El suicidio de una maestra por la presión de los padres de sus alumnos que destapó una crisis educativa en Corea del Sur

El 5 de junio, Lee Min-so* describió en su diario el miedo que se apoderó de su cuerpo al entrar en su aula para dar clase: “Siento un presión muy fuerte en el pecho. Me ahogo. Siento que me voy a caer. Ni siquiera sé dónde estoy”.

El 3 de julio, la maestra de primaria escribió que se había sentido tan abrumada por la locura de su trabajo que “quería dejarse ir”.

Dos semanas después, sus compañeros la encontraron muerta en el armario de su clase. Se había quitado la vida.

Esta tragedia ha desatado una ola de ira entre los profesores de primaria de toda Corea del Sur.

Decenas de miles de ellos se declararon en huelga para exigir una mayor protección en el trabajo. Dicen que con frecuencia se ven acosados por padres prepotentes, que les llaman a todas horas del día y los fines de semana, quejándose de manera incesante e injustamente.

Manos atadas

Park Du-yong, primo de Min-so, se esfuerza por no llorar mientras arregla el pequeño y vacío apartamento de ella, donde ahora sólo vive su pez dorado.

Su cama está deshecha y, junto a ella, hay un montón de dibujos de sus alumnos de primer curso diciéndole lo mucho que la querían. Debajo hay una pila de libros de la biblioteca sobre cómo afrontar la depresión.

Park dice que su prima llevaba poco más de un año dando clases, cumpliendo su sueño de infancia de ejercer la misma profesión de su madre. Adoraba a los niños, cuenta.

Así que en los días posteriores a la muerte de su prima, que la policía no tardó en atribuir a una reciente ruptura amorosa, Park asumió el papel de detective. Desenterró cientos de anotaciones en su diario, registros de trabajo y mensajes de texto.

Revelaron que en los meses previos al suicidio, Min-so había sido bombardeada por las quejas de los padres. Recientemente, uno de sus alumnos le había herido la cabeza a otro con un lápiz, y ella se había enzarzado en acaloradas llamadas telefónicas y mensajes con los padres.

Durante las últimas seis semanas, decenas de miles de profesores se han manifestado en Seúl, alegando que ahora tienen tanto miedo de que les llamen maltratadores de niños, que son incapaces de disciplinar a sus alumnos o intervenir cuando se atacan unos a otros.

Acusan a los padres de aprovecharse de una ley de bienestar infantil, aprobada en 2014, que dicta que los profesores acusados de maltrato infantil son suspendidos automáticamente.

Los profesores pueden ser denunciados por maltrato infantil por sujetar a un niño violento, mientras que un leve regaño se puede calificar de maltrato emocional. Estas acusaciones pueden suponer la expulsión inmediata de un profesor de su puesto de trabajo.

Un maestro recibió una denuncia tras negarse a la petición de un padre de despertar a su hijo con una llamada telefónica cada mañana. Otro fue denunciado por maltrato emocional tras quitar las pegatinas de recompensa a un niño que había cortado a su compañero con unas tijeras.

Más allá de las aulas

En una de las protestas, la profesora Kim Jin-seo, de 28 años, declaró que había tenido pensamientos suicidas y que había necesitado tres meses de baja tras dos quejas especialmente agresivas.

En un caso, había pedido a un alumno conflictivo que se tomara cinco minutos para ordenar sus pensamientos en el baño, mientras que en el otro había denunciado a un niño a sus padres por pelearse. En ambos casos, la escuela la obligó a disculparse.

Kim afirma que llegó a un punto en el que no se sentía capaz de dar clase sintiéndose segura de sí misma.

“Los profesores nos sentimos muy desamparados. Los que lo han vivido en primera persona han cambiado radicalmente, y los que no, han visto cómo les ocurría a otros, así que en cualquier caso es debilitante”, admitió.

A esta cultura de la queja en favor de sus hijos contribuye lo hipercompetitiva que es la sociedad en Corea del Sur, donde casi todo depende del éxito académico.

Los estudiantes compiten ferozmente por sacar las mejores notas desde muy pequeños, para acceder algún día a las mejores universidades. Fuera de la escuela, los padres envían a sus hijos a estudiar a costosas escuelas extraescolares conocidas como hagwons, que funcionan de 5 de la mañana a 10 de la noche.

A esto se suma la presión que sienten los padres hoy en día. Si antes las familias coreanas tenían cinco o seis hijos, ahora la mayoría sólo tiene uno, lo que significa que sólo tienen una oportunidad de triunfar.

