Nido de ratas

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Tras la venta del edificio del hotel Hurlingham, algunas sospechas han recaído sobre el arbitrario veto municipal, que impide construir y modificar la propiedad. Eternas postergaciones y falta de repuestas que han convertido una gran inversión en un reducto de mugre que se prolonga por la costanera marplatense. ¿Cuál es la motivación verdadera?

El establecimiento en cuestión está emplazado en Boulevard Marítimo Peralta Ramos 4063, entre Carlos Pellegrini y Bernardo de Irigoyen, frente a Varese. La construcción original se levantaba sobre un lote de 1.936 metros cuadrados, con una superficie cubierta de 8.365, y poseía también frentes sobre las calles Pellegrini y Gascón.
En 1948 fue adquirido por el gremio de Empleados de Comercio, ya que en esa época estaba en auge el llamado turismo social, que se gestó a partir del ’46 con el peronismo en el poder. En aquel momento, millones de trabajadores que comenzaron a gozar de aguinaldo y vacaciones, pretendían cumplir ellos también el sueño de instalarse sobre la playa argentina, que había sido monopolio de la elite.
Con la novedad del turismo sindical, los hoteles gremiales se fueron sumando a las plazas ya existentes en la ciudad, a la vez que el Hurlingham ganaba prestigio con los eventos sociales y espectáculos de diversa índole.
Pero luego, el esplendor del Hurlingham fue decayendo, hasta que a principios de este siglo, se lo alquilaba a contingentes turísticos del interior del país por medio de agencias de turismo. Ya estaba deteriorado, y ponerlo en funcionamiento pleno requería una gran inversión.
En la temporada 2004-2005 fue clausurado por las evidentes irregularidades edilicias y, en ese momento, la decisión fue tomada por la Dirección de Inspección General de la comuna local. De todas maneras, todo marplatense recuerda que sus muy amplios salones con grandes ventanales al mar fueron escenario de un sinnúmero de eventos sociales.
En realidad, y desde el punto de vista histórico, el Hurlingham no inauguró nada: Mar del Plata ya había empezado a dejar de ser elitista en los años treinta, cuando llegaban sectores de la burguesía y gente vinculada a la actividad agropecuaria, que era muy lejana económica y socialmente de los grandes terratenientes. Los viejos y tradicionales veraneantes ya se sentían invadidos desde entonces. También llegaban profesionales, comerciantes, y empleados administrativos. Tanto es así, que el periodista y escritor Juan José de Soiza Reilly, escribió por esa época en la revista Caras y Caretas: “Mar del Plata se ha puesto al alcance de todos los bolsillos”.
Ya en 1965, la poderosa Unión Obrera Metalúrgica -UOM- de entonces, compró el Royal Hotel, que había sido uno de los más íntimos refugios de la elite. Durante 20 años los obreros metalúrgicos dispusieron de un alojamiento suntuoso por muy poco dinero, para escándalo de muchos.
Pero a fines de la década del 80, cuando todavía quedaban 93 hoteles sindicales en la ciudad, empezó la decadencia de esta modalidad turística. Como consecuencia de tales cambios, la UOM puso en venta el Royal Hotel, tal vez el mayor símbolo de una hotelería sindical. Actualmente, en “teoría”, hay registrados 100 hoteles gremiales en Mar del Plata, pero todos han tercerizado sus servicios. Con la altísima desocupación que produjo la desindustrialización y la gran merma en el número de afiliados a los sindicatos, puede pensarse que la hotelería sindical no es más que un rótulo.
Lo cierto es que con los grandes hoteles cerrados, la ciudad ve crecer la postal del deterioro, testimonio de una época que ya no existe, y de la que quedan resabios edilicios, algunos de los cuales pueden ser resignificados por su gran valor arquitectónico e histórico, y otros no. Todo es mejor que el eterno criadero de ratas en que se han convertido estos faraónicos monumentos al cemento, que llevan años sin uso.

