Pasó más de cuatro años preso por matar a un ladrón: “Fueron las galletitas y cigarrillos más caros de mi vida”

El tornero José Rodríguez (30) fue declarado “no culpable” por un jurado popular. Este lunes volverá a trabajar, en José C. Paz.

José Rodríguez (30) estaba a muy poco de cumplir el sueño de todo trabajador de clase obrera: terminar su casa propia y de material, con ambientes para que cada uno de sus hijos tuviera su pieza. Hacía meses que se había mudado de la casilla de adelante, del barrio Unión Néstor Kirchner, en José C. Paz, y cada vez que podía compraba materiales para seguir avanzando.

Él, de profesión tornero, se encargaba de la mano de obra. Su mujer estaba embarazada del tercer hijo que tendrían.

“Mi objetivo siempre fue que mis hijos estén cómodos. Que tengan lo que en algún momento de mi vida no tuve. Si no me hubiese pasado todo esto, hoy la casa estaría terminada. Sé que ahora cuento con la posibilidad de volver a empezar. Con empeño y sacrificio todo se puede”, dice, a las 48 horas de su regreso a su hogar, después de cuatro años en distintas unidades penitenciarias bonaerenses.

El 24 de enero de 2019, José regresó de su trabajo en la fábrica “GMT Tornerías”. Saludó a sus dos hijos y a su señora. Eran las 17. Como faltaban galletitas para el mate, y cigarrillos, salió a comprar. El kiosco de siempre estaba cerrado. Siguió caminando y en la esquina se le acercaron dos hombres (eran hermanos). Uno le pidió un cigarrillo, de mala manera.

“Esta persona se enoja por mi respuesta, se me abalanza y su compañero saca una pistola. Empezamos a forcejear y veo que la persona del arma dispara hacia el piso. Ahí me desesperé; fue comprobar que no era una réplica. Pensé que me iban a matar. Logro sacarles el arma, ellos la quieren recuperar y en otro forcejeo el arma se dispara y cae uno de ellos”, recuerda José, delante de su mujer, Cintia y dos de sus hijos, que no se le despegan desde que recuperó su libertad.

El hombre corrió hasta su casa. Le contó todo a su esposa. Después, a su jefe. Estaba desesperado y sin saber qué hacer. Ella le pidió que se fuera; él, que se entregara.

“Llevaba ocho meses de embarazo. Tenía miedo, no me quería quedar sola…”, explica, como puede, Cintia, y dice que le hace mal recordar todo lo que pasó. Después de ocho días prófugo, José tomó una decisión difícil: entregarse. Ya sabía que el herido había fallecido. Pero no tenía idea sobre la declaración de su hermano. Por eso, quedó detenido, acusado de “homicidio agravado”.

El miércoles pasado, en un juicio por jurados, lo declararon “no culpable por legítima defensa” y recuperó su libertad tras cuatro años y dos meses. Para los 12 integrantes del jurado, Rodríguez “se defendió de un ataque”.

Su empleador le mantuvo el sueldo y la obra social de su familia durante toda la prisión preventiva. Y este lunes lo espera en la fábrica, en la que será su reincorporación.

“El hermano del fallecido huyó del lugar del hecho con el arma”, explica Luba Lazarczuk, defensora oficial a cargo de la defensa de Rodríguez.

“Fue a buscar a una sobrina policía y le contó lo que pasó. Son una familia conflictiva, con numerosas causas. Lo que hacían eran usurpar viviendas en las que después otra parte de la familia se dedica a la venta de drogas. En el juicio no pudieron justificar qué hacían en esa esquina”, sostiene la abogada.

¿Un crimen “por amor”?

En base a lo que le habría aconsejado una familiar policía, el hermano del fallecido declaró que José había matado “por amor”.

“Es el amante de una persona que había denunciado a mi hermano”, aseguró. “Lo inventó por una razón muy simple: si se sabía la verdad, iba a ir preso por tenencia de arma de guerra y tentativa de homicidio”, aclara Lazarczuk.

Como Rodríguez no se presentaba, la causa se abrió como “homicidio agravado”, con la única declaración de esta persona. La investigación estuvo a cargo de la UFI N° 23 de Malvinas Argentinas.

