Tokio quiere facilitar la marcha de sus firmas tras evidenciarse a raíz de la pandemia por el coronavirus la excesiva dependencia del gigante asiático.
Que el mundo depende en exceso de queda patente en el astronómico superávit comercial del que goza el gigante asiático desde que en 1979 inició las reformas económicas que han convertido al país en la segunda potencia mundial. China vende mucho más de lo que compra y ni siquiera la guerra comercial que le ha declarado Donald Trump lo ha revertido. Pero lo que antes se veía como producto inevitable de una estrategia empresarial global, ahora se ha demostrado con el coronavirus que puede costar vidas.
La guerra mundial desatada para abastecerse de material sanitario en China ha dejado en evidencia una trágica e inesperada consecuencia del acaparamiento industrial que ha protagonizado el país. No son pocas las voces que se suman a la de Trump para exigir una retirada de las empresas extranjeras. Japón ha ido más allá y ha puesto 2.000 millones de euros sobre la mesa para que sus compañías abandonen China, su principal socio comercial, y regresen . También ofrece más de 200 millones de euros para aquellas que no quieran volver al archipiélago pero que sí busquen salir de China y establecerse en otro país.
Estas son partidas recogidas en el gigantesco plan de estímulo económico de más de 900.000 millones de euros aprobado para reactivar la economía nipona tras la pandemia del coronavirus, que ha terminado obligando a decretar una cuarentena similar a las de China o Europa en algunas de las zonas más pobladas del país, incluida la capital, Tokio. «Contar con este presupuesto llevará a que algunas compañías muevan ficha y propicien un trasvase», augura Shinichi Seki, economista del Japan Research Institute, en declaraciones a la agencia Bloomberg. En febrero, un estudio de la consultora Tokyo Shoko Research desveló que el 37% de las más de 2.600 empresas niponas encuestadas estaban planteándose diversificar sus bases fuera de China.
«Hacer números»
La consultoría Kearney también prevé una tendencia a la deslocalización. «La gente lleva muchos años hablando de abandonar China, pero ahora vemos que muchas empresas se lo están planteando en serio. Debido a la pandemia y a la rotura de las cadenas de suministro que ha provocado, ahora podrán hacer números sobre los riesgos que supone el país».
Sin embargo, Luis Galán, fundador de la empresa de consultoría 2Open, considera que este proceso ya se había puesto en marcha antes del estallido del coronavirus, y que tiene más que ver con el aumento de los costes laborales y las trabas para desarrollar el negocio en el mercado local.
No obstante, Jaime Orueta, consejero delegado de Job Gest, considera que en tiempos de crisis se da siempre una tendencia hacia una defensa mal entendida de lo propio. «La fabricación en China tiene como objetivo el abastecimiento del propio mercado chino, y las propias empresas chinas han comenzado un proceso de deslocalización en busca de mayor competitividad. En ese escenario, no parecen muy acertados los movimientos de proteccionismo nacionalista».