Tras la detención de Evangelina Maldonado por venta de drogas en el barrio San Martín —más precisamente, en la zona conocida como Villa Mateotti— de dió una operación de prensa cuyo objetivo fue favorecer la imagen del fiscal de drogas del fuero provincial, Leandro Favaro.
Maldonado, de 32 años, es archiconocida —pese a su juventud— en el mundillo del delito. En particular, en lo que a venta de drogas se refiere. El suyo es un apellido que aparece frecuentemente en páginas y páginas de causas y de prontuarios policiales. Pero no son ningún «clan», son sólo una banda de delincuentes.
¿Por qué entonces poner el acento en lo que bien puede ser considerado sólo una página más de una publinota más? Porque el texto está armado para resaltar el rol de Favaro —de pésima performance como fiscal, y nada idóneo para el cargo entre otras cuestiones, por ser o haber sido él mismo consumidor frecuente de marihuana— al frente de una investigación que, lo que reveló, es que Maldonado seguía vendiendo drogas pese a tener sobre sus espaldas una condena a seis años por otras causas anteriores.
Algo tiene que estar muy podrido en nuestra sociedad para que una condenada a seis años de prisión esté en su casa, sin tobillera electrónica, cuando debería estar en el penal de Ezeiza. No sólo porque la suya es una condena de cumplimiento efectivo, sino porque, precisamente, tanto sobre ella como sobre su familia ya caen años y años de detenciones y otras condenas más o menos leves.
Gracias a nuestro peculiar código procesal —de cuño claramente «zaffaronista»—, sólo se consideran como antecedentes las causas que hayan tenido condena. Todo lo demás —incluídos los procesos abreviados—, no cuenta. Y ni hablar de la laxitud de la aplicación de las figuras penales: pensemos que los vándalos hinchas de Aldosivi —aquellos que se autoperciben como «barras bravas»— están en la calle luego de atacar a un vecino, quemar autos y hasta enfrentarse a tiros con la policía.
¿Quién es Evangelina Maldonado? Es una integrante —como señalé— de una familia de delincuentes. Pero no se trata de ningún «clan», ya que el uso de dicho término eleva la condición de estas personas a algo noble, y estas no son las tierras altas de Escocia: se trata de meros delincuentes que viven siempre al borde del crimen y que gozan de cierta tolerancia operativa hasta que, en un momento, hace falta completar alguna estadística.
La fámula en cuestión fue condenada —según señala la web fiscales.gob.ar—, junto a otras trece personas: «De acuerdo al veredicto firmado por los jueces Roberto Falcone, Nicolás Toselli y Fernando Machado Pelloni, seis varones y cuatro mujeres fueron condenados –de conformidad con el acuerdo de juicio abreviado- a la pena de seis años de prisión bajo la modalidad de arresto domiciliario, con control de monitoreo electrónico: Luis David Novile, María Eugenia Santillán, Patricia Adriana Amarilla, Evangelina Soledad Maldonado, Atilio Raúl Fragelli, Luis Alberto Martínez, Ricardo Jesús García, Juan Cruz Dueñas Antoli, Miriam Elizabeth Carballo Figueroa y Gonzalo Lionel Cardozo».
¿Qué significa esto? Que los miembros de toda una banda de delincuentes, con condenas de efectivo cumplimiento, se quedaron en su casa, con monitoreo electrónico. Pero, así como Evangelina Maldonado no tenía puesta la tobillera electrónica cuando la detuvieron, el resto de la banda estará cumpliendo una condena laxa o bien en otros puntos de venta de estupefacientes… al menos hasta que la estadística determine que alguien debe caer, sólo para abultar los números.