Anne Tropeano plancha la ropa bien temprano, sabe que tiene por delante un día ajetreado. Saca del clóset un alba blanca sin estrenar, una estola y una casulla con bordados celestes y terminaciones de hilos dorados.
En el calendario que cuelga de la pared, escribió hace tiempo con marcador rojo: “Día de la ordenación”.
También se ocupa de hacer llamados para coordinar el operativo de seguridad privada que ha contratado para la iglesia porque anticipa que puede haber alguna manifestación hostil.
“Es un asunto que genera tensión, no todo el mundo está abierto siquiera a considerar la posibilidad de que las mujeres sean ordenadas al sacerdocio católico“, dice Tropeano, y apura el paso de los preparativos.
No solo le preocupa la hostilidad de algún vecino de Albuquerque, la ciudad donde vive, en el estado de Nuevo México, Estados Unidos. Desde que publicó en internet que planeaba volverse sacerdote católica, dice que ha experimentado niveles “asombrosos” de acoso y matoneo por las redes.
Tropeano es una de más de 200 mujeres en todo el mundo ordenadas en el marco del movimiento por el sacerdocio femenino en la Iglesia católica romana, que deciden tomar parte en ritos no autorizados para convertirse en presbíteras, en claro acto de rebeldía contra el Vaticano.
La Iglesia católica no autoriza el sacerdocio para las mujeres; tanto, que violar la restricción es considerado uno de los crímenes más serios en el derecho canónico y se castiga con la excomunión inmediata.
“Eso significa que no me permiten recibir sacramentos, como la comunión o la confesión, pero también me limita si quiero tener un funeral en una iglesia cuando me muera”, detalla Anne.
“La amenaza de la excomunión fue la razón por la que demoré tanto esta decisión. Porque toda mi vida era en la parroquia, yo iba a misa todos los días, trabajaba allí… Así que fue duro hacerme a la idea de que voy a perder todo eso”.
Tropeano es una católica devota, que lleva 14 años en el “proceso de discernimiento” de su vocación. Antes pasó por distintos trabajos, incluido el de tour manager de una banda de rock.
“Empecé a escuchar ‘Tú eres mi sacerdote, eres sacerdote. Quiero que seas sacerdote’. Y me preguntaba, ¿es realmente Dios quien me habla? Porque me está pidiendo que haga algo que va contra las reglas…”
Pensó en elegir algún otro rol habilitado para las mujeres en la Iglesia, como el de monja o laica consagrada. También evaluó abandonar el catolicismo y pasarse a otra religión cristiana que autorice el sacerdocio femenino.
Hasta que sintió claramente, dice, que las reglas vaticanas no podían interponerse en el camino de su vocación.
“Una vez que reconocí que era el siguiente paso, la excomunión simplemente se volvió parte del proceso”.
Ella, como muchas otras mujeres del movimiento, también entiende su ordenación “ilegal” como una manera de hacer campaña contra lo que consideran es una postura sexista y discriminatoria impuesta por las autoridades eclesiásticas.
Desde el judaísmo reformado a las ramas más progresistas del protestantismo, otras religiones han abierto la puerta a las mujeres en los altares. Para el Vaticano, en cambio, uno de los argumentos con los que se restringe la ordenación sacerdotal se basa en la interpretación del relato bíblico que dice que Jesús eligió a doce apóstoles hombres, y estos a su vez eligieron como acólitos a otros hombres, y la Iglesia ha dado continuidad a esta premisa de sucesión.
Para Tropeano, el impacto que esta regla tiene sobre la equidad de género es inconmensurable.
“La Iglesia enseña mediante sus acciones que está bien excluir a las mujeres. Las mujeres aprenden esto, los niños y niñas aprenden esto, los hombres lo aprenden… y luego todos van al mundo y viven de acuerdo a esta regla”, señala.
En un crucero
El movimiento de mujeres sacerdote se volvió visible en 2002, a partir de una controvertida y muy publicitada ordenación colectiva. Un grupo de siete mujeres tomaron parte en una ceremonia no autorizada en un barco sobre el río Danubio, en la frontera entre Austria y Alemania.
Conocidas luego como “Las siete del Danubio”, el grupo organizó el rito en aguas internacionales para evitarse conflictos con alguna diócesis y la “ordenación” fue oficiada por dos obispos de la Iglesia católica.
Antes se habían reportado otras ordenaciones secretas, como la de Ludmila Javarovadá en una iglesia clandestina de la Checoslovaquia comunista, en los años 70.
Pero desde la ordenación del Danubio, las mujeres se han consolidado en un movimiento. Aunque por ahora la mayoría de las adherentes son de Europa, Canadá y Estados Unidos, sus ordenaciones han crecido sin pausa.
“A mí me invitaron a participar en el Danubio, pero yo no quise. Dije, ¿cómo voy a explicar a la gente que me ordenaron en un crucero?”, dice y se ríe Olga Lucía Álvarez Benjumea.
La colombiana es considerada la primera “presbítera” en América Latina, una región de interés para el movimiento y un bastión para el catolicismo, con más del 40% de la población católica del mundo, de unos 1.300 millones de creyentes.
No fue a bordo de un barco, pero sí en otro país para ahorrarse problemas en el propio.
“Me ordenaron en Sarasota, Estados Unidos, en 2010”, señala Álvarez, que, sin embargo, asegura que tiene el apoyo silencioso de muchos en Colombia.
“Podemos decir que del clero religioso, de muchas religiosas y de algunos obispos, pero no decimos sus nombres para no crearles conflicto”.
