En eso se han convertido las cuadras aledañas a la nueva Terminal de Ómnibus de la ciudad, tan necesaria como nacida a la sombra de imprecisiones, contubernios e irregularidades que nublaron un proyecto tan ansiado. Ahora se le agrega ser poco menos que zona liberada para la violencia urbana más brutal, pero nadie hace nada.
Ni el municipio –que lo sabe porque es público-, ni la policía, que debería estar al frente por obligación. Pero parecería ser que el concepto “obligación” en lenguaje policial debe querer decir otra cosa, porque ni a la vista de flagrantes agresiones con abusos y con sangre son capaces de actuar. Para ellos, los de una vereda de Luro y los de la otra, o que pasa del otro lado “no es su jurisdicción”. Entonces la gente va perdiendo el miedo y cuenta. Eso es exactamente lo que nos pasó esta vez con Elena, comerciante de la zona que ya fue asaltada treinta (sí, treinta) veces.
Noticias & Protagonistas: Los vecinos comentan que viven una situación límite, sobre todo contra los que van al boliche “La Cumbre”. ¿Usted está librando una batalla contra ellos?
Elena: En realidad la batalla es contra todos. Yo tengo un negocio enfrente de la Terminal, en los últimos meses nos han robado en treinta oportunidades. De mañana, de tarde, de noche, a cualquier hora, llamamos a la policía y nadie quiere hacerse cargo: ni los efectivos de la 1ª en Independencia, ni los de la 4ª en Chile y Alberti. Cuando uno comienza a recuperarse, vuelven. Y la policía dice que no les pertenece actuar, entonces se transforma en tierra de nadie: de San Juan y Luro a 9 de Julio directamente no hay policía.
N&P: ¿Por allí circulan los del boliche?
E: A los tiros entre ellos… por eso digo que estamos muy expuestos, a cualquier cosa, pero nadie actúa. Pusieron hace un mes las cámaras en la esquina de 9 de Julio, decían que llegaban hasta Luro, pero el asunto es que no funcionan. Yo ya no sé qué hacer; es más bronca que el robo del dinero. En el último los delincuentes agarraron a una clienta dentro del negocio, nos empujaron a las dos atrás de la caja, nos manosearon, otras veces nos encierran en el baño, nos golpean, y se llevan mercadería. Ahora, ni siquiera los taxistas que están mirando enfrente son capaces de ayudar. Nadie se mete.
N&P: ¿Siempre son asaltos físicamente violentos?
E: Sí. En uno de ellos entraron dos tipos y otros dos quedaron espiando en la vereda de enfrente. Cuando salgo corriendo a gritar para que me ayuden, los persigo hasta 25 de Mayo; se metieron en las torres, donde había chicos jugando afuera. De golpe siento que uno me toma del brazo, me apunta con un arma y me dice que vuelva al negocio o me vuela la cabeza. Todos veían que yo lloraba, que llamaba a gritos a la policía, pero nadie movió un dedo. La chica del otro día, a la que manosearon, era ex esposa de un policía; vino a buscar cigarrillos y se llevó el peor momento de su vida.
N&P: Siendo tantos los episodios, que por otra parte no le ocurren sólo a usted, ¿no logran identificar a los delincuentes?
E: Deben rotar. De hecho ésta es la primera vez que los veo bien. Era un pibe de unos 20 años que entró, saludó, después sacó el arma y se puso a manosear a esta clienta a pesar de que yo le pedía a gritos por favor que no le hiciera nada. Después nos metió a las dos detrás de la caja, mi compañera se avivó y salió corriendo a pedir ayuda. Otra vez, hará unos treinta días, me asaltaron dos y se llevaron 58.000 pesos que tenía que depositar en el banco. Un desastre. Un pibe se jugó y quiso defenderme, le pedí que no lo hiciera porque estaban armados, no me creyó y terminaron clavándole una navaja en la pierna. Horrible.
Increíble pero cierto
El episodio que cuenta Elena del chico que quiso auxiliarla no termina ahí. Según ella misma cuenta, aún en medio de una crisis de nervios que no le permitía respirar normalmente, viendo el estado en que se encontraba el joven, pidió a un patrullero que lo llevara al hospital: “Me dijeron que no podían porque le correspondía al policía de la terminal, y que ellos no podían saltar la jurisdicción”, relata con angustia.
El absurdo sigue: en la calle 9 de Julio había otro móvil policial perteneciente a la Comisaría 4ª. Cuando recurrió a él, la respuesta fue que estaban en la zona por otra causa y no podían abandonarla. Observó Elena que estaban los policías de la Terminal y recurrió a ellos, siempre en estado de shock y con el herido sangrando; la respuesta fue “no se nos permite cruzar la calle”. Por supuesto, aclara, que tiene conflictos con el jefe del destacamento Terminal, pero asegura que no cederá en su esfuerzo por un cambio en las condiciones de vida. A esta altura ya está para preguntarse quién es el socio en todo esto.
“Llamé a Canal 8 para contarles, vino un muchacho y a los pocos minutos me dijo ya vuelvo, cruzó y no apareció más. Todo es así”, cuenta Elena con frustración. Incluye al 911, al que se han realizado innumerable cantidad de llamados sin suerte. Y la única vez que fueron ocurrió cuando ella golpeó a una asaltante; en ese caso llevaron demorada… a Elena, que tuvo que soportar 12 horas en la comisaría, y pagar una coima de mil pesos a un oficial para no tener que quedarse todo el fin de semana. Como estaba golpeada en la cabeza, el marido le tuvo que cerrar la herida con pegamento porque no la llevaron al hospital. Cuesta creer que esto esté pasando, y que todos callen.