El profesor Kim Bong-je, que forma a futuros profesores en la Universidad Nacional de Educación de Seúl, afirma que el aumento de las desigualdades también tiene que ver.

Tradicionalmente, Corea tenía una cultura muy arraigada de respeto a los profesores, explicó, pero debido al rápido crecimiento económico del país, muchos padres tienen ahora estudios superiores.

“Esto significa que a menudo desprecian a los profesores”, afirma. “Creen que han pagado por ellos con sus impuestos, y eso les genera la sensación que están en su derecho”.

Otro profesor, Kwon, nos contó que en los 10 años que llevaba dando clase había cogido dos bajas por enfermedad para hacer frente a depresiones y ataques de pánico, desencadenados por el estrés que le causaban padres y alumnos.

Hasta hace cuatro años se podía mandar a un alumno conflictivo fuera o al fondo del aula, dijo, pero entonces los padres empezaron a demandar por maltrato infantil.

Kwon se trasladó hace poco a un colegio de una comunidad más pobre, y confirmó que el comportamiento de los padres de las zonas acomodadas era mucho peor.

“Su mentalidad es ‘sólo importa mi hijo’, y cuando sólo piensas en enviar a tu propio hijo a una buena universidad, te vuelves muy egoísta”, afirma. No duda de que esta presión se filtra a los niños, afectando también a su comportamiento.

“No saben cómo liberarse de esta presión, así que actúan haciéndose daño unos a otros”.

Difícil solución

El acoso y la violencia entre alumnos son problemas conocidos en las escuelas surcoreanas.

El año pasado, el popular drama The Glory giraba en torno a una mujer que buscaba vengarse de sus antiguos acosadores. Se basaba en hechos reales y mostraba algunos actos de violencia perturbadores.

Por si la trama no fuera suficiente, el propio director de la serie fue acusado de acoso y fue obligado a disculparse.

En febrero, el gobierno, presionado para abordar el problema, anunció que los expedientes de acoso escolar de los alumnos se incluirían en sus solicitudes universitarias.

Aunque se esperaba incentivar a los estudiantes para que no se acosaran entre sí, esto ha alimentado aún más la ansiedad de los padres, que presionan a los profesores para que borren las malas acciones de sus hijos de los registros.

Shin Min-hyang, que dirige la organización Solidaridad para la Protección de los Derechos Humanos de Estudiantes y Padres, admitió que muchos de los comportamientos señalados el mes pasado eran inaceptables, pero argumentó que estos casos eran atípicos.

“La gran mayoría de los padres se comportan bien, y nos preocupa que ahora se corten los canales que utilizamos para comunicar nuestras preocupaciones. Se está culpabilizando a los padres, y eso no está bien”, afirmó.

Pero Shin admitió que también se había quejado de los profesores en el pasado y que le gustaría tener más influencia sobre lo que se enseña a sus hijos y cómo se les disciplina.

Otro padre, que no quiso dar su nombre, dijo que le preocupaba que las quejas se le hubieran ido de las manos. Nos mostró el contenido de un chat de grupo, en el que los progenitores se animaban mutuamente a acosar a una profesora por una decisión que había tomado.

“Si bloquean tu número, llama a los teléfonos de tus familiares y amigos”, decía uno de los miembros del chat.

“Si los profesores no tienen poder para intervenir con los alumnos problemáticos, entonces otros se verán afectados negativamente”, nos dijo el padre anónimo.

Además, existe el riesgo que los alumnos se puedan quedar con menos profesores.

Según una encuesta de 2023, menos de una cuarta parte de los profesores (24%) estaban satisfechos con su trabajo, frente al 68% de 2006, cuando comenzó la encuesta. Una gran mayoría afirmó haber pensado en abandonar la profesión en el último año.

El Gobierno ha reconocido que hay un grave problema y que las aulas están “rotas”. Para hacer frente a ello ha publicado nuevas directrices para los profesores, en las que se establece que éstos podrán sacar de clase a los alumnos conflictivos y sujetarlos si es necesario.

También dice que los padres deben acordar de antemano con los profesores la fecha y hora de las reuniones, y que los profesores pueden negarse a reunirse fuera de las horas de trabajo.

El ministro de Educación surcoreano, Lee Ju-ho, dijo que esperaba que estas medidas “devolvieran a las escuelas a lo que deberían ser”.

Pero no son pocos los que sostienen que no son sólo las aulas las que no funcionan, sino que hay que reformar todo el sistema educativo surcoreano, junto con la estrecha definición de éxito que prevalece en el país.

Y apuntan que todo el mundo se beneficiaría de una sociedad en la que las notas no hicieran o deshicieran la vida.