¿Hospital de campaña?

La fenomenal crisis del sistema público de salud, generada desde la política y replicada en la atención al vecino, lleva al Hospital Interzonal General de Agudos (HIGA) a una situación límite. Pocos médicos en la guardia, un jefe del área que fundamenta su renuncia, y la debilidad de uno de los eslabones supuestamente más robustos de la cadena al descubierto.

Cuarenta mil pacientes por año en demanda de guardia, sin contar los hechos policiales, son los que se tratan en el HIGA. Otros cinco mil llegan al área en situación de emergencia a lo largo de los 365 días. Todo abordado por menos médicos de los que se pueden contar con los dedos de una mano. Así de escasa y paupérrima es la situación que atraviesa uno de los nosocomios más importantes de la provincia de Buenos Aires —y el más importante de la denominada «Buenos Aires profunda»— que da cobertura a las necesidades sanitarias de mediana a alta complejidad en una ciudad como Mar del Plata, con 650 mil ciudadanos estables relevados en los censos, más los turistas que llegan en verano, y la población estable de una veintena de localidades que son parte de la Región Sanitaria VIII.

Los datos son elocuentes, y los requerimientos urgentes: la guardia necesita de seis médicos trabajando las 24 horas del día, pero en el mejor de los casos solo llegan a ser cuatro, con la carga horaria completa, en solo uno de los siete días de la semana. La misma cantidad de profesionales se logra en otras dos ocasiones semanales, pero sólo atendiendo 12 horas. Es decir, medio día. El resto de los días son tres los médicos, de sol a sol.

El problema es que, cuando uno de ellos se enferma, o por alguna causa no puede estar de servicio, se recarga el trabajo en las apenas dos personas restantes. Y son esas dos personas quienes deben responder por la salud o integridad de los pacientes que llegan por doquier. Las estadísticas hablan de 12 a 15 emergencias diarias; 20 urgencias, y de 30 a 35 internaciones, promedio, por jornada. Todo muy disparatado.

La renuncia

En el último mes sacudió el espinel de la política lugareña el alejamiento del jefe del Servicio de Emergencia y Trauma, Dr. Walter Suárez, quien expuso, con una carta de renuncia abierta que se difundió rápidamente desde el HIGA hacia la comunidad, los motivos concretos de su salida del cargo en la guardia: dos carillas donde se cuentan los datos mencionados anteriormente, y se describe la realidad de un hospital abandonado a la buena de Dios, en el que pacientes y médicos son parte de un tablero macabro, donde la vida y la muerte son dos caras de una misma moneda —como es habitual—, pero exacerbada por la falta de empatía de un gobierno provincial que deshoja la margarita electoral sin considerar que, dentro del mismo lodo, están ellos, sus candidatos y la gente.

Menciona Suárez, entre los puntos más destacados —aunque en verdad, la síntesis que formula es muy relevante de punta a punta— que «las reiteradas intervenciones de la Dirección —habla del hospital, claro— sobre la residencia del servicio, ya desembocaron en la renuncia de la instructora de residentes y con ello a que las concurrentes del servicio busquen cambiar a ser parte de la UTI». Y agrega que «esto llevó a que todo el trabajo programado para el verano con los residentes y concurrentes se desarmara y hoy solo queda 1 residente de 2º año y sin instructor de residentes». ¿Tan mal no lo podían pergeñar? Veamos…

El hecho es que, según cuenta el aún jefe de guardia —la renuncia se hará efectiva el 1° de febrero de 2023—, cuando se incorpora un nuevo profesional al área, la Dirección decide horarios y días de trabajo sacando de en medio una opinión clave, como es la del jefe del servicio. Y la Dirección se ubica, de manera concreta y desde un escritorio alejado del campo, sobre el área. En realidad, apunta el jefe de la guardia del HIGA, «la Dirección debe acompañar y no pretender manejar la Guardia». Sí, se podía hacer peor.

Y es que, a pesar de los esfuerzos del personal, que le pone el cuerpo literalmente a la situación, las mejoras planteadas para el sector nunca llegan. Es más: al no haber intervención sobre los problemas, estos se agudizan.

