Mauricio Ríos parece vivir en una fiesta eterna de cumbia y champagne. De suyo ordinario como diente de madera, se mueve a sus anchas como bagre en el arroyo: cuanto más turbia el agua, más cómodo se lo ve.
Aún se le debe a la sociedad una explicación sobre cómo «Mauri» se movía a sus anchas durante la eterna cuarentena en la que a todos se nos restringieron nuestros derechos civiles en nombre del latiguillo del «te estamos cuidando». Vallas, controles, muretes para impedir el ingreso por caminos alternativos y sin embargo Ríos atravesaba tres distritos —General Pueyrredon, Mar Chiquita y Pinamar— para ir y venir de la casa usurpada que ocupaba en Cariló.
Tenía autorizar para circular y al respecto no hay ni una sola acta. Cuando saltó el escándalo de la usurpación en Cariló, quedó en claro que no sólo era su amigo Christian Marcozzi el que lo apañaba: éste ya había sido eyectado de la fuerza por un video en el que se lo veía golpeando a un delincuente colombiano que tenía en su poder veinte celulares robados. La foto de ambos abrazados en el agua dio la vuelta por todos los medios luego de ser publicada en N&P.
Ahora, Marcozzi, es un pichichi, sin poder real: sólo tenía un poder delegado, e instrucciones de serle útil a Ríos, quien tenía y aún tiene protección política. La cortina de humo de vincularlo a Rudy Ulloa sirve para, al modo del tero, gritar lejos del nido. Ulloa es otro miserable, enriquecido con la plata de la sociedad. Pero ese no es el tema.
Es verdad a gritos que Ríos se ha jactado tanto de tener amistad con Christian Ritondo como con Sergio Berni. Lo digo coloquialmente: «no jodan»: el entorno de Mauricio Ríos exhuda poder en la persona de un impresentable que la va de guapo y de deudor serial.
De lo ocurrido señalo: Ríos no es responsable del crimen. El asesino es, cuando menos, un fulano de cuentas. Atravesó medio país —de Tucumán a Mar del Plata— armado y con la intención de emplear esa arma, tal como lo hizo. En esta locura entre un sujeto como ríos, una fiesta de cumpleaños de berretolandia (sic), hay un interrogante: ¿quién era el muerto?
El diario del vacunado VIP se cuidó muy bien de nombrar a Ríos, citando: «fiesta de cumpleaños de un empresario de Mar del Plata». ¿En serio? ¿Empresario? Pero, amén de esta clara muestra de connivencia, hay un dato enorme: ¿quién es el asesinado, Maximiliano Rhil? No existe en las redes, no tiene CUIT o CUIL. Hay publicada una sola imagen, justamente por el medio de Ladrey. Todo muy extraño.
La opereta para poner el foco en Rudy Ulloa se armó ipso facto. Horas después de los hechos, el título destacado era la relación entre Ríos y Ulloa y la necesaria presencia de la hija de este último por ser pareja de quien fue sindicado como asesino, Juan Piero Pinna. Como en una mamushka, aparecen individuos sin pasado ni presente en Mar del Plata en medio de latrocinios y pujas que concluyen en un crimen.
Demasiadas preguntas sin respuesta.