Brutalidad e indiferencia

Las semanas precedentes han reflejado el intenso cabildeo que la comunidad europea lleva adelante en relación a los inmigrantes subsaharianos que en un contexto brutal intentan llegar a Europa con el fin de huir de sus propias naciones y lograr un espacio de desarrollo personal y familiar que le dé a la palabra vida un significado. Los hundimientos de las pateras, por efecto de la naturaleza del Mediterráneo o por la acción de los traficantes de personas impactan, pero sólo por horas, o quizá un par de días. Luego, los actores políticos siguen en igual modo: absoluta indiferencia al valor de la vida.
Esta semana, el gobierno central europeo anunciaba una política de inmigración por cuotas como un medio de repartir la carga que hoy pesa sobre los hombros de Italia, que clama por solidaridad ante esta tremenda y dramática situación. La reacción no se hizo esperar: Gran Bretaña se negó de plano y Francia se sumó al rechazo. Según datos de la Prefectura de Alpes Marítimos, la región fronteriza con Italia, esta última semana han sido rechazados 944 emigrantes. En lo que va de año, la policía francesa ha detenido a 54 “pasadores” de emigrantes que se prestan a llevar a los refugiados a Niza o Cannes, y en muchos casos también a Calais, donde ahora unos 2.000 esperan su oportunidad para llegar a Reino Unido, uno de los destinos preferidos de los emigrantes, al igual que Alemania.
Lejos del Mediterráneo, otro pueblo cuasi ignorado, los rohynga, minoría islámica en Myanmar, busca escapar de dicho país, en donde son perseguidos, asesinados rutinariamente a bordo de barcos de madera que se deshacen en medio de la mar sin que parezca interesarle a nadie. Este mes, tras descubrirse una fosa común que contendría los cuerpos de unos 33 migrantes birmanos y bengalíes, las autoridades realizaron razzias en varios campamentos de traficantes de esclavos en el sur de Tailandia, e imputaron a decenas de funcionarios policiales y altas autoridades como cómplices de esas actividades.Los campamentos eran una estación de paso, donde los migrantes solían ser detenidos en condiciones de encarcelamiento, hasta que ellos o sus familias podían pagar su pasaje a Malasia. Se trataba de lugares de espanto, pero ahora que no existen, los migrantes han quedado a la deriva en el mar, ya que los traficantes temen poner pie en Tailandia.”El esquema del negocio se vio interrumpido por los operativos en Tailandia”, indican. Señalan expertos de Naciones Unidas que “tarde o temprano esos traficantes van a volver, porque el contrabando y el tráfico de humanos son actividades muy lucrativas, pero por el momento están a la espera.“Los inmigrantes habitualmente pagan 1800 dólares por cada pasaje a Malasia, junto a la promesa de un trabajo a su llegada. Sin embargo, a muchos de ellos se les pide más dinero durante la travesía y muchos nunca llegan a Malasia, un país musulmán que hasta hace poco había permitido tácitamente la entrada de inmigrantes musulmanes de Myanmar y Bangladesh.
La cosificación del otro y la brutal obtención del lucro a como dé lugar no parece ser sólo un mal de la sociedad occidental.