Tailandia quiere abrir un poco la puerta al turismo pero sin arriesgar sus cifras de covid y ganando dinero. Y el turismo médico es la mejor apuesta para este peligroso equilibrio.
Hace más o menos un par de décadas, el reportero estadounidense Lawrence Osborne aterrizó por primera vez en Tailandia. Los motivos de su visita no fueron ni las playas, ni la gastronomía siamesa ni la vida nocturna. El escritor llegó a Bangkok buscando algo tan simple como un odontólogo. Porque, haciendo cálculos, arreglarse la boca en Tailandia —incluyendo los gastos de hoteles y vuelos— era mucho más barato que hacerlo en EEUU. Y todo con una sonrisa. Ya en aquella época el país del sureste asiático era un referente en el turismo médico.
Hoy en día, Tailandia ya no es aquel país tan barato donde por pocos billetes uno podía operarse de casi todo o maquearse la dentadura como si fuese un actor de Hollywood sin agujerear la cuenta bancaria. Si bien la sanidad tailandesa es asequible comparándola con las de otros países, en la actualidad Bangkok es más bien una capital médica para magnates asiáticos que buscan habitaciones de lujo. También es un ‘hub’ para empresarios árabes de abultados bolsillos que se dedican al petróleo y que, cuando se trata de pasar por el taller, desean que les traten como a monarcas.
Por eso, en el país más popular del sureste asiático, apostar por el turismo médico es jugar a la carta fácil: la de aceptar solo a viajeros de muy alto poder adquisitivo. Una manera de hacer realidad el mantra de que hay que apostar por el turismo de calidad, ese discurso que tanto gusta en los países más populares para el turismo de borrachera.
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Un turismo sanitario de alto nivel, además, comulga con la lucha tailandesa por venderse como el país sin coronavirus. Y es que Tailandia pelea por llegar a la fecha mágica en la que pueda anunciar que han pasado dos meses sin ningún contagio por covid-19 dentro de sus fronteras, y dicho discurso en boca del gobierno rezuma nacionalismo y orgullo. Se ha querido insinuar que la pandemia es asunto de los extranjeros y que mantener el país cerrado salvará a la nación del virus. Y si bien la economía agoniza —todos los sectores relacionados con el turismo están en respiración asistida y el Banco de Tailandia estima una caída del PIB este año del 8,1%—, todavía las condiciones para entrar en el país desde el extranjero son draconianas, en un virtual cierre de fronteras.
La cuarentena perfecta
Tailandia mantiene el espacio aéreo internacional prácticamente cerrado, si bien todas las semanas hay vuelos de repatriación y es posible abandonar el país. A la espera de anunciar unas idílicas burbujas turísticas, en las que Tailandia pudiera intercambiar turistas con naciones que llevaran dos meses sin contagios (una hazaña que solo han conseguido un puñado de países, y de manera efímera, como Nueva Zelanda, que sin embargo esta semana ha anunciado sus primeros contagios locales en 102 días), ahora mismo solo se permite la entrada de foráneos a quienes estén legalmente casados con ciudadanos tailandeses o tengan hijos de la misma nacionalidad. También pueden acceder aquellos con permiso de trabajo o algunos casos especiales, como el de las personalidades “importantes”. O dicho de otro modo, viajeros que demuestren que vienen a dejar mucho dinero o que tienen inversiones importantes por realizar.
Todos ellos, en cualquier caso, han de pasar una cuarentena forzada que tienen que pagar ellos mismos y que cuesta bastante más de mil dólares, además de que necesitan llevar seguros médicos importantes y acceder a caros vuelos de repatriación, entre otros requisitos. Con eso espera Tailandia evitar los contagios, aunque durante estos días se colaron en el país infectados por coronavirus procedentes de la diplomacia sudanesa y del cuerpo militar egipcio, visitantes para los que las restricciones no se aplican, como si el virus fuera selectivo. Para estos colectivos, el Estado de Emergencia no imponía obligaciones.
Sin embargo, poco a poco las autoridades quieren ir abriendo aún más la puerta a un grupo “selecto” de turistas extranjeros. Unos 50.000, según el portavoz del centro de control del covid-19, Taweesilp Visanuyothin. Y de estos 50.000, un importante número se pretende que sean por turismo médico.
La medida es clara, pueden matar dos pájaros de un tiro: justifican la cuarentena obligatoria con la estancia en un hospital de lujo y se aseguran que los viajeros prevean dejarse mucho dinero en el país y sean de gran capital. Las pretensiones son elevadas, esperan alojar a un millón de turistas médicos en dos años, lo que supone un ligero aumento a los tiempos previos a la pandemia de coronavirus.
Sacando pecho del sistema de salud
Da igual si quienes gobiernan Tailandia son los conservadores comandados por el cuerpo militar —desde 2014 el país está en manos de un general golpista— o los populistas que se hacían con el voto agrícola, todos los políticos cuando quieren sacar pecho hablan del sistema sanitario tailandés.
Pese a ser un país aún por desarrollar, cuentan con unos 900 hospitales públicos al alcance de casi todos y donde trabajan los mejores médicos del país. Y además también hay un sistema privado de lujo que es de los más económicos de la zona. La consultora india iGate considera que Tailandia es de los cuatro países del mundo con la mejor relación calidad-precio cuando se trata de medicina privada.
La consultora india iGate considera que Tailandia es de los 4 países del mundo con la mejor relación calidad-precio en medicina privada
De lo que se habla menos es de que la sanidad pública, pese a tener a los más brillantes médicos, dispone de muy pocos. Por eso las esperas en los hospitales del gobierno desesperan, y muchos ciudadanos nacionales cuando tienen unos ingresos mínimos optan por los seguros privados, muy asequibles y que dan acceso a un sistema privado de primera. Lo normal es que los mejores sanitarios de la pública pasen pocas horas en ella porque también operan en los centros de pago.
No obstante, el éxito internacional de los hospitales tailandeses no se debe a la pericia de sus médicos, sino a sus instalaciones y su trato. Samitivej recibe a los pacientes con un piano de cola, por ejemplo, y Bumrungrad cuenta con suites de lujo y un restaurante con chef reputado para hacer los platos de aquellos que puedan pagarlos. Este último, además, está en una de las zonas árabes de Bangkok, por lo que es el favorito de los magnates de Oriente Medio cuando tienen que pasar por quirófano.
Del cambio de sexo a la ‘in-vitro’
Donde Tailandia sí cuenta con numerosos expertos es en ciertas áreas especializadas, como la fecundación in-vitro, algo en lo que se han convertido en expertos y que cuesta en Bangkok unos 4.100 dólares. En otros países asiáticos puede ser el doble, el triple o mucho más. Pero además de ser baratos, los hospitales tailandeses tienen una alta tasa de éxito. En la actualidad, el 80% de estos clientes son chinos.
Otro de los campos de éxito del turismo médico tailandés es el de los tratamientos de larga duración. Al tratarse de una sanidad económica y a la vez lujosa, muchos pacientes deciden pasar sus días de hospital en Bangkok, principal ciudad dedicada a este negocio. Lejos quedan los días en que la capital estaba considerada uno de los lugares ‘meca’ para las operaciones de cambio de sexo, aunque curiosamente Tailandia sigue siendo el gran experto en operaciones de reconstrucción de pene. Eso se debe a la epidemia de amputaciones que se vivió en el pasado siglo, cuando en asuntos de infidelidad varonil era habitual que muchas mujeres cercenaran el miembro de sus cónyuges.