El presidente calificó de “desagradable” a la compañera de fórmula de Biden. Como ya había hecho con Obama, la atacó diciendo que “no es ciudadana” estadounidense. La senadora lo desorienta.
“Mi nombre se pronuncia ‘comma-la’, como el signo de puntuación. Significa ‘flor de loto’, el cual es un símbolo importante en la cultura india. El loto crece bajo el agua, la flor sale a la superficie, mientras las raíces quedan firmemente plantadas en el fondo del río”. Así se presenta Kamala Harris en el prólogo de su libro “The Truths We Hold: An American Journey” (Las verdades que sostenemos: un viaje estadounidense). Es una muestra de la diversidad cultural que lleva en su sangre y de los pies bien plantados que mostró como jefa de los fiscales de California. Una firmeza que vino a apuntalar la candidatura demócrata de Joe Biden para las elecciones de noviembre en Estados Unidos y que la coloca en la mejor de las posiciones para pensar en su propia carrera presidencial para 2024. Un carácter que parece desorientar al incombustible Donald Trump.
Apenas, Biden anunció a su compañera de fórmula, Trump lanzó dardos contra la firmeza de carácter de Kamala Harris. La calificó enseguida de “nasty” (desagradable, pero también se podría traducir como repugnante, asquerosa u horrible). Es una palabra que aparece reiteradamente en su vocabulario para referirse a las mujeres. El presidente también le echó en cara la oposición de la senadora a la nominación de un juez de la Corte en las audiencias de confirmación. “Fue extraordinariamente desagradable con el juez Brett Kavanaugh”, lanzó Trump y siguió utilizando la palabra “nasty” otras cuatro veces. Harris había utilizado sus dotes de fiscal para desacreditar a Kavanaugh (que, finalmente, llegó al máximo tribunal) después del emotivo testimonio de Christine Blasey Ford, una profesora universitaria que lo acusó de haberla agredido sexualmente cuando eran compañeros de estudios. “Fue desagradable a un nivel que era algo horrible”, insistió Trump. “Y no lo olvidaré pronto”.
Al día siguiente, mientras sus aliados de Fox News trataban de desacreditar a Harris por su ascendencia india y jamaiquina –dijeron que esos inmigrantes eran apenas unos “vendedores de tiempo compartido” y “prestamistas de día de pago”-, Trump se jactaba de que él tenía el apoyo de las “amas de casa suburbanas” estadounidenses. De esa manera pretendía enfrentar a la mujer negra que lucha por la integración racial en los barrios de las grandes ciudades, como Harris, con las blancas conservadoras que viven en los suburbios. “Quieren seguridad”, escribió Trump en Twitter, y agregó que “están encantadas de que haya puesto fin al programa por el que las viviendas de bajos ingresos invadían su vecindario”. Se refería a una ley de Obama que alentaba la diversificación de las comunidades estadounidenses.
Esta división y apoyo a los sectores más conservadores de la sociedad le dieron resultado a Trump hace cuatro años, pero ya no parece tener el mismo efecto. El coronavirus, las luchas por los derechos civiles, el movimiento del “me too”, la brutalidad policial y la crisis económica cambiaron a Estados Unidos y al resto del mundo. Enfrentar hoy a las mujeres entre sí y denigrar a una mujer negra no serían los mejores mensajes de campaña. Sin mencionar que las “soccer mom” (las que llevan a los chicos a jugar fútbol en los suburbios de la clase media alta) ya no tienen el mismo peso electoral. Según los datos recopilados por Lyman Stone, un investigador del Instituto de Estudios Familiares, las esposas de los suburbios que se quedan en casa constituyen sólo alrededor del 4 por ciento de la población estadounidense. Y de acuerdo a la Oficina de Estadísticas Laborales la tasa de participación en la fuerza laboral de las mujeres con hijos menores de 6 años es del 66 por ciento. Para las madres con hijos de 6 a 17 años, la tasa de participación aumenta al 77 por ciento.
Trump tiene problemas para alinear a muchos partidarios con sus comentarios sobre la raza y el género. Las encuestadoras marcan que el aspirante a la reelección no puede permitirse perder al grupo crucial de mujeres, en su mayoría blancas y en su mayoría suburbanas, que le ayudaron a ganar la presidencia en 2016. Pero en junio, una encuesta de NPR/PBS mostró que el 66 por ciento de las mujeres de los suburbios desaprobaban su trabajo. Celinda Lake, una veterana encuestadora demócrata, dijo al New York Times que el panorama se había oscurecido aún más para el presidente entre las mujeres blancas de los suburbios a medida que la pandemia del coronavirus se prolongaba y creaba más incertidumbre sobre su futuro económico, la salud de sus familias y las dudas para enviar a los hijos a la escuela. “Si depende de ese grupo para salvarse, será mejor que se ponga un chaleco salvavidas”, dijo Lake. “Les gusta la seguridad, buscan la seguridad, pero piensan que la falta de plan, el liderazgo deficiente, el no escuchar a los expertos que lo asesoran sobre la pandemia, han hecho que las cosas sean más peligrosas para sus familias”.