La parodia que realizó el concejal radical Gustavo Pujato en la última sesión del Concejo Deliberante, la semana pasada, para visibilizar y exponer la crisis en el HIGA, era necesaria: los curules del kirchneristas del Frente de Todos se molestaron cuando el concejal le corrió el velo a la realidad mostrando una palangana y una pava eléctrica, explicando que los pacientes del nosocomio están siendo pauperizados en la calidad de atención. A veces, hasta compartiendo utensilios fundamentales para el aseo y, por norma, sin privacidad.

Todo quedó grabado en la memoria de la comunidad local, porque ocurre que, en el HIGA, a la gente se la resume a cosas. Simplemente cosas, con todo lo que ha criticado el kirchnerismo durante estas dos décadas: la nunca justificada cosificación a integrantes de distintos colectivos sociales. Sin embargo, en la gestión kirchnerista, parece que la deshumanización y cosificación ejecutada desde la poltrona o no ocurren, o no hay que exponerlas. Claro, el perpetrador no quiere que se reconozca al perpetrado.

En ese marco, Suárez elige no ser victimario ni de sus compañeros médicos, ni de la gente que llega para ser atendida, y remarcaba en su carta de renuncia que pidió cambios y mejoras para profesionales y pacientes, pero nunca llegaron. Denunció las fallas edilicias, síntoma del abandono actual: «pérdida de agua en el baño del personal de la Guardia desde hace varios meses lo que inutiliza su uso; condiciones deplorables de internación de los pacientes, a los que se los pone expone ante la pérdida de intimidad y de dignidad; la mala calidad de la comida que reciben médicos y pacientes» y varias otras.

De mil y una campañas

Fue el HIGA, durante el desarrollo de la pandemia, el que recibió presupuesto para ampliar las áreas de atención de los pacientes covid y hasta un hospital modular. Eso iba a descongestionar el resto del hospital, de por sí muy requerido por la amplia cobertura que brinda a General Pueyrredon y la región. Sin embargo, dada por terminada pretenciosamente la pandemia por parte del Gobierno, el hospital volvió a lucir las máculas inocultables, pese al maquillaje que se le impone para los tiempos electorales.

Las últimas obras importantes que recibió el HIGA —que fueron justamente sobre el área de la guardia y la remodelación del segundo piso de internación— se hicieron durante la gestión de la ex gobernadora María Eugenia Vidal. Desde que Vidal no está en la función, pasaron tres años. Hechos son hechos. Relatos son relatos. El hospital carece de gas por el robo de los reguladores del servicio que presta Camuzzi. La falta de gestión pública hizo que la ausencia se haya extendido por casi dos meses. Por eso, para la higiene de los pacientes, se usa una pava eléctrica. Tampoco hay gasas ni insumos, y se le pide al contribuyente que lleve remeras blancas para higienizar y luego convertir en material de uso para curaciones. Todo exhibido en el Concejo Deliberante hace menos de quince días.

Esta crisis no ocurre en Ucrania o Rusia, en medio de un triste y absurdo conflicto bélico. Sucede al oeste de la ciudad, sobre la avenida Juan B Justo. Pero, quienes alguna vez transitaron los pasillos de ese edificio resaltan, casi de manera concordante, que una cosa son los médicos y otra cosa son las estructuras. Tanto las edilicias, como las de administración y dirección.

¿Falta personal? Sí. Y se generan ingresos, pero no sobre los cuadros médicos. Así lo refleja Suárez cuando dice que «entra gente para la parte administrativa pero no se ofrecen cargos médicos», aunque hace mucha falta la adecuación de los planteles profesionales. Y, encima, los sueldos están por debajo de la media de los que se cobran en el sector privado de salud, lo cual aleja las posibilidades de que los médicos quieran llegar a trabajar allí.

La renuncia de Suárez refleja hartazgo. El suyo, y el de otros médicos que no pueden más con la desidia manifiesta. Que requieren de reconocimiento, pero también de instrumentos e insumos para poder satisfacer la demanda. El HIGA hoy está en frágil condición para resolver urgencias porque el segundo y tercer nivel de la salud, en manos del estado, ha implosionado de manera dramática.

Ese hartazgo de los médicos del hospital regional queda perfectamente expresado en la carta de renuncia del jefe de Guardia cuando se dirige a pares y no pares que opinan que «la guardia está mal». Y les dice dos cosas: la primera, «VÁYANSE A LA M(…)» y la segunda «antes de hablar vengan a trabajar a la guardia».

Más genuino, no se consigue.