José ingresó a la comisaría 1era. de José C. Paz. Un mes después nació Ámbar. A las 48 horas de tener el alta, Cintia y la mamá de José se acercaron a hablar con el comisario. José y sus compañeros hicieron lo mismo, del otro lado de la reja. Le pidieron una excepción: el permiso para que padre e hija se pudieran conocer. Estaba prohibido el ingreso de menores. Lo convencieron. Aunque puso condiciones: serían segundos, y reja de por medio.

“Apenas le pude tocar los dedos; la malla de metal no me permitía darle un beso. Soy una persona seria. Pero por mis hijos sí lloro. Y en estos años sufrí mucho. Es muy difícil pasar las fiestas preso, sus cumpleaños, las fiestas, el Día del Padre o del Niño”, cuenta José, mientras toma un jugo, siempre con sus hijos cerca.

“A todo esto un policía se presentó a declarar”, agrega la abogada, que compartió la defensa con su colega Viviana Fernández. “Aseguró que en el marco de tareas de inteligencia que no fueron encargadas por la Fiscalía, y por ende ilegales, se enteró que la versión del hermano del fallecido era cierta, la del crimen por encargo o venganza. José ya había dado su versión. Pero la Justicia decidió creerles a ellos”.

Casualmente la UFI 23, a cargo del expediente por “homicidio agravado”, investigaba la otra causa en cuestión. En la que una mujer había denunciado a los hermanos.

“Se presentaron los recibos de sueldo de Rodríguez, declaró su empleador, vecinos del barrio, se comprobó que no contaba con antecedentes penales y que no conocía a la mujer por la que supuestamente habría matado. Nadie le creyó: ni el fiscal de instrucción, ni el juez de Garantías, ni el juez de Cámara, ni el de Tribunal”, asegura Lazarczuk .

A medida que pasaban los meses, y los años, Cintia empezó a trabajar en casas de familia. Tuvo que vender el auto de la familia, para poder mantener a sus tres hijos. “Yo pensaba que si se entregaba, iba a salir rápido”, retoma la mujer. “Tenía esa ilusión. Porque la mayoría a la mayoría de las personas a las que le pasó lo mismo fueron liberados a los días”.

Qué pasó en otros casos similares

Se pueden citar varios ejemplos de lo que plantea Cintia. Incluso, que fueron más violentos que el episodio de su marido. Daniel “Billy” Oyarzún, más conocido como “el carnicero de Zárate”, sufrió un robo en 2016. Le robaron la recaudación de su comercio. Luego se subió a su auto y persiguió a los dos ladrones, que huyeron en moto. Alcanzó a uno de ellos, lo atropelló, lo impactó contra un poste y lo mató.

El carnicero pasó pocas horas detenido. En 2018 un jurado popular lo declaró no culpable. La carátula era “exceso en la legítima defensa”. Y a fines del año pasado asumió como concejal de Zárate.

Otro caso fue el del médico Lino Villar Cataldo. En 2016 salía de su consultorio y fue sorprendido por un ladrón, que le dio un culatazo y se subió al auto de la víctima. El doctor lo mató de cuatro disparos. Lo detuvieron y fue liberado a los pocos días.

Para José fue todo lo contrario. Pasó cuatro años y dos meses en cinco cárceles bonaerenses.

“No quiero pensar por qué fui a la cárcel y no me pasó lo mismo que a ellos. No sé. Es como que ahora estoy en libertad otra vez y lo quiero disfrutar. Mi prioridad es recuperar el tiempo perdido, poder llevar a mi hija al jardín por primera vez, dormir con ella. Creo que tuve mala suerte… las cosas se dieron así. Es como que el destino me quiso poner en la misma esquina con estas dos personas. Fueron las galletitas y cigarrillos más caros de mi vida…”.

Cintia lo interrumpe. Con una pregunta. “¿Y si hubiese sido al revés?”, dice y responde sola: “Si él terminaba muerto… ¿cómo iba a ser mi vida con tres chicos?”.

Este lunes José se reincorporará a la fábrica de siempre. Empezó en ese lugar en 2014. Su jefe, arquitecto, lo conoció trabajando en una obra. Y le ofreció trabajo en la que sería su próximo emprendimiento. Estaba a días de independizarse. José fue su primer trabajador. Al tiempo lo convirtió en encargado de obra.

Ahora volverán a reencontrarse. En el lugar de siempre, y José cree que, trabajando, ahora sí podrá terminar su objetivo pendiente: su casa propia y con una habitación para cada uno de sus hijos.