Cómo la extrema izquierda creó la crisis actual en Chile

El problema es que no se vieron disturbios semejantes durante el segundo Gobierno de Bachelet, cuando el pasaje subió 80 pesos.

“Respaldamos las evasiones masivas convocadas por los estudiantes”, “son acciones legítimas de desobediencia civil” por el “aumento del costo de la vida”. Estas son algunas de las declaraciones del Partido Comunista de Chile avalando las protestas en contra del aumento del pasaje del transporte público de Santiago.

En tanto, el Frente Amplio, coalición de izquierda que está aliada ideológicamente con Podemos de España y los kirchneristas de Argentina, llamaba en su «Guía para realizar plan punto final» a «forzar a que los climas de violencia en la calle se extremen» en el paso 4to para lograr una división en la coalición de derecha. Los acontecimientos a posterior confirman que han logrado algo que ni en sus sueños imaginaron: la declaración del estado de excepción para Santiago, a raíz de los graves desórdenes cometidos el día viernes.

El alza del pasaje de 800 a 830 pesos chilenos (1,17 dólares) supuestamente habría causado un malestar en los usuarios del transporte público de la capital chilena, que llevó a grupos de estudiantes secundarios y universitarios a realizar evasiones masivas en el metro de Santiago. Estas protestas “espontáneas” fueron avaladas por la ciudadanía con frases como “un reclamo legítimo de la ciudadanía” y “pierden los ricos y poderosos”, aunque el metro es una empresa estatal utilizada por la clase media.

El problema es que no se vieron disturbios semejantes durante el segundo Gobierno de Bachelet, cuando el pasaje subió 80 pesos. La izquierda prefirió mirar hacia otro lado cuando ocurrió esto y no dijo nada al respecto.

Los partidos de extrema izquierda chilenos siempre han buscado incesantemente desaparecer lo que ellos llaman “el neoliberalismo explotador de Pinochet” y reemplazarlo por el modelo fracasado del socialismo. Se dicen que son “defensores del pueblo”, que luchan por “derechos sociales”, que en están en contra de la “desigualdad“ y de la “inequidad”, pero ellos en realidad son la típica izquierda caviar que vive en barrio alto, que viaja en primer clase, que tienen sus pensiones en las AFP —el Administrador de Fondos de Pensiones— (supuestamente ellos están en contra de eso) y mandan a sus hijos a colegios privados. Ellos de pueblo no tienen nada. Son la verdadera élite chilena: revolucionarios con iPhone.

Pero lamentablemente el ansia de poder de esta izquierda hizo su efecto. Logró que muchos chilenos les creyeran toda su propaganda, especialmente los jóvenes, más susceptibles y manipulables a las ideas del socialismo y del comunismo. Frases como “nos roban las AFP y las isapres (seguros de salud privados)”, “le vendimos todo a los privados” o “los sueldos son miserables” (el sueldo mínimo de Chile es de 424 dólares, el segundo más alto de la región, mientras que el sueldo mínimo de Venezuela es de 8 dólares) fueron escritas en redes sociales durante las protestas como forma de justificar el nivel de violencia de Santiago y regiones.

Lo cierto es que este tipo de grupos ha intentado hacer protestas masivas para desestabilizar el gobierno de centro-derecha como lo hicieron en el año 2011 con el infame movimiento pseudo-estudiantil, que lo único que provocó es que surgieran nuevos congresistas que viven a costa del Estado, ya que la consigna “educación pública, gratuita y de calidad” no solo quedó en el olvido, sino que también ha sido un fracaso. Por ejemplo, las universidades han tenido enormes pérdidas económicas por implementar la gratuidad en sus establecimientos y los colegios públicos han tenido una baja en la cantidad de sus alumnos.

Este movimiento sólo naturalizó la violencia como método de protesta y se ha visto con fuerza a partir de este año en el Instituto Nacional, colegio público que terminó siendo controlado por violentistas, que aparecen en las noticias por sus constantes destrozos a su propio inmobiliario y a la violencia extrema con que protestan, incluyendo amenazas de quemar vivos a profesores.

Y en el segundo gobierno de Sebastián Piñera la izquierda ha intentado imponer su propia agenda para lograr los “cambios” que Chile supuestamente necesita. Lo intentaron con una agenda feminista (una masiva marcha en el 8 de marzo de este año demostró lo fácilmente manipulable que es el chileno cuando le venden consignas políticas sin sustento real) y luego, sin éxito, quisieron imponer una agenda climática. La leve alza de los pasajes fue la siguiente causa a explotar por esta izquierda que todavía no se adapta al siglo XXI y quedó estancada en la Guerra Fría, hablando de lucha de clases y de un sistema económico “explotador”. Y el efecto ha sido devastador.

Con frases como “Chile se cansó”, “Chile tiene rabia guardada”, “Chile comenzó a despertar”, “la desigualdad es producto del modelo económico”, estos “políticos” de izquierda, muchos de ellos millennials, más inmaduros emocionalmente y propensos a transmitir eslóganes vacíos, han querido realizar demagogia barata para justificar estos acontecimientos. ¿Y qué provocó este tipo de consignas? La típica radicalización extrema con saqueos, incendios y violencia en contra de la propia ciudadanía. Las protestas se convirtieron en vandalismo puro. No extraña entonces que el presidente Piñera invocara en un principio la Ley de Seguridad Interior del Estado y posteriormente estado de Excepción y toque de queda. La respuesta de la izquierda ha sido llamar esto «represión» al “movimiento social” cuando en realidad no existen los dichos movimientos sociales. Sólo existen movimientos preparados de antemano por activistas políticos para engañar a la ciudadanía.

Chile es el país con mejor educación de Latinoamérica (80% de los jóvenes egresa de la secundaria), tiene la tasa de homicidios más baja de la región (3.46 por 100 mil hab), el segundo menos corrupto (puesto 27) y el mejor país de la zona en competitividad global, es decir la capacidad de proveerle prosperidad a sus propios habitantes (puesto 33). Estos simples datos confirman lo contrario a lo expuesto por la izquierda: somos el mejor país de Latinoamérica y deshacer esto sería un desastre irreparable no sólo para Chile sino para la propia región.