Un tratamiento ya prohibido generó casos de transmisión de alzhéimer entre personas

Pacientes que recibieron un tratamiento con hormona del crecimiento procedente de cadáveres mostraron síntomas muy tempranos de demencia.

El alzhéimer podría transmitirse, según las evidencias que proporciona una investigación británica. La revista Nature Medicine acaba de publicar un caso extremadamente raro, difícilmente repetible y que aún deja muchas dudas, pero que abre una vía desconocida por la que la demencia podría pasar de unas personas a otras. Al menos esa es la hipótesis que, según los autores, explicaría la aparición de síntomas tempranos de la enfermedad en cinco pacientes que, en su infancia, recibieron un tratamiento con hormona de crecimiento derivada de cadáveres, un procedimiento que ya no se realiza.

Entre 1959 y 1985, al menos 1.848 niños de baja estatura del Reino Unido fueron tratados con hormona de crecimiento extraída de glándulas pituitarias de cadáveres. Algunos lotes estaban contaminados con priones, proteínas infecciosas, que les causaron la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob (muy conocida porque una variante de esta patología se relacionó en los años 90 con la enfermedad de las vacas locas) y, en algunos casos, la muerte; así que este procedimiento está prohibido desde hace casi cuatro décadas. Sin embargo, un grupo de investigadores liderado por John Collinge, neurólogo del University College de Londres, lleva años analizando si los pacientes también pudieron recibir de los cadáveres la proteína beta amiloide y esto les pudo provocar un desarrollo temprano del alzhéimer.

Un artículo publicado en Nature en 2015 ya reveló que algunos pacientes con Creutzfeldt-Jakob debido a este tratamiento con hormona del crecimiento habían desarrollado prematuramente depósitos de la proteína beta amiloide en sus cerebros. En 2018, este mismo grupo de investigación británico dio un paso más y publicó en la misma revista que muestras de la hormona de crecimiento que estaban almacenadas desde hacía décadas transmitían, a través de una inyección, la proteína beta amiloide a ratones de laboratorio.

Ahora, en este nuevo trabajo, describen los casos de ocho personas que habían recibido la hormona de crecimiento de los cadáveres, pero que no llegaron a desarrollar la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob. En cambio, cinco de ellas sí que han mostrado síntomas de demencia de inicio temprano, entre los 38 y los 55 años, que cumplen con los criterios de diagnóstico del alzhéimer. ¿Qué pasa con las otras tres? Una tuvo síntomas de deterioro cognitivo leve desde los 42 años; otra, solo síntomas cognitivos subjetivos; finalmente, la tercera fue asintomática.

Cómo leer los resultados
Los autores aseguran que la edad tan temprana de los síntomas descarta que el alzhéimer de los afectados sea producto del proceso normal que se detecta en la mayoría de los pacientes de esta enfermedad. Las pruebas genéticas también descartaron una demencia de tipo hereditario. Por eso, y dadas las pruebas de sus estudios anteriores, consideran muy probable que el origen del problema estuviera en los cadáveres de los que se extrajo la hormona del crecimiento que se les administró de niños. En otros pacientes afectados pudo ocurrir lo mismo, pero es probable que los síntomas quedasen camuflados por la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, que provoca problemas muy similares, o que el fallecimiento de los afectados impidiera que el alzhéimer se manifestase, incluso de forma temprana.

Como el tratamiento que habría dado origen al problema ya no se utiliza, puesto que ha sido reemplazado por una hormona del crecimiento sintética, actualmente no existe riesgo de una nueva transmisión de la enfermedad por esta vía. Además, no se han detectado casos similares por ningún otro procedimiento médico ni quirúrgico. Los expertos descartan también que la beta amiloide se pueda transmitir en otras circunstancias de la vida cotidiana ni mediante procedimientos médicos habituales. Sin embargo, “el reconocimiento de la transmisión de la patología beta amiloide en estas raras situaciones debería llevarnos a revisar las medidas para prevenir la transmisión accidental a través de otros procedimientos médicos o quirúrgicos, con el fin de evitar que este tipo de casos ocurran en el futuro”, afirma Collinge.