La operación

Hace algunos años, ciertos medios periodísticos de Mar del Plata difundían que el viejo hotel Hurlingham había sido comprado por 6 millones de dólares por Rudy Ulloa Igor, ex chofer de Néstor Kirchner. Mucho se dijo, pero en realidad las evidencias demostraron que fue el ex presidente de Gimnasia y Esgrima La Plata, Juan José Muñoz, quien lo compró en el remate judicial que siguió al concurso judicial del inmueble.
Muñoz, que dirigió la institución platense entre 2004 y 2007, fue asesor de Aníbal Fernández y trabajó en la Mutual de Trabajadores del Estado. Sin embargo, y valga como anécdota identificatoria, es recordado por muchos porque en un partido de su equipo frente a Boca ingresó al vestuario del árbitro Daniel Giménez para reprocharle algunos fallos, por lo que el juez suspendió el juego.
Lo concreto es que el dirigente falleció recientemente, y que ahora son sus hijos los dueños del hotel y sus terrenos adyacentes. “Antes de su fallecimiento se hizo una consulta sobre qué posibilidades de construcción había en el lugar, pero en el municipio no fue presentado ningún proyecto“, contó en su momento el secretario de Planeamiento Urbano, José Luis Castorina.
Comenzaba así el derrotero del expediente administrativo del Grand Hotel Hurlingham, que fue proyectado en 1937 por el estudio Miglierini de la ciudad de Buenos Aires, e inaugurado en 1939. Se encuentra sobre lo que entonces era una barranca desprovista de otras edificaciones, por lo que el hotel causaba un gran impacto visual. Puede incluirse este edificio en una corriente del racionalismo, el yacht style o ‘estilo yate’, de clara inspiración marinera, que tuvo sus raíces en Europa en los años ’20 del siglo pasado”. Esa impronta del estilo yate puede verse en los ventanas de los baños u ojos de buey, y en los ángulos redondeados de los volúmenes prismáticos. Se sabe que el gremio de los Empleados de Comercio lo retuvo hasta 1992, cuando lo vendió a un privado. Entonces empezó su decadencia.
Pero la cuestión que ocupa este informe es el estado de cosas que generó su actual paralización. Ya en febrero de 2011, el Concejo Deliberante aprobó por unanimidad un proyecto de su entonces presidente, Marcelo Artime, para crear un programa de puesta en valor y funcionamiento de los edificios Chateau Frontenac, en Alvear y Bolívar, el Royal –Diagonal Alberdi y Santa Fe- y el Hurlingham. El objetivo era atraer inversiones de capital privado para preservar el patrimonio arquitectónico. Lo que hacía, en rigor, era habilitar la construcción de edificios algunos metros más altos que los que permitía el factor de ocupación de la zona. Aclaraba, eso sí, que las nuevas inversiones no podían afectar el barrio ni los valores patrimoniales. Estaba claro.
Y ya en ese momento, resultó curioso que el intendente Gustavo Pulti no pusiera reparos en cuanto al Chateau Frontenac ni al Royal, pero vetara la parte de la norma que hablaba del Hurlingham. El subtexto interno del ámbito municipal indicaba que había “razones de peso” que la motivaban, y que tales razones afectaban la relación entre Marcelo Artime, entonces secretario de Gobierno, hoy al frente del Envisur, y el mismísimo intendente.
Ante la vista de todos, el edificio fue tapiado a pedido del municipio, el mismo que ahora apela a la ordenanza 12.562 para intimar a los dueños del inmueble a poner en valor la fachada que tapió. Esa norma declara de interés público la inspección obligatoria, conservación y mantenimiento de las fachadas y muros medianeros de los edificios públicos y privados que tengan una altura superior a nueve metros, y una antigüedad de más de diez años.
Según indica la norma, los propietarios están obligados a verificar periódicamente, reparar y mantener en buen estado de conservación los balcones, los parapetos de terrazas, los muros externos y, en general, toda la fachada de esos inmuebles. Lo que se ha dado en llamar Programa de Propietario Responsable.

La contradicción

Ahora bien: la novedad más reciente es la posición activa que ha tomado al respecto el actual titular heredero, Facundo Martín Muñoz. En diversas notas dirigidas tanto al Concejo Deliberante como al intendente de la ciudad, Muñoz expone su situación y la manera en la que la comuna ha desprotegido la inversión, tanto como las posibilidades de mejorar ese sector costero de la ciudad, actualmente resignado a la sombras del deterioro.
Dice el propietario que, si bien agradece que se le ofrezca asesoramiento de los funcionarios municipales de la Dirección de Control, necesita una respuesta a su situación.
Recuerda aquella decisión del Ejecutivo por la cual, sin mediar explicación, su propiedad fue discriminada, cuando se estaba dando autorización a otras similares para la construcción, lo cual –como se ha dicho- nunca se aclaró. Por este perjuicio explícito nunca fue indemnizado, ni siquiera lo exceptuaron del pago de tasas. Y explica que luego compró la propiedad lindera al hotel por calle Bernardo de Irigoyen, con lo cual su propiedad en bloque tendría salida por las cuatro calles y abarcaría casi la totalidad de la manzana. Fue entonces que solicitó el permiso para demoler la nueva adquisición, que era una vivienda abandonada ya en 2013, y que la municipalidad jamás le contestó. Que reclamó ante el silencio, y sólo obtuvo más silencio. Es decir que no le explicaron por qué no autorizaban la demolición: lo ignoraron, cuando él pretendía así unificar el proyecto. La idea del inversor era llevar adelante una propuesta única en la ciudad, que estaría totalmente integrada al ambiente costanero, que ni siquiera fue evaluada.
Por esa razón, Muñoz evalúa ahora como un contrasentido que se le intime a la puesta en valor de una fachada, cuando la misma municipalidad es la responsable de que no se hayan podido llevar a cabo las obras para las cuales el inmueble enorme fue adquirido. Y obviamente guarda razón. Encima, le reclaman el no haber cumplido con las reglas de la publicidad vigentes para el municipio, cuando el frente del hotel era utilizado para la difusión de propaganda política oficialista. ¿No parece un chiste?
Porque seguramente quienes hoy le reclaman, no deben ni haber leído el resto del expediente. Porque seguramente nadie en el área debe de haber verificado que quien invirtió una suma millonaria en semejante propiedad, no lo hizo para alimentar el criadero de alimañas, sino con el fin expreso de ponerla en valor, como tanto reclama la comuna. Pretendía generar un proyecto rentable y moderno.
Pero ellos, como siempre, no pueden salir de su posición. Será que prefieren las ratas.