Una vez ordenada, Álvarez se instaló en Medellín, donde su ministerio se concentra en los barrios más pobres y en el trabajo casa a casa de quienes quieran recibir sus servicios sacerdotales.
“Yo tenía mucho miedo de presentarme en el altar, pues de que la gente de pronto empezará a insultarme o tirarme cosas”, dice, sobre todo “en una ciudad como Medellín, ultraconservadora”.
“Así que para mí fue de una gran sorpresa el apoyo que recibí de la gente, eso me estimulaba y se perdió el miedo”.
Álvarez viene de una familia “toda muy católica apostólica romana“, con una madre que antes de casarse había sido monja carmelita y dos hermanos sacerdotes.
“De mamá siempre tuve el apoyo. Le faltaba poco tiempo para morir y yo le conté en qué estaba metida. Y en su lecho de enferma de 93 años, me dijo ‘Lo que tú estás haciendo, a mí me hubiera gustado hacer’. Yo sentí ahí su gran apoyo de una mujer que quería una hija liberada”.
De uno de sus hermanos también ha recibido un signo que ella considera muestra de respaldo suficiente.
“Un día me dio una patena y un cáliz en silencio. Creo que con eso me lo dijo todo”, dice Álvarez, que ahora ha sido promovida a obispa dentro de la Asociación de Mujeres Sacerdote Católicas Romanas (ARCWP, por sus siglas en inglés), una entidad que no reconoce el Vaticano.
Como otras en el grupo, insiste en que no ha nada en la Biblia que sostenga la premisa de que las mujeres no pueden acceder al sacerdocio.
“Es una ley humana, es interpretación… y como ley injusta que es, no considero que haya que obedecerla”.
El sentimiento lo comparte la Conferencia para la Ordenación de Mujeres (WOC, en inglés), un grupo dedicado a hacer lobby en el Vaticano. Que busca instancias de diálogo, pero también aprovecha el espacio público para visibilizar su campaña.
Su directora ejecutiva, Kate McElwee, dice que su labor favorita es la del Ministerio de Irritación, el principal brazo activista de la WOC que ha llevado a cabo performances diversas, desde lanzar humo rosa durante el último Cónclave papal hasta bloquear el paso del Papamóvil. La policía vaticana se ocupó de disipar sus reuniones y McElwee sonríe nerviosa cuando recuerda los arrestos por atentar contra el orden público.
“Caminamos con estas mujeres que sienten la vocación y esperan que el Vaticano les abra las puertas y confronte su pecado de sexismo”, dice.
“Pero mientras tanto, a otras mujeres se les hace imposible esperar, el llamado de Dios que sienten es tan fuerte que no les queda más alternativa que violar una regla injusta”.
La “puerta cerrada”
La Iglesia católica ve estas ordenaciones no solo como ilícitas, sino también como inválidas.
Cuando se hizo público el ritual de las siete del Danubio, el cardenal Joseph Ratzinger -luego papa Benedicto- declaró que las participantes serían excomulgadas “por la más seria ofensa que han cometido” y por no mostrar signos de arrepentimiento.
Luego, el papa Francisco se ha referido varias veces al asunto del sacerdocio femenino. Cuando en 2016 le preguntaron si la postura del Vaticano podría cambiar, aludió a un muy citado documento de uno de sus predecesores, Juan Pablo II, que señala que “la puerta está cerrada” para la ordenación de mujeres.
“Declaro que la Iglesia, no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia”, expresa la Carta apostólica sobre la ordenación Sacerdotal reservada solo a los hombres, de mayo de 1994.
Según el papa Francisco, esa declaración todavía “se sostiene”.
A apenas unos metros de la basílica de San Pedro, el corazón del Vaticano, Nathalie Becquart es la encargada de poner voz a la postura de la Iglesia ante el aumento de las “ordenaciones” ilegales.
Becquart, una monja francesa de la congregación de Xavières, es la primera mujer en la historia con derecho a voto en asuntos del Vaticano, una de las mujeres más poderosas de la Iglesia por estos días, dicen muchos.
En 2021, el papa Francisco la designó subsecretaria en el Sínodo de Obispos, una asamblea que lo asesora directamente en temas clave. Una de varias mujeres nombradas en los últimos años por el Pontífice en puestos importantes, en una decisión que muchos leyeron como un primer paso en reconocer que las mujeres deben tener más voz en la gobernanza de la Iglesia.
En su escritorio en la oficina del Sínodo -rodeada de libros, cuadros y una foto en la que ella sonríe junto al Papa-, Becquart explica con calma, deshilvana con paciencia posibles interpretaciones bíblicas, reconoce el rol cambiante de las mujeres en la sociedad de hoy.
Pero no deja lugar a duda sobre la postura frente al sacerdocio de mujeres.
“Para la Iglesia católica en este momento, desde un punto de vista oficial, no es una pregunta abierta”, le dice a BBC Mundo.
“No es solo cuestión de si tú te sientes llamada al sacerdocio, es también un reconocimiento de que la Iglesia te llama a ser sacerdote. Tus sentimientos o tu decisión personal no son suficientes”, agrega la religiosa.
Cree que hay un proceso de cambio en marcha que se nota en el acceso de más mujeres -como ella- a posiciones de liderazgo de la Iglesia, pero en “roles que están desconectados de la ordenación”.
Además, dice, el cambio “nunca es sencillo” y enfrenta siempre “miedos y resistencia”.
“Creo que tenemos que ampliar la visión de la Iglesia. Hay muchas, muchas formas para las mujeres de servir a la Iglesia”, apunta Becquart.