Tristísimo amanecer

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Luego de que las fuerzas de seguridad se autoacuartelaran, los delincuentes salieron a la calle a sus anchas en Córdoba. La gente vuelve a mirar la sociedad y preguntarse dónde está la falla. ¿Qué es lo que hace que haya familias enteras robando con camionetas costosas?

Amanecía en Córdoba, cuando el país entero se enteraba de que las peores fantasías tenían la potestad de hacerse realidad. Es un territorio nacional que lleva años acosado por la inseguridad, esa que deviene de la fractura social más dolorosa. Ahora sucedió en una noche, que todos los que eran capaces de hacer daño decidieron a hacerlo a la vez. Como en una película futurista y profética.
No se organizaron ese día, como creyeron algunos periodistas poco despabilados. Ya estaban organizados desde mucho antes. Eran los mismos que tenían a su cargo entraderas y salideras. Los mismos que podían llegar a vaciar los bolsos de quienes estuvieran haciendo cola en una oficina, o los que podían subirse a un taxi a encañonar al chofer a cambio de unas chirolas. Los mismos que se organizaban para salir a vaciar casas o a matar a un chofer de camiones para hacerse de una valiosa carga de electrodomésticos, que luego venderán a un buen ciudadano que no roba pero tampoco pregunta.
Familias enteras devastando, sí. Familias que se dedicaban al delito desde antes, y que están plenamente identificadas por cualquier fuerza de seguridad. Sólo que ese día aprovecharon una ocasión propicia: la policía avisó a los cuatro vientos que no perseguirían a nadie porque estaban ocupándose de ellos mismos, y de su seguramente justo reclamo de haberes.
Lo cierto es que todos y cada uno de los que pretendieron hacer un comentario periodístico más o menos oportuno sobre el tema recalcaron: “estos no son pobres, no roban por hambre”. Sería para contestar: “bueno sería… Poco faltaría para la destrucción masiva si estuviéramos ante una masa de famélicos que robaran pan, como en una narración del siglo XVIII”. No, no es tan simple el fenómeno.
Y aparecieron las sospechas tristes de un posible acuerdo entre las bandas delictivas y organizadas desde siempre, y las fuerzas de seguridad. Tristes, sí. Porque la opinión pública está acostumbrada a deglutir tantas formas de corrupción que ya nada parece sorprenderla. La complicidad con el narcotráfico, que venía siendo la noticia diaria en relación con la policía cordobesa, preparó el terreno para que las conclusiones se cayeran solas.

Por una parte

A nadie escapa ciertamente que el narcotráfico no existe de manera aislada, sin avales dentro de las fuerzas de seguridad y de la justicia. De hecho, no hay manera de vender drogas sin que la policía se entere. Ni hay forma de poner una cocina que no sea descubierta por un operativo de inteligencia en menos de una semana. Menos aun sería posible poner a un transexual a distribuir cantidades de cocaína en una esquina reconocida de la ciudad sin que la policía lo vea. La operación es realizada a la vista del público, y las drogas se guardan en bolsas de plástico en un cantero cercano o en un recoveco de la casa cuya vereda es utilizada para estas negociaciones nocturnas. No es muy sofisticado el mecanismo a través del cual se protegen unos y otros: en general hay un patrullero en la esquina controlando la situación.
No hay ninguna manera de que un dealer se instale en un barrio y realice tareas de comercialización en una casa o un edificio sin que la comisaría de la zona lo sepa en pocos días. Cualquiera que tuviera la suficiente inmunidad podría hacer el experimento de iniciar tareas de ventas simuladas de cocaína en una casa particular, y ver en cuánto tiempo llega el primer control policial. Sería inmediato. Entonces ¿cómo es que pueden sobrevivir de manera descontrolada durante años? ¿Simplemente marcando la esquina, colgando un par de zapatillas en los cables? ¿Tanto poder tienen las zapatillas? Triste es también el poco éxito pronosticado a las campañas antidroga que los señores mejor predispuestos y pagados hayan diseñado. Sólo le interesan a gente que no se droga ni lo hará jamás.
Quienes vieron que esos contactos entre la distribución de drogas en Córdoba y las fuerzas de seguridad salieron a la luz de manera sorpresiva, después se pusieron sagaces: no terminaban de creerse la espontaneidad de los acontecimientos de la semana, como si todo el mundo se hubiera vuelto un vándalo de repente.
El horror que salía de las pantallas de televisión sólo trajo tristeza. No sólo la que deviene de ver a los vecinos pelear entre sí, sino también la de observar cómo el dolor de los damnificados se desborda: casi matan a un saqueador a patadas. Unos lo justificaron, y dijeron que no quedaba más remedio “porque no había policía”, como si la función de la policía fuese matar personas a patadas. Por momentos, parecía un capítulo de la serie “The walking dead”.
Otros sacaron su furia, y comenzaron a señalar a los jóvenes como responsables de los saqueos, como si el grupo delictivo que aprovechó el momento fuera monopolio de una edad, de un sexo, de una posición social. “Había camionetas 4×4 saqueando”, exclamaban otros alarmados. Sí señores, para ser un delincuente no hace falta ser pobre. También hay gente con coche caro que puede arrasar un pueblo entero porque es inmune al dolor del otro. ¿Qué coche cree usted que tiene un narcotraficante?