“Las circunstancias son muy inusuales”, coincide Jonathan Schott, otro de los neurólogos del University College de Londres que firma la investigación, “no hay riesgo de que la enfermedad se transmita entre personas o en la atención médica sanitaria”. Así que el hallazgo no tiene una repercusión desde el punto de vista de la atención sanitaria, pero sí puede proporcionar información para los investigadores sobre “los mecanismos de la enfermedad” y sobre las causas, que siguen siendo objeto de debate.

Las dudas de los expertos

De hecho, los científicos aún discuten si la proteína beta amiloide es realmente la causa del alzhéimer, recuerda en declaraciones a El Confidencial David Pérez Martínez, jefe del Servicio de Neurología del Hospital 12 Octubre y del Hospital La Luz, y presidente de la Asociación Madrileña de Neurología (AMN). No obstante, incluso teniendo en cuenta esa duda, es posible que “hubiera un elemento patogénico desconocido en esos cadáveres que se transmitiese a los pacientes”. En cualquier caso, la investigación “es interesante porque enlaza con las hipótesis en boga que relacionan la enfermedad con la neuroinflamación o las infecciones”, comenta este experto. Desde ese punto de vista, la acumulación de beta amiloide podría ser la consecuencia de otros procesos, más que la causa del alzhéimer.

No obstante, “hay que ser muy cautelosos con el contexto de este estudio”, advierte, sobre todo por el escaso número de casos detectado y las especiales circunstancias de los pacientes que se han analizado. “Sufrieron múltiples cirugías y algunos tuvieron problemas oncológicos y recibieron radioterapia, que también se relaciona con la acumulación de beta amiloide y el desarrollo de deterioro cognitivo a largo plazo”, apunta. Uno de los puntos débiles del trabajo es que “no hay evidencia de que la hipófisis de los cadáveres, de la que se extrajo la hormona del crecimiento, tuviera beta amiloide, se supone que era así, pero no está comprobado histológicamente”. Otros expertos manifiestan dudas similares. Tara Spires-Jones, presidenta de la Sociedad Británica de Neurociencia, asegura en declaraciones a Science Media Centre (SMC) que “no es posible saber con seguridad si estas personas desarrollaron demencia debido a su tratamiento con la hormona del crecimiento”. Según explica, no solo el tamaño de la muestra es pequeño, sino que los pacientes tenían factores de riesgo asociados al alzhéimer, como discapacidad intelectual en dos de los casos. Además, la patología de las personas que donaron tejido cerebral post mortem era “más leve” que la registrada posteriormente en los pacientes.

Pistas y procedimientos
En realidad, la demencia temprana que se describe en los pacientes que analiza el artículo podría ser considerada un nuevo tipo de alzhéimer, según algunos de los expertos, porque no cuadra exactamente con la patología corriente que se detecta en las personas de edad avanzada. “Aunque el nuevo tipo de alzhéimer del que se informa aquí es de gran interés científico, ya que revela una nueva forma de propagación de la enfermedad, no hay razón para temerlo, ya que la forma en que se causaba la enfermedad se detuvo hace más de 40 años. La transmisión de la enfermedad de cerebro humano a cerebro de esta forma no debería volver a producirse”, afirma a SMC Andrew Doig, catedrático de Bioquímica de la Universidad de Mánchester.

De todas formas, este extraño caso hace que algunos científicos aboguen por extremar las precauciones ante algunos procedimientos que tienen que ver con intervenciones craneoencefálicas. Así, Bart De Strooper, jefe de grupo del Instituto de Investigación de la Demencia del Reino Unido en el University College de Londres, pide, en declaraciones al SMC, “una mayor vigilancia y un seguimiento a largo plazo, sobre todo después de procedimientos en etapas tempranas de la vida en los que intervienen fluidos o tejidos humanos”. Según explica, “las medidas prácticas recomendadas incluyen la realización de estudios epidemiológicos más amplios, la investigación continua del riesgo utilizando modelos animales y el desarrollo de pruebas sensibles de bajo coste y alto rendimiento para la beta amiloide y otras proteínas con el fin de facilitar la esterilización preventiva de, por ejemplo, los instrumentos neuroquirúrgicos”.