En este contexto, la aparición de Kamala Harris en la fórmula demócrata le complica totalmente el panorama electoral al republicano. No tiene mucho más que el término “nasty” con el que la recibió. Apenas indica que Trump la coloca entre muchas otras mujeres “desagradables” con las que les es difícil enfrentarse. Cuando estaba en un debate con Hillary Clinton en 2016, se escuchó a Trump murmurar mientras la entonces candidata demócrata hablaba: “¡Es una mujer tan, pero tan desagradable!”. A la senadora Elizabeth Warren directamente le dijo que tenía “una bocaza desagradable”. Y para él, su archienemiga, la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, “es una persona desagradable, vengativa y horrible”. Incluso Meghan Markle, la duquesa de Sussex nacida en Estados Unidos, fue considerada “desagradable” por no apoyar su candidatura en 2016.
Desde Wilmington, la ciudad del estado de Delaware donde vive y desde donde presentó a su compañera de fórmula, Biden respondió a los insultos del presidente. “Lloriquear es lo que mejor hace Donald Trump”, lanzó. “¿Alguien se sorprende de que Donald Trump tenga problemas con una mujer fuerte, o con las mujeres fuertes en general?”. Harris prefirió contraatacar por el lado de su mal manejo de la pandemia y la crisis económica: “Como todo lo demás que heredó, lo destruyó”.
A Kamala Harris, Trump ya la tenía entre cejas hace mucho tiempo. Cuando la senadora se retiró de la primaria demócrata, Trump tuiteó: “¡Qué lástima! Te echaremos de menos, Kamala”. “No se preocupe, Sr. Presidente”, respondió Harris. “Lo veré en su juicio político”. La primera reacción de su campaña –apenas una hora después del anuncio de la nominación- fue la de lanzar un video en el que se ve a Harris enfrentándose a Biden durante las primarias, particularmente el pasaje en el que le recordó que había negociado con otros senadores que apoyaban la segregación racial en las escuelas y que ella misma fue una de las niñas perjudicadas. Pero ese debate pareciera un tema demasiado alejado en el tiempo para la gran mayoría de los votantes que aún pudieran estar indecisos. Es probable que la línea de ataque en las próximas semanas venga más bien por su origen. El año pasado, Donald Trump Jr., el hijo del presidente, se preguntó en un tweet si Harris era lo suficientemente negra para abordar los problemas que enfrentan los negros americanos. Y el presidente puso en duda la legitimidad de su candidatura porque supuestamente sus padres no era residentes legales en Estados Unidos.
La que podría convertirse en la primera mujer vicepresidenta de la historia de Estados Unidos, tiene otro lado “flaco” que seguramente va a ser aprovechado por los republicanos: los antecedentes de simpatías izquierdistas de sus padres y de ella misma cuando era joven. El padre, Donald Harris, que nació en Jamaica en 1938, fue un estudiante brillante de Economía en la Universidad de Berkeley, materia que luego pasó a enseñar en Stanford, donde todavía hoy es profesor emérito. La madre, Shyamala Gopalan, de una familia del sur de India, también estudió en Berkeley donde obtuvo un doctorado en Nutrición y Endocrinología, antes de convertirse en una importante investigadora del cáncer de mama. Shyamala y Donald se conocieron en la universidad, en los círculos del movimiento por los derechos civiles en el que participaron activamente. Tuvieron dos hijas. La mayor, Kamala, escribió en su libro que recuerda vivamente “el paisaje de piernas que veía desde mi carrito de andar en las manifestaciones a las que mis padres me llevaban de niña”.
Sus padres se separaron cuando Harris tenía cinco años. Ella y su hermana se quedaron con la madre en Oakland, cuya comunidad afroamericana suplió la ausencia de vínculos familiares. Allí, Kamala frecuentaba un centro vecinal donde aprendía sobre la historia de la lucha por los derechos de los afroamericanos. Cuando visitaba a su padre en Palo Alto, los fines de semana, asegura Harris que a los demás niños no les dejaban jugar con ellas porque eran negras. Allí templó su carácter que después mostró como fiscal y senadora. Ahora, con el mismo ímpetu se prepara para enfrentar a Trump y su vice Pence. Al presidente, le apareció una dura piedra en el zapato.