El Kremlin, receloso de una leva en el orden nacional para la guerra de Ucrania, ofrece bonos en efectivo y emplea tácticas de mano dura.
Recientemente, cuatro veteranos rusos de la guerra en Ucrania publicaron videos en internet para quejarse de lo que denominan un trato “mezquino” tras su regreso a la región rusa de Chechenia, luego de seis semanas en el campo de batalla.
En un video, un exsoldado dice que le negaron el pago de los casi 2000 dólares que le habían prometido. Otro critica a un hospital local que no quiso extraerle esquirlas que tenía alojadas en el cuerpo.
Sus reclamos públicos dieron resultado, pero no el que esperaban. Un asistente de Ramzán Kadyrov, el autócrata que dirige Chechenia, se despachó contra ellos en la televisión diciendo que eran unos ingratos y los obligó a retractarse. “Me pagaron mucho más de lo que me habían prometido”, se desdijo entonces Nikolai Lipa, el joven ruso que había denunciado que lo habían estafado.
Por lo general, este tipo de quejas caen en oídos sordos, pero la rápida amonestación deja en claro que las autoridades rusas quieren sofocar cualquier crítica contra el servicio militar en Ucrania. Los rusos están desesperados por conseguir más soldados, y ya están utilizando lo que algunos analistas denominan “leva sigilosa” para incorporar reclutas sin recurrir a una leva nacional, muy riesgosa en términos políticos.
Para compensar la escasez de efectivos, el Kremlin se apoya en una combinación de mercenarios, ciudadanos ucranianos de los territorios separatistas, minorías étnicas pobres, y unidades de la guardia nacional militarizada. A los voluntarios les promete considerables incentivos en dinero en efectivo.
“Rusia tiene un problema de reclutamiento y movilización”, dice Kamil Galeev, analista ruso independiente y exmiembro del Centro Wilson, en Washington. “Básicamente, Rusia está desesperada por conseguir más hombres y apela a cualquier recurso.”
Ambos bandos mantienen en secreto la cantidad de muertos y heridos en combate. Recientemente, las fuerzas militares británicas estimaron que, de una fuerza invasora de 300.000 hombres –incluidas las unidades de apoyo–, la cantidad de muertos rusos asciende a 25.000, mientras que los heridos se cuentan en decenas de miles.
Sin embargo, los expertos dicen que el presidente ruso Vladimir Putin se contuvo desde un principio de lanzar una leva nacional y se ha negado a poner a Rusia en pie de guerra, que habría permitido que las fuerzas militares empezaran a convocar a los reservistas. Así que el Kremlin ha buscado otras maneras de que completar los reemplazos en los batallones.
Al evitar la leva de todos los adultos mayores, el Kremlin puede seguir manteniendo la ficción de que la guerra es una “operación militar especial” limitada, y también minimizar el riesgo de un coletazo negativo de la opinión pública, como sucedió en las debacles militares previas de Rusia en Afganistán y en la primera guerra de Chechenia.
Por la indignación popular que desató esa guerra en Chechenia, Rusia tuvo que prohibir el envío al campo de batalla de reclutas sin entrenamiento: ahora los hombres de entre 18 y 27 años tienen que completar un año de servicio militar obligatorio. Sin embargo, las revelaciones de que cientos de ellos han sido desplegados en Ucrania, —incluidos algunos de los marineros que murieron cuando los ucranianos hundieron el Moskva, el buque insignia de la flota rusa en el mar Negro—, desataron la furia de los padres de familia, algo que el Kremlin precisamente había intentado evitar.
Numerosos analistas han planteado dudas acerca de la posibilidad de que Rusia pueda sostener su ofensiva en Ucrania sin lanzar una movilización general de la población. Igor Girkin, un analista militar y crítico frecuente de la estrategia en Ucrania, dice que Rusia no puede conquistar todo el país sin instalar la leva.
Pero el Kremlin parece determinado a evitar esa medida tan drástica. En cambio, los entes de reclutamiento han optado por alistar repetidamente a los reservistas, ofreciéndoles incentivos en efectivo por despliegues de corta duración. Los hombres con formación militar previa también recibieron miles de publicidades por internet de las oficinas de reclutamiento del Ministerio de Defensa ruso. Y en sitios de empleo globales como Head Hunter aparecieron anuncios en busca de ingenieros de combate, operadores de lanzagranadas y hasta comandantes de escuadrón de paracaidistas.
Los salarios ofrecidos a algunos de los voluntarios van de 2000 a 6000 dólares por mes, y son mucho más altos que el salario promedio en Rusia, de unos 700 dólares mensuales. Antes de la guerra, los contratos para los soldados rasos apenas llegaban a los 200 dólares.
Los anuncios rusos en internet evitan mencionar Ucrania, y las ofertas de despliegues breves, por lo general de tres meses, tienen como objetivo minimizar el temor de los reservistas a no regresar vivos de la guerra. “Tal vez primero buscan hacerlos ingresar a las fuerzas armadas, y cuando ya están ahí, recién decidir qué destino les dan”, dice el analista Galeev.
El elevado número de soldados muertos provenientes de las repúblicas más pobres y pobladas por minorías étnicas, como Daguestán en el Cáucaso y Buriatia en el sur de Siberia, es un claro indicador de que los mandan desproporcionadamente a las primeras líneas de batalla. Según estadísticas compiladas a partir de fuentes públicas por el medio de noticias independiente MediaZona, en junio murieron 225 hombres oriundos de Daguestán y 185 de Buriatia, mientras que solo perdieron la vida nueve soldados de Moscú y 30 de San Petersburgo.
Y a los conscriptos de las minorías los presionan para renovar sus contratos con el ejército. “Les dicen que si regresan a su ciudad natal, no van a encontrar trabajo y que es mejor quedarse en el ejército para ganar buen dinero”, dice Vladimir Budaev, vocero de la fundación Buriatia Libre, un grupo antibélico que defiende los intereses de los buriatos desde el extranjero.
A la hora de juntar soldados, el histórico tabú parece quedar en un segundo plano.
Las autoridades de Chechenia, Ingusetia y Daguestán anunciaron que formarán regimientos conformados íntegramente por hombres de la región, con la evidente esperanza de que el nacionalismo local inspire a los voluntarios. Las fuerzas militares evitan el tipo de leva masiva que se usó desde la época de los zares, por temor a fomentar los movimientos separatistas.
En la batalla por Lugansk y Donetsk en la región del Donbass, al este de Ucrania, las fuerzas militares rusas no anduvieron con sutilezas, como los incentivos en dinero: en áreas bajo el control ruso, la conscripción es obligatoria para todos los varones de 18 a 65 años, y los combatientes enviados a la primera línea de frente son mayormente los conscriptos locales.
Como esos conscriptos son ciudadanos ucranianos, los miles de muertos y heridos generan un impacto mínimo en Rusia, así que el Kremlin maneja el número de bajas con total despreocupación.
A algunos de los conscriptos los sacaron directamente de la calle y los llevaron a las trincheras con armas obsoletas y muy poco o ningún entrenamiento, según denuncian familiares y analistas militares. “Es el modelo colonial de utilizar a los conscriptos locales como carne de cañón”, dice Galeev.