había iniciado un paro por tiempo indeterminado, y en un detallado comunicado indicaba que esta muerte significaba para tales empleados un punto final a continuar trabajando en esas mismas condiciones. Dijeron que el hecho de que el Patronato comunicara la muerte de su compañera como un “fallecimiento” resultaba para ellos una afrenta, un verdadero mecanismo de ocultamiento para la situación en la que estaban desarrollando sus tareas. Dijeron que -en realidad- nada se hace desde las instituciones para la verdadera reinserción de las personas que han purgado condena en diversos establecimientos de la provincia de Buenos aires. El personal del Patronato es insuficiente, no está protegido, y ni siquiera les pagan un seguro de vida. “No vamos a seguir absorbiendo la crisis de este gobierno con nuestras vidas”, exclaman.
Pero mientras todo esto sucedía, mientras la consternación era lo esperable, y los amigos y compañeros esperaban una respuesta, apareció el nombre de un sospechoso: Esteban Cuello.
La intervención rápida del fiscal ordenó las pericias necesarias sobre el ADN para confirmar lo que todo el mundo imaginaba. El joven, con antecedentes por abuso sexual, era el responsable del hecho aberrante.
Ante los micrófonos de la emisora la 99.9, el propio fiscal de Miramar dio detalles sobre los estudios practicados: “en horas del mediodía recibimos la noticia del laboratorio de Policía Científica de San Martín, diciéndonos que la pericia que había empezado el lunes arrojaba resultados satisfactorios. Se había detectado que en las primeras tres muestras había ADN del imputado en el lazo que usaron para ahorcar a la víctima; también hay ADN de la víctima en el calzoncillo y el jogging que le secuestramos a Cuello al momento de detenerlo”.
Los datos fueron suficientes para solicitar la rápida intervención del juez de Garantías para ampliar los términos de la detención“Con estas pruebas estamos pidiendo al juez de Garantías que amplíe la detención por el delito de abuso sexual agravado por la muerte de la víctima”, agregó Moure.
No es el primer delito de Cuello. Gozaba de libertad asistida al momento de quitarle la vida a Iglesias: “Esteban Cuello violó a una chica de 14 años en Otamendi cuando era menor de edad y lo condenaron a 4 años de prisión por la violación. En noviembre de 2012 se le había dado la libertad asistida con un informe favorable del equipo multidisciplinario del Centro de Referencia de Menores. Lamentablemente, reincidió de una forma más grave”.

El debate

Una vez más, se pone en tela de juicio la cuestión de las salidas anticipadas de la cárcel para personas con estos antecedentes, que muchas veces se terminan pagando con la vida de inocentes: “entra en debate qué hacer con los violadores. La mayoría vuelve a reincidir y de formas más graves. En este caso, Cuello lo hizo con mucha ferocidad… Es una violencia inusual, es un hecho para estudiar al imputado en un laboratorio porque es espantoso lo que pasó”, aclaró Moure.
Es que el violador no es un delincuente cualquiera. Cualquier estudioso sabe que sus índices de reincidencia en el delito son altísimos, y que los delincuentes violentos experimentan una gradación ascendente en la categoría de los límites que son capaces de romper. La cuestión es: si el sujeto en cuestión partió de la violación de una joven de 14 años cuando él aún era menor de edad, ¿dónde puede terminar su espiral ascendente en el crimen? ¿Hasta dónde puede llegar en su camino de atravesar los límites de la crueldad que lo satisface? ¿Puede entonces un quipo de profesionales decir que ordena su liberación anticipada porque está mejorando, a cambio de que se reporte cada tanto con el Centro de Referencia?
La historia de Cuello es interesante: como se ha dicho, empezó a los 17 años con la violación de una joven de la ciudad de Otamendi. Fue en mayo de 2010, y la condena de 4 años le llegó en noviembre de 2011, pero se le concedió el cumplimiento bajo el régimen de libertad asistida, con la condición de que se sometiera al Centro de Referencia, fijara domicilio, y no se acercara a la ciudad en la que residía la víctima.
Muy bien. La razón por la que el juez Néstor Salas, del Juzgado de Responsabilidad Penal Juvenil N°2, le permitió semejante ventaja, es el bello informe que sobre Cuello presentara el equipo interdisciplinario del centro de Recepción de Menores de Mar del Plata. ¿Cómo es posible? Dijeron lo siguiente: “el joven realizó un proceso de responsabilización e implicación subjetiva de manera favorable, donde se denotaba angustia y arrepentimiento”. Para otros profesionales, lo dicho es una barbaridad: el arrepentimiento es un concepto moral, y no psicológico. Nadie que entreviste a un menor detenido puede hablar de su arrepentimiento como si fuera palabra de sacerdote. Luego de un tratamiento podrá hablar de que haya indicadores de responsabilización, pero no de que se haya consumado tal proceso, porque si así fuera, estaría curado.
Lo que sucede es que, como buen psicópata, el violador homicida está en perfectas condiciones de componer el personaje que haga falta para salir antes. Se convierte en el muchacho modelo que no falta el respeto y estudia.
Pero el problema no debería ser callejón un sin salida. Los llamados equipos interdisciplinarios cuentan con personal idóneo para desarmar el mascarón discursivo de un sociópata con rasgos perversos. Se llaman psicólogos. ¿Por qué entonces ellos avalan el mismo informe? Simplemente porque su tarea dentro del equipo se limita a realizar entrevistas: no brindan tratamiento a los jóvenes alojados en el centro de detención, quién sabe por qué razón. No los tratan, por lo tanto no hay un verdadero psicodiagnóstico que revele los rasgos profundos de una estructura tan compleja y patológica. Notan lo que se ve. Un maestro o un cuidador siempre caerán en la trampa del violador, que hace lo que se le indique para salir antes, y se porta bien. Más claro, échele agua o mire películas policiales.  Es decir que habrá que reclamarle al famoso “equipo de profesionales” por las barbaridades del caso. Que el muerto, en este caso “la muerta”, les caiga sobre el escritorio lustrado.
La cadena de delitos de Cuello tampoco terminó allí. Siguió entreteniéndose con robos y hurtos por los cuales también se lo condenó, pero las ventajas otorgadas continuaron, como si nadie recordara ya la violación, y él fuera sólo un chiquillo afecto a alguna que otra picardía. En abril último se lo había atrapado en flagrante hurto: otra vez las ventajas de someterse al supuesto control del Estado, pero esta vez del Patronato de Liberados, porque ya es mayor de edad.
En opinión de Moure, la libertad asistida no es para los violadores. Para muchos especialistas psicólogos, tampoco, ya que hasta el momento nadie sabe cómo hacer para controlar un violador: se trata de un delito basado en una patología seria que nadie quiere nombrar, pero parece no tener muchas posibilidades de vuelta atrás por el simple paso del tiempo y encierro de protección.
De todas maneras, no sería demasiado retorcido pensar que la coincidencia entre el lugar de trabajo de Iglesias y el centro que regulaba la libertad de Cuello no parece casual. Quizá a alguien se le ocurra investigar, leer algunos libros de los que no hay en el juzgado de Salas, y así entender quién no está haciendo su trabajo como corresponde, para que el informe de Cuello lo haya deslumbrado. Después de esto, y como fondo de la escena, una mujer torturada y muerta sigue pidiendo respuestas desde un arbolito bajo del descampado que separa esta ciudad de la vecina y pintoresca Miramar.