Diseñado para incentivar el regreso al mercado laboral, la prestación ha fracasado.
El crédito universal fue pensado para apoyar a largo plazo el sistema de Seguridad Social en el Reino Unido. Un solo pago mensual sustituía seis prestaciones ya existentes destinadas a personas en edad laboral. Millones de beneficiarios, ya fueran parados o trabajadores con bajos salarios, solicitarían el nuevo beneficio digital. Iba a ser una prestación más eficiente y su diseño debía incentivar a los beneficiarios a trabajar más horas.
Sin embargo, la aplicación en paralelo de grandes recortes sociales desde el 2010, ha agravado los problemas de un creciente sector precario; simplemente, millones de británicos no pueden afrontar el coste de la vida a pesar de tener un puesto de trabajo.
El crédito universal ha fracasado del modo más lamentable si se contrasta con la vida cotidiana real de los hogares de bajos ingresos que se suponía debía ayudar. De forma más notable, el plazo de cinco semanas que se exige para percibir el primer pago ha provocado deudas y el atraso en el pago de alquileres y ha impulsado a decenas de miles de personas a recurrir a los bancos de alimentos.
Clare Eckerman constituye un caso de manual en la forma en que el crédito universal es capaz de erosionar la vida de las personas, y no precisamente de forma positiva. Esta administrativa de la educación de 62 años del condado de Durham percibe 400 libras esterlinas (unos 456 euros) menos desde que optó por la nueva prestación, en otoño del 2018. Su vida –asegura– es ahora más dura y difícil, más angustiosa e incierta que antes.
Eckerman, registrada asimismo como persona discapacitada debido a una enfermedad degenerativa, fue aconsejada para solicitar un crédito universal en sustitución de una serie de prestaciones del Departamento de Trabajo y Pensiones (DWP por sus siglas en inglés). Nadie le advirtió que tal iniciativa reduciría sus ingresos de la noche a la mañana ni que una vez percibido el crédito universal sería imposible dar marcha atrás. “Eso –arguye– me provoca mayor preocupación y ansiedad. Afrontar el coste de la vida resulta muy difícil”. El crédito universal reduce los ingresos de forma drástica. Clare no puede ahora comprar ropa, no puede disfrutar, ni destinar dinero a “ir al teatro o comer fuera de casa. Los lujos no existen”, señala.
El caso de Eckerman ha recibido el apoyo de la diputada Laura Pidcock, que ha solicitado una indemnización al DWP por asesoramiento erróneo. Hasta ahora, el DWP ha dado a entender que no existen pruebas sólidas de que fuera mal asesorada. Eckerman, licenciada en matemáticas, dice que nadie consentiría a sabiendas un recorte anual de ingresos por valor de 5.000 libras esterlinas. “Resulta indignante cuando has pagado [impuestos y pagos a la seguridad social] durante toda tu vida”, dice. “Nos las vamos arreglando, pero en la práctica hemos perdido mucho nivel. Necesitamos un nuevo suelo para el cuarto de estar. Nuestra nevera está en las últimas. Hay muchas cosas con respecto a las cuales decimos ‘podríamos haber hecho tal cosa’ con 400 libras esterlinas más cada mes”.
La experiencia no sólo le ha provocado dificultades financieras, dice Eckerman, sino que ha mermado su fe en que el Estado pudiera protegerla: “Mi fe en el Estado de bienestar era total. Éramos afortunados –pensé- por vivir en el mejor país del mundo. Ellos [el Gobierno] nos respaldaban. Esta fe se ha visto barrida por completo. Es devastador”.
El Gobierno ha respondido con diversas medidas para intentar mitigar los efectos del complicado diseño del crédito universal –en forma de préstamos adelantados para los nuevos solicitantes o de plazos de espera más cortos, por ejemplo. Sin embargo, apenas pasa una semana sin que aparezcan nuevos informes relativos a incidencias asociadas al crédito en cuestión, desde problemas de salud y situaciones de estrés a la difusión de casos de solicitantes sin dinero obligados a venderse sexualmente para sobrevivir.
El relator especial de las Naciones Unidas sobre la pobreza, Philip Aston, subrayó tras su visita oficial al Reino Unido en noviembre que “si bien en su concepción inicial [el crédito] representaba una posible mejora en el marco del sistema, está cayendo actualmente en un descrédito general”. Incluso el periódico The Sun, el diario tabloide y derechista que habitualmente apoya la política del partido conservador, ha defendido una revisión de la cuestión en toda regla.
Pidcock dice que el caso de Eckerman demuestra “un desprecio cruel” hacia las familias más pobres. “Al mismo tiempo que las reformas de otras ayudas y subsidios tales como la llamada bedroom tax, su intención es ideológica y tiene como objetivo el reducir el número de solicitantes sin atender a su impacto sobre las vidas de personas reales. Se ha utilizado un lenguaje sencillo para desmantelar pieza a pieza la red de ayudas sociales que daban seguridad al sistema”.
Aunque en su día el gobierno sugirió que nadie se vería perjudicado con el sistema del crédito universal, los recortes en ayudas y subsidios por valor de miles de millones de libras –incluida una congelación durante cuatro años de los llamados niveles de crédito- ha cambiado el panorama. Un estudio reciente del reputado Instituto de Estudios Fiscales ha calculado que 1,6 millones de personas mejorarían su economía bajo el sistema del crédito universal, casi 2 millones perderían más de mil libras anuales y los solicitantes discapacitados serían los afectados en mayor medida.
En el plano político, toda esta situación se revela enormemente problemática. Millones de personas entrarán en el sistema de crédito universal en los próximos años. Sin embargo, el crédito universal es cada vez más sinónimo de austeridad, de precariedad laboral y vital y de alejamiento de los problemas reales de la gente, y en especial de los que se encuentran más abajo en la escala salarial. Tal y como explica Eckerman, “si estuviera a punto de entrar en el esquema de crédito universal, me sentiría [sabiendo cuál es mi situación actual] realmente aterrorizada”.