De prestado

¿Por qué será que aquellos trabajos vinculados con la pasión, el disfrute, cierta habilidad o don innato, tienen menos aceptación desde ese punto de vista que otro desapasionado, rutinario, nada genial, que sólo mueve los músculos de la obligación? Es una pregunta para la que aún no he encontrado una satisfactoria respuesta. Si alguien puede proveerla, ayudará enormemente a mi comprensión del mundo y sus vicisitudes.

Lo digo porque estoy mirando el Mundial de Atletismo Juvenil, que se celebra en estos días en Donetsk, Ucrania. Todos estos pibes laburan de deportistas, y para ello, según a qué disciplina se dediquen, necesitan determinados implementos. Son sus herramientas de trabajo; el bisturí del cirujano, la cuchara del albañil. Digamos, obvio de toda obviedad, que un garrochista necesita su garrocha, un remero, su bote y sus remos, uno que hace arquería, su arco y sus flechas, y tantos otros ejemplos. Pues bien, ¿sabe usted que Noelina Madarieta, la atleta batanense que días atrás estableció un triple récord argentino, vivió un increíble momento de zozobra en Ezeiza, cuando no le dejaron pasar sus garrochas, porque “no se puede pasar otro equipaje que no sean valijas”? Sí, así como lo lee. No es nuevo: el año pasado, los remeros argentinos también tuvieron serios inconvenientes para viajar a los Juegos Olímpicos con su bote y sus remos. Tampoco es novedad para el lanzador Braian Toledo, que debe hacer maniobras y gestiones inverosímiles para viajar con sus jabalinas. Y a veces, viaja sin.

No obstante el ENARD tomó cartas en el asunto, lo cierto es que la chica ha tenido que entrenar con garrochas prestadas, hasta que lleguen -si llegan- las suyas. ¿Usted imagina a Curuchet ganando el oro olímpico con una bici prestada, con la que no entrenó, que no conoce, con la que no tiene el más mínimo feeling, que no se ajusta a su peso, su altura, sus gestos deportivos? ¿O al Lole saliendo eternamente segundo con un auto que le prestó un corredor que ese día se levantó con dolor de estómago? No, ¿no?

No se puede tomar tan livianamente el trabajo de esta gente. Porque tienen un trabajo no solamente digno, como es el deporte, sino además, de representación nacional. Que estas cosas ocurran nos hacen quedar mal. Pésimo. No ante la comunidad internacional deportiva, que probablemente ni se entere. Ante nosotros mismos. Y de noche, la conciencia desespera. Por lo menos la mía, cuando la pifio feo.

¿Qué defecto de origen nos impide ver al deporte semi profesional, o con aspiraciones de profesional, como apenas algo más que un hobby, un caprichito de adolescencia, algo para llenar el tiempo y gastar hormonas hasta alcanzar la adultez? Son laburantes, che, como un estibador de puerto, como un empleado de comercio, como un barrendero. ¿Tan complicado es entenderlo? ¿Tan obtusos seremos?