Estigma

Y otra vez los jóvenes en la mira, en la misma semana en las que las mediciones de la pruebas PISA habían dado en Argentina los peores resultados, y quienes se llenan la boca relacionando con simpleza elementos, creen que las cifras son todas muy fáciles de leer.
Las pruebas no dan mal porque sí. Ni porque el Gobierno sea de tal. Ni porque usemos tales o cuales libros. Las pruebas dieron mal porque esta sociedad tiene hijos que ya no consideran que estudiar sirva para nada. Porque no hay ninguna fe en la movilidad social que ofrece el conocimiento. Porque estudiar no te hace merecer el respeto  de nadie. Ni siquiera de tus padres.
Los padres son los que miran televisión y apuestan a los nuevos ídolos que ofrecen los medios, esos que hacen dinero sin trabajar, que aparecen de la noche a la mañana con fortunas de origen desconocido y se casan con las vedettes más codiciadas. Esos son los genios, los modelos Berlusconi. Los ídolos del no trabajo, del no esfuerzo, los que “la hicieron bien”. Los jóvenes sienten que para ser el orgullo de sus padres tiene que bailar en el programa de Tinelli o aprender a jugar al fútbol.
Esforzarse es de tontos, para un sector importante de padres. Los vivos eran esos que cargaban plasmas en la camioneta, aprovechando la anarquía de la noche cordobesa. Entonces ¿por qué habrían de estudiar los chicos, que van a la escuela por obligación? ¿Para conseguir qué cosa? Aquellos que dicen que los chicos van a la escuela solamente para cobrar la asignación universal, ¿por qué otra cosa vendrían? ¿Para qué les hemos demostrado los adultos que sirva estudiar?
El modelo educativo actual no  funciona, ni aquí ni en ninguna parte. Porque el conocimiento no es visto -ni dentro de la escuela ni fuera de ella- como fuente de placer, ni de mejoramiento social, ni de ninguna cosa que produzca felicidad. Los resultados para el año 2012 de PISA ubican a la Argentina en el puesto 59 entre un total de 65 países participantes. Siete de cada diez jóvenes obtuvieron las calificaciones más bajas en Matemática. En relación con Lengua, se afirma la tendencia de que los estudiantes no comprenden lo que leen. Y el rendimiento de los estudiantes argentinos en Ciencia se ubica en los 406 puntos, mientras que el promedio de rendimiento de los países evaluados es de 501.¿Qué significa para nosotros?
Lo más factible es que ni siquiera las pruebas hayan sido completadas a conciencia: cualquiera que sea testigo del alarmante estado de desidia que los jóvenes sienten frente al sistema educativo sabe que no hay razón para pensar que hayan completado sus exámenes poniendo en juego todas las posibilidades de resolución de problemas que tenían a su alcance. ¿Por qué lo harían? ¿A cambio de qué merito?¿Por qué hacer cálculos agotadores sin una razón?
Un profesor reparte sus exámenes y se oye un grito en el aula que dice “el que se saca más de 5, cobra”. Porque en un sector importante de la cultura adolescente, saber es ser un perdedor. Es no haber entendido que la sociedad del conocimiento no tiene nada para ellos.
Frente a esos adolescentes dolientes y desesperanzados hay un profesor agotado, que tampoco hace lo necesario para que aprendan a “comprender textos”, como reza pomposamente la consigna de la prueba PISA.
El docente de tres turnos no puede corregir tantos trabajos. Entonces recurre a los famosos trabajos en grupo, que obviamente sólo hace uno. Es decir que hay jóvenes que aprueban una materia sin haber hecho un ejercicio en todo el año. Y la comprensión de textos se ha perdido en el olvido. Porque un simple experimento demuestra que los chicos han hecho ejercicios mecánicos durante toda su escuela primaria, y así pueden pasar de años de escuela sin entender una línea. Un texto de tres párrafos, sobre el cual la maestra le formula tres preguntas. Cada pregunta apunta a un párrafo y los chicos lo saben.
Ellos proceden así: buscan una palabra de referencia en la pregunta, y la misma palabra en el párrafo en cuestión. Simplemente, copian ese fragmento de texto como respuesta. Es decir, pueden contestar los tres ítems sin saber de qué habla el texto.
La pregunta que incluye la palabra “relieve” se contesta con el párrafo que incluya la palabra relieve. Una pregunta sobre las consecuencias de un hecho, se responde con cualquier párrafo que incluya la palabra “consecuencias”. Si la pregunta no es muy clara, el alumno preguntará: ¿qué parte tengo que copiar? ¿Por qué lo hace así? Porque así lo han enseñado. Porque es la única manera de ser docente en tres cargos.
Pensar una tarea creativa sería morir en el intento. Sólo puede pensar en una tarea que implique pensar, aquel que sólo trabaje cinco horas al día frente a alumnos, porque obviamente todas las repuestas serían distintas y requerirían ser corregidas una a una. Es decir, otras cuatro horas.
Imaginemos por un momento lo que podrían haber contestado a las formulaciones de las pruebas PISA, acostumbrados a no cuestionarse y a copiar durante toda su escuela primaria. El docente que pide otra cosa tiene alumnos que desaprueban, se convierte en el cuco de la escuela, y recibe inmediatamente la visita de un inspector que le hará un acta, llamándole la atención porque su planilla de notas hace caer los simulados números del éxito.
Los ejemplos sólo conducen a concluir que el problema es global, y que sólo se modificará con una política seria para con el sector juvenil. Si los jóvenes NI son esos que Ni estudian Ni trabajan, alguien debe entender que no están vegetando, están haciendo otras cosas. Están criando hijos que tuvieron siendo adolescentes. Están haciendo trabajo precario que se consigue como opción frente a la baja calificación académica y laboral. Están sufriendo los condicionamientos de una sociedad que le ha demostrado que el modo de tener un plasma es robándolo. Porque los que roban tienen éxito televisivo y una novia bonita y famosa. Es triste, sí. Tristísimo.