VOLANTA: El hampa en la nueva Terminal
Tierra de nadie
En eso se han convertido las cuadras aledañas a la nueva Terminal de Ómnibus de la ciudad, tan necesaria como nacida a la sombra de imprecisiones, contubernios e irregularidades que nublaron un proyecto tan ansiado. Ahora se le agrega ser poco menos que zona liberada para la violencia urbana más brutal, pero nadie hace nada.
Ni el municipio –que lo sabe porque es público-, ni la policía, que debería estar al frente por obligación. Pero parecería ser que el concepto “obligación” en lenguaje policial debe querer decir otra cosa, porque ni a la vista de flagrantes agresiones con abusos y con sangre son capaces de actuar. Para ellos, los de una vereda de Luro y los de la otra, o que pasa del otro lado “no es su jurisdicción”. Entonces la gente va perdiendo el miedo y cuenta. Eso es exactamente lo que nos pasó esta vez con Elena, comerciante de la zona que ya fue asaltada treinta (sí, treinta) veces.
Noticias & Protagonistas: Los vecinos comentan que viven una situación límite, sobre todo contra los que van al boliche “La Cumbre”. ¿Usted está librando una batalla contra ellos?
Elena: En realidad la batalla es contra todos. Yo tengo un negocio enfrente de la Terminal, en los últimos meses nos han robado en treinta oportunidades. De mañana, de tarde, de noche, a cualquier hora, llamamos a la policía y nadie quiere hacerse cargo: ni los efectivos de la 1ª en Independencia, ni los de la 4ª en Chile y Alberti. Cuando uno comienza a recuperarse, vuelven. Y la policía dice que no les pertenece actuar, entonces se transforma en tierra de nadie: de San Juan y Luro a 9 de Julio directamente no hay policía.
N&P: ¿Por allí circulan los del boliche?
E: A los tiros entre ellos… por eso digo que estamos muy expuestos, a cualquier cosa, pero nadie actúa. Pusieron hace un mes las cámaras en la esquina de 9 de Julio, decían que llegaban hasta Luro, pero el asunto es que no funcionan. Yo ya no sé qué hacer; es más bronca que el robo del dinero. En el último los delincuentes agarraron a una clienta dentro del negocio, nos empujaron a las dos atrás de la caja, nos manosearon, otras veces nos encierran en el baño, nos golpean, y se llevan mercadería. Ahora, ni siquiera los taxistas que están mirando enfrente son capaces de ayudar. Nadie se mete.
N&P: ¿Siempre son asaltos físicamente violentos?
E: Sí. En uno de ellos entraron dos tipos y otros dos quedaron espiando en la vereda de enfrente. Cuando salgo corriendo a gritar para que me ayuden, los persigo hasta 25 de Mayo; se metieron en las torres, donde había chicos jugando afuera. De golpe siento que uno me toma del brazo, me apunta con un arma y me dice que vuelva al negocio o me vuela la cabeza. Todos veían que yo lloraba, que llamaba a gritos a la policía, pero nadie movió un dedo. La chica del otro día, a la que manosearon, era ex esposa de un policía; vino a buscar cigarrillos y se llevó el peor momento de su vida.
N&P: Siendo tantos los episodios, que por otra parte no le ocurren sólo a usted, ¿no logran identificar a los delincuentes?
E: Deben rotar. De hecho ésta es la primera vez que los veo bien. Era un pibe de unos 20 años que entró, saludó, después sacó el arma y se puso a manosear a esta clienta a pesar de que yo le pedía a gritos por favor que no le hiciera nada. Después nos metió a las dos detrás de la caja, mi compañera se avivó y salió corriendo a pedir ayuda. Otra vez, hará unos treinta días, me asaltaron dos y se llevaron 58.000 pesos que tenía que depositar en el banco. Un desastre. Un pibe se jugó y quiso defenderme, le pedí que no lo hiciera porque estaban armados, no me creyó y terminaron clavándole una navaja en la pierna. Horrible.
Destacado
“Pusieron hace un mes las cámaras en la esquina de 9 de Julio, decían que llegaban hasta Luro, pero el asunto es que no funcionan”. Elena
Increíble pero cierto
El episodio que cuenta Elena del chico que quiso auxiliarla no termina ahí. Según ella misma cuenta, aún en medio de una crisis de nervios que no le permitía respirar normalmente, viendo el estado en que se encontraba el joven, pidió a un patrullero que lo llevara al hospital: “Me dijeron que no podían porque le correspondía al policía de la terminal, y que ellos no podían saltar la jurisdicción”, relata con angustia.
El absurdo sigue: en la calle 9 de Julio había otro móvil policial perteneciente a la Comisaría 4ª. Cuando recurrió a él, la respuesta fue que estaban en la zona por otra causa y no podían abandonarla. Observó Elena que estaban los policías de la Terminal y recurrió a ellos, siempre en estado de shock y con el herido sangrando; la respuesta fue “no se nos permite cruzar la calle”. Por supuesto, aclara, que tiene conflictos con el jefe del destacamento Terminal, pero asegura que no cederá en su esfuerzo por un cambio en las condiciones de vida. A esta altura ya está para preguntarse quién es el socio en todo esto.
“Llamé a Canal 8 para contarles, vino un muchacho y a los pocos minutos me dijo ya vuelvo, cruzó y no apareció más. Todo es así”, cuenta Elena con frustración. Incluye al 911, al que se han realizado innumerable cantidad de llamados sin suerte. Y la única vez que fueron ocurrió cuando ella golpeó a una asaltante; en ese caso llevaron demorada… a Elena, que tuvo que soportar 12 horas en la comisaría, y pagar una coima de mil pesos a un oficial para no tener que quedarse todo el fin de semana. Como estaba golpeada en la cabeza, el marido le tuvo que cerrar la herida con pegamento porque no la llevaron al hospital. Cuesta creer que esto esté pasando, y que todos callen.