No lejos de los elegantes distritos de Ipanema y Copacabana en Río de Janeiro, angostos callejones conducen a siniestros barrios pobres donde la pobreza, los narcotraficantes y jóvenes con fusiles de asalto dominan la vida de cientos de miles de habitantes.
No lejos de los elegantes distritos de Ipanema y Copacabana en Río de Janeiro, angostos callejones conducen a siniestros barrios pobres donde la pobreza, los narcotraficantes y jóvenes con fusiles de asalto dominan la vida de cientos de miles de habitantes.
Cadáveres acribillados de balas yacen sobre charcos de sangre y adolescentes que blanden pistolas y usan sandalias se desplazan entre el laberinto de callejones laborando como guardias, vigías y distribuidores para capos de la droga que operan justo a unos kilómetros de donde cientos de miles de turistas y atletas disfrutarán de los Juegos Olímpicos del 5 al 21 de agosto.
“En estas comunidades uno puede ver cómo es la vida real. Esta es nuestra realidad”, dijo un narcotraficante que habló con The Associated Press a condición de que no se diera a conocer su identidad ni su ubicación.
Mientras sostenía un AK-47, el capo enmascarado dijo que los traficantes se ganan el corazón y la mente de los habitantes al pagarles alimentos y medicinas, proporcionándoles un salvavidas a muchos que viven bajo una pobreza aplastante.
Escenas espantosas de muerte e impunidad se ven a diario en los cientos de barriadas pobres de Río, conocidas como favelas.
En el techo de una estación de trolebuses, media docena de policías con armas de asalto se guarecían detrás de muros bajos de concreto para enfrentarse a tiros con presuntos narcotraficantes a plena luz del día en el enorme grupo de barrios pobres conocido como Complexo do Alemao. Cuando la balacera concluyó, niños en edad escolar pasaban caminando como si nada mientras los agentes revisaban a los conductores de autos.
En otras partes, un hombre fue sacado a rastras de su casa y muerto a tiros, su cuerpo ensangrentado abandonado en la puerta de entrada. Un adolescente fue ejecutado con sus manos atadas en una calle que divide los territorios de dos bandas rivales. A una mujer que era candidata para un escaño del consejo local la balearon de muerte en un bar cerca de su casa.
Algunos residentes hacen lo que pueden por mostrar que hay una forma distinta de vivir. El pastor Nilton, un predicador que solía ser narcotraficante, lleva a cabo servicios de oración en las favelas gobernadas por pandillas.
Nilton trata de convencer a los adolescentes a que dejen la vida de los delincuentes. En ocasiones los jóvenes bajan las armas, pero usualmente es sólo por el tiempo suficiente para recibir su bendición.