El opositor lleva una década enfrentado al Kremlin y ha sufrido varios intentos de asesinato.
La muerte en una remota cárcel del Ártico del opositor ruso Alexei Navalni, el más destacado rival de Vladimir Putin, es el último episodio de una larga de persecuciones del presidente ruso hacia el mediático bloguero disidente.
Navalni se significó como enemigo de Putin en 2013, cuando se presentó a la Alcaldía de Moscú y quedó segundo por detrás del candidato oficialista que se presentaba a la reelección, Serguei Sobianin. En aquella época sufrió la primera acometida del Kremlin con su primera entrada en prisión, un hecho que se iría repitiendo con el paso de los años, hasta que en 2022 fue condenado por fraude. Aquella acusación, que le acarreó una pena de nueve años, le privó de poder presentar su candidatura a las presidenciales de 2018, informa Europa Press.
Poco después fue detenido por haber violado su libertad condicional cuando viajó a Alemania para tratarse de un envenenamiento del que muchos creen que el Kremlin tuvo algo que ver. Su arresto movilizó a una parte de la sociedad rusa, que salió a las calles a exigir su liberación en una de las mayores concentraciones que se recuerdan, en un país poco dado a este tipo de manifestaciones.
Ya en prisión, en agosto de 2023, la Justicia le impuso otra condena por su Fundación Anticorrupción, considerada organización extremista por la legislación rusa. Entre rejas no ha dejado de manifestarse a través de sus abogados, quienes en diciembre del año pasado alertaron de que habían perdido el contacto con él. En enero de 2024, una de sus últimas declaraciones, Navalni denunció ante un juez las duras condiciones penitenciarias a las que estaba siendo sometido. “La celda de castigo suele ser un lugar muy frío”, alegó, afirmando que los presos tenían que cubrirse con periódicos para no congelarse.
Aquel episodio por el que tuvo que ser tratado en Alemania no es el único del que ha salido airoso un Navalni, que en prisión tuvo que hacer frente con otros supuestos intentos por acabar con su vida. Ya antes, en 2019, en uno de sus varios pasos por la cárcel, los servicios médicos del centro penitenciario le diagnosticaron un tipo de dermatitis que podría haber sido provocado por algún tipo de tóxico.
Dos años antes, tuvo que ser operado de uno de sus ojos en una clínica de Barcelona después de que alguien le arrojara un líquido antiséptico de color verde conocido como zelyonka, un tinte que durante un tiempo fue muy popular para atacar a aquellos que se oponían al Kremlin.
Después del envenenamiento que le mantuvo en coma, pronto se convirtió en el exterior en una de las figuras opositoras al Kremlin más prominentes. Sin embargo, sin el foco mediático internacional encima, sus detractores recordaron algunas de sus declaraciones xenófobas en redes sociales, o su asidua participación en eventos de la ultraderecha rusa.
Así, se desempolvaron grabaciones de 2007 y 2008 en las que llamaba “cucarachas” a los inmigrantes y defendía la deportación de todos los trabajadores ilegales procedentes de los antiguos países soviéticos de Asia Central.
La ONG Amnistía Internacional llegó incluso en febrero de 2021 a retirarle el estatus de “preso de conciencia” después de que aquellos comentarios xenófobos fueran catalogados como discurso de odio. Sin embargo, pocos meses después Amnistía se retractó y volvió a concederle dicho estatus, alegando que las autoridades rusas habían aprovechado la declaración anterior para seguir restringiendo las libertades de un ya preso Navalni.