El Estado multiétnico de Etiopía corre peligro de desmoronarse

El Premio Nobel de la Paz al jefe de Gobierno de Etiopía, Abiy Ahmed, hace menos de dos años, fue un error. Etiopía se hunde en una guerra que amenaza con desestabilizar a toda la región, opina Ludger Schadomsky.

Cuando el enviado especial de Estados Unidos, Jeffrey Feltman, viaje una vez más hacia Adís Abeba, la comunidad internacional estará haciendo un último intento desesperado de rescatar al gigante tambaleante en el Cuerno de África.

Feltman intentará persuadir al primer ministro de Etiopía, Abiy Ahmed, para que acepte un alto el fuego y conversaciones de paz. El objetivo: poner fin a la guerra que se ha estado librando durante un año entre el Gobierno Federal de Etiopía y el Frente de Liberación Popular de Tigray (TPLF), antes de que el conflicto se traslade a la capital.

Ya hace tiempo que esta guerra se extendió más allá de Tigray, y ha devastado la mitad del país. Una guerra en la que, además de los vecinos Sudán y Eritrea, están involucrados países como Irán, Turquía, Emiratos Árabes Unidos, Rusia y China.

Desestabilización durante décadas

Es por eso que el conflicto etíope tiene lo necesario como para desestabilizar durante años y décadas no solo al Cuerno de África, de importancia estratégica. También está abriendo una brecha en la comunidad internacional, en la cual, una vez más, se permite a Pekín y Moscú llevar a cabo una política de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU.

El hecho de que el primer ministro Abiy, inicialmente apoyado con euforia por Occidente, le haya dado la espalda a los estadounidenses y a los europeos, volviéndose hacia el este, es una de las lecciones más amargas para los representantes de política exterior y de seguridad del Viejo Mundo.

El sangriento final de la primavera etíope es, en múltiples sentidos, trágico, en especial para los 100 millones de etíopes que esperaban un futuro mejor, tras el cambio pacífico en 2018. Trágico, también, porque la economía etíope, desde ya golpeada por una inflación galopante y la la pandemia del coronavirus, sufre bajo el peso de la guerra, y el círculo vicioso de pobreza y hambre seguirá girando.

Finalmente, es trágico porque los socios occidentales de la reforma etíope volvieron a fracasar escandalosamente, una vez más, luego de la debacle de Afganistán. Fue grotescamente ingenuo apoyar políticamente la nominación del supuesto reformador al Premio Nobel de la Paz.

Como recordatorio: el premio fue otorgado a Abiy debido a su acuerdo de paz con la vecina Eritrea, país cuyos soldados iban a cometer, dos años después, los más graves crímenes contra los derechos humanos en Tigray.

La balcanización de Etiopía

Las capitales occidentales estaban enceguecidas por su ímpetu reformista. La historia etíope de éxito, con un primer ministro joven y carismático, que pacificaría al segundo país más poblado de África y estabilizaría la región, era demasiado tentadora. Sin embargo, subestimaron la dinámica de ese Estado multiétnico.

Un rápido vistazo a la historia etíope hubiera bastado para entender que la profunda rivalidad entre las grandes etnias de los oromo, amhara y tigray no se puede maquillar solo con gestos y políticas simbólicas. Casi no hace falta decir que la Unión Africana (UA), con sede en Adís Abeba, incumplió una vez más su pretensión de ofrecer “soluciones africanas a los problemas africanos”.

Por supuesto, sería demasiado fácil echarle la culpa a la comunidad internacional por el reciente y fallido proyecto de reforma. La cultura de la desconfianza, profundamente arraigada en el ADN etíope, junto con una casta política incapaz y etnocentrista, asfixia cualquier tímido intento de democratización.

Quien escuche, por ejemplo, el desconcierto y el asombro de intelectuales etíopes acerca de las conversaciones de coalición en Alemania entenderá que será necesario que pasen generaciones antes de que se instale una cultura del compromiso en Etiopía.

La sociedad civil etíope está demasiado debilitada como para intentar dar pasos posautoritarios. Así las cosas, encender el polvorín que es Etiopía, con sus más de 80 etnias, es tarea fácil para los saboteadores. El odio étnico derrama su veneno en las redes sociales como nunca antes.

Uno de los errores más grandes del Comité del Premio Nobel

Abiy Ahmed, el dinámico reformador que, con su encanto, prometía conciliación, hoy vocea amenazas marciales y llama a los civiles a la batalla final, y será recordado como uno de los errores más graves en la historia del Comité del Premio Nobel, al cual no le faltan precisamente decisiones equivocadas.

Y la antigua camarilla gubernamental del TPLF, que controló durante un cuarto de siglo la política, la economía y el Ejército, volverá a jugar un papel. Esta es una noticia particularmente buena para los nostálgicos en Occidente, que elogian la disciplina y la moral del antiguo movimiento guerrillero. El 94 por ciento restante de la población, por otro lado, tiene sentimientos muy encontrados acerca de esta nueva constelación.

“El país con 13 meses de sol”: así promueve a Etiopía el organismo turístico nacional. Pero la política del buen clima de Abiy Ahmed fracasó estrepitosamente. ¿Cuándo llegará la próxima primavera política? Nadie puede predecirlo seriamente. En primer lugar, ahora solo se trata de evitar más derramamiento de sangre y la toma de Adís Abeba.