Ubicando el escenario

ferias comunitarias

 

La homosexualidad se ha transformado en una cuestión icónica que divide a las sociedades desde sus cimientos. Las conductas sexuales diferentes de la relación convencional hombre-mujer tienen una larga historia de reproche, represión y condena.

Pero todo empezó a cambiar cuando el 28 de junio de 1969, un bar llamado Stonewall Inn, del barrio de Greenwich Village en la ciudad de Nueva York, fue allanado por la policía. En aquella oportunidad, gays, lesbianas y travestis se rebelaron contra la injusticia, la humillación, el maltrato y el atropello a los derechos cívicos. Por ello, durante tres días se produjeron revueltas populares en el barrio y se escuchó por primera vez una frase que perduraría destinada a instalarse: “Estoy orgulloso de ser gay, lesbiana o travesti”.
Un año después, en 1970, unas diez mil personas se concentraron en la calle Christopher frente a las puertas de Stonewall Inn y marcharon espontáneamente por la Quinta Avenida hasta el Central Park. Esa fue considerada la primera Marcha del Orgullo Lésbico, Gay, Bisexual y Transexual de la historia. Todos los años, en esa fecha, cientos de ciudades de todo el mundo se han ido sumando al festejo.
Recientemente se discutió y aprobó en Francia una ley de igualdad sexual que trajo mucho debate y sorpresa. La iniciativa fue rechazada en principio: obtuvo 222 votos a favor y 293 en contra. Luego se llamó a una consulta popular, y finalmente se aprobó. No obstante, allí comenzó a visualizarse la Francia verdadera, con manifestaciones anti gay como en país alguno se había visto. En la tercera marcha anti matrimonio gay -en la que, según la policía, los manifestantes eran 150.000, mientras que los organizadores reivindicaron un millón de participantes-, la multitud enarboló banderas azules, blancas y rosas, emblema del colectivo Manifestación para Todos (por oposición al “matrimonio para todos”), y banderas francesas. En las pancartas podía leerse: “Último Día de la Madre antes de la liquidación”, o “Esto no ha terminado, está empezando”.
En estos días, datos surgidos en Inglaterra permiten otra mirada sobre este espinoso tema. La defensa de los derechos de los homosexuales promovida fervientemente por el primer ministro británico, David Cameron, parece no haber surtido mucho impacto en la población, a la luz de los resultados arrojados por una encuesta desarrollada por la Oficina Nacional de Estadística (ONS). Sólo uno de cada cien británicos reconoce abiertamente su homosexualidad, es decir 545.000 adultos (1,1% de la población) se considera a sí mismo gay o lesbiana, y unos 220.000 (0,4%) confiesan su bisexualidad.
A pesar de la iniciativa del Gobierno de Cameron de legalizar el matrimonio homosexual en Reino Unido -con la oposición de casi la mitad de sus diputados conservadores-, no se ha producido un incremento en el número de personas dispuestas a hacer pública su condición de gay o lesbiana respecto a los resultados del año anterior.
Los que menos reparo tienen a la hora de «salir del armario» son los hombres, que se describen a sí mismos como gays en el doble de ocasiones que las mujeres y, sobre todo, los jóvenes, que encuentran más fácil hablar de su homosexualidad que las generaciones mayores, como era de esperar. Según los resultados, el 1,5% de los hombres dicen que son gays y el 0,7 % de las mujeres se identifican como lesbianas. Las personas de entre 16 y 24 años que se hacen llamar gay o lesbiana representan un 1,7%, y los bisexuales un 1%.
Tal como se advierte, los números hablan de una población irrelevante en el contexto general, que de ningún modo y bajo ningún punto de vista representa un riesgo o peligro. El drama real pasa por la cultura y la conciencia del conjunto de la sociedad en su reluctancia a aceptar lo diferente como parte de la vida misma, algo que el tejido conectivo primario habrá de trabajar intensamente, no desde las leyes sino desde el amor y el respeto.