Desde hace algún tiempo investigadores de diferentes países han puesto su mirada en una gramínea que crece en la Antártida… La razón hay que buscarla en uno de sus compuestos químicos.
La Antártida fue la última región de la Tierra en ser descubierta y colonizada. En 1819 -hace ahora doscientos años- el rey Fernando VII envió a Perú cuatro buques de la Armada para sofocar la emancipación de las colonias de Ultramar.
Uno de ellos era el mítico San Telmo, un navío de 74 cañones, con una dotación de 644 soldados e infantes de marina. En el estrecho de Drake se desató una descomunal tormenta que dejó herido de muerte al buque.
La última vez que se avistó fue a 62 grados sur y 70 oeste, según el meridiano de Cádiz.
Se encontraba frente a la Antártida.
Curiosamente, cerca de la isla de Livingstone, en donde ahora España tiene una base científica, y donde unos meses después el capitán de navío británico William Smith encontró los restos del naufragio de un barco español.
Es posible que, de esta forma, los españoles fuésemos los primeros en transitar por las gélidas tierras del continente antártico, antes de perecer de hambre y frío.
La isla de Livingstone pertenece a las Shetland del Sur y en el cabo Shirreff -desde 1993- hay un monolito conmemorativo que recuerda la epopeya del San Telmo.
Vegetación antártica
La Antártida es un lugar inhóspito, donde sólo los mejor preparados son capaces de sobrevivir. Aquellos que tienen superpoderes capaces de hacer frente a la oscuridad, a temperaturas extremadamente bajas –de hasta -60ºC-, a la acción del viento, a la radiación ultravioleta, a la deshidratación o a la salinidad.
El 99% del continente antártico se encuentra cubierto de nieve o hielo de forma permanente, pero en el uno por ciento restantes hay vida. Allí crecen líquenes, helechos, musgos y dos plantas: el clavel antártico (Colobanthus quitensis) y el pasto antártico (Deschampsia antárctica).
El clavel antártico tiene unas moléculas que actúan como filtro solar de forma natural. Un equipo de científicos está analizando cómo utilizar esta estrategia para proteger la piel de los seres humanos, reduciendo el riesgo de la exposición a los rayos ultravioleta.
Por su parte, el pasto antártico es una gramínea que se defiende de las condiciones adversas a través de metabolitos secundarios. Fue precisamente su obstinada resistencia la que hizo que los investigadores se fijaran en ella.
Esta planta es una hierba perenne que crece entre las rocas autopolinizándose, lo cual significa que nunca abre sus flores y que es el polen de esta planta el que fecunda el ovario de su misma flor.
Para soportar la congelación del agua que hay en su interior sintetiza unas proteínas especiales -conocidas como APF- que se unen a los márgenes de los cristales del hielo cuando empiezan a formarse.
Un antitumoral antártico
Los investigadores han conseguido identificar en esta planta un compuesto que han bautizado como antartina. Químicamente es un azúcar con un fenol, pero desde el punto de vista médico tiene propiedades muy interesantes, concretamente en el terreno de la oncología.
A nivel de laboratorio se ha comprobado que la antartina es capaz de hacer desaparecer el cáncer colorrectal y las metástasis hepáticas hasta en un treinta por ciento de los casos, aumentando de esta forma la supervivencia y, lo que también es muy importante, sin lesionar las células sanas.
Cuando se combina la antartina con la quimioterapia estándar que se administra a este tipo de tumores, la regresión neoplásíca en los ratones se produce en el cien por cien de los casos.
Todavía es más prometedor otra de las características de este compuesto, su capacidad para generar memoria inmune, esto significa que cuando el animal es expuesto nuevamente a las células tumorales es capaz de eliminarlas, sin recibir una nueva dosis de antartina.