Kujtime Boletini recuerda cada detalle doloroso del día en que paramilitares serbios se llevaron a su hermano.
En la primavera de 1999, la guerra de Kosovo entró en su fase final, la más intensa. La casa familiar de Boletini en Mitrovica se convirtió en el escenario de una masacre.
“Les rogué que dejaran ir a mi hermano y que me llevaran a mí en su lugar”, recuerda, mientras sostiene los pedazos rotos del reloj de pulsera de su hermano, encontrados en una fosa común años después de la tragedia.
Dragica Majstorovic y su familia, de etnia serbia, pasaron toda la guerra en Pristina, actual capital de Kosovo, al otro lado de la frontera étnica que dividía a serbios y albaneses en Kosovo. Después de que Serbia perdiera la guerra, huyeron por temor a las represalias.
Majstorovic dice que su hijo menor, Ivan, que tenía 17 años en ese momento, se subió a un automóvil con un vecino con la intención de salir de Kosovo. Nunca volvió a ser visto.
“Vivir sin saber qué pasó con tus seres queridos es pura agonía”, dice ella, con la mirada perdida.
Alrededor de 13.000 personas murieron en el conflicto étnico librado a finales de la década de 1990 por las fuerzas serbias y el Ejército de Liberación de Kosovo (ELK), un grupo insurgente albanokosovar.
Durante la guerra y la posguerra, aproximadamente 5.800 personas (albanokosovares, serbios, romaníes y de otras minorías) fueron secuestradas en redadas llevadas a cabo por grupos militares y paramilitares, y luego desaparecieron.
Los restos de algunas de ellas se encontraron posteriormente en fosas comunes. Pero 25 años después del fin de la guerra, cerca de 1.600 personas siguen desaparecidas.
“Es un derecho humano conocer la verdad. La responsabilidad recae tanto en los políticos como en las sociedades para ayudar a estas familias a encontrar la paz”, afirma Nataša Kandić, destacada activista de derechos humanos de Serbia y fundadora del Centro de Derecho Humanitario, una ONG regional comprometida con la recopilación de pruebas sobre las guerras de la década de 1990.
Regreso al lugar del crimen
Kujtime Boletini recorre la pared con la yema de los dedos, una pared ahora acribillada a balazos.
Esta casa, ahora convertida en un memorial, fue una vez un hogar feliz en el que la familia Boletini solía reunirse.
“Estaba muy unida a mi hermano. Era dueño de un bar, muy sociable y gentil, y cuidaba mucho de la familia”, recuerda.
El barrio multiétnico de su infancia luce muy diferente hoy; situado en la zona norte de Mitrovica, ahora está poblado principalmente por serbios.
La ciudad estuvo completamente bajo el control de las fuerzas de seguridad serbias durante la guerra, y fue extraoficialmente dividida al concluir la contienda. Desde entonces se ha convertido en el símbolo de la división étnica de Kosovo.
Boletini recuerda cómo el 15 de abril de 1999 un grupo de hombres armados irrumpió en su casa y obligó a varios miembros de su familia a formar contra una pared junto a otros vecinos mientras les apuntaban a la cabeza.
Apenas tres semanas antes la OTAN había iniciado una campaña de bombardeos contra las fuerzas serbias en Kosovo, en un intento por poner fin a los crímenes de las fuerzas de Belgrado contra los albaneses que buscaban la independencia. En tierra, se intensificaron los crímenes de represalia contra civiles.
Boletini rogó a los paramilitares serbios que dejaran ir a su hermano y la mataran a ella en su lugar. Ellos se negaron.
Obligada a huir a Albania, regresó a la casa familiar después de la guerra, solo para descubrir que había sido reducida a cenizas.
Nunca supo cómo murió su hermano. “Pienso una y otra vez en dónde lo podrían haber llevado, lo único que puedo es imaginarlo”, dice, con el rostro surcado por el dolor.
Pero después de una década de búsqueda incansable, pudo encontrar sus restos. Es uno de los aproximadamente 4.000 desaparecidos que fueron identificados.
Sus huesos y algunos objetos personales fueron recuperados de una fosa común.
“Los restos de mi hermano estaban atados en bolsas junto con algunas de sus ropas: su jersey, su cinturón”, dice ella. “No sé cómo describir el sentimiento. No hay palabras.”
Enterrar los restos de su hermano en un cementerio local en Mitrovica finalmente le dio un lugar para llorar.
“Me da una sensación de alivio. Podría haber ocurrido que nunca lo hubiera encontrado, y me habría perturbado toda la vida”, agrega Boletini, mientras se arrodilla ante la tumba para susurrar una oración por el alma de su hermano.
Heridas sin cerrar
Dragica Majstorovic suele ir a la iglesia a rezar por su hijo. Él nunca apareció. Es uno de los aproximadamente 570 serbios cuyo paradero aún se desconoce.
“Enciendo dos velas, una por los vivos y otra por los muertos”, dice Majstorovic, “Por ahora, no está ni vivo ni muerto”.
Aferrrada a una sudadera negra, una de las pocas prendas que conserva de él, Dragica Majstorovic rememora la última vez que vio a Iván, un estudiante de secundaria de 17 años que desapareció el 19 de agosto de 1999.
Dragica Majstorovic había partido hacia Serbia unas semanas antes que Iván y acababa de comenzar un nuevo trabajo en Leskovac, una pequeña ciudad cercana a la frontera con Kosovo.
“Nuestra despedida no fue nada fuera de lo común. Solo acordamos mantenernos en contacto por teléfono, hasta que él viajara para reunirse conmigo”.
“Se suponía que su viaje de Kosovo a Serbia duraría dos horas”.
Cuando supo que Iván no había llegado a su destino, su madre se subió a un auto y salió a buscarlo. No sabía que ese viaje sería solo el comienzo de una búsqueda que, 25 años después, aún no ha concluido
“Es difícil conciliar el sueño y despertarte, siempre pensando dónde puede estar, si está vivo, si alguna vez lo encontraré o no”.
Hace algunos años comenzó a escribir poesía como forma para lidiar con la angustia.
“Solo necesitaba encontrar una manera de liberar este dolor inmenso”, dice ella.
Si bien expresa la esperanza de que su hijo aún esté vivo, en sus poemas explora escenarios más sombríos.
“Asesino, serás perdonado/Solo dime, ¿dónde enterraste a mi hijo?”, dice uno de sus versos que recita con la voz temblorosa. Forma parte de la colección de poemas, todos dedicados a los desaparecidos.
El misterio de los restos
El olor a cadáveres mezclado con el aire frío impregna los pasillos de la morgue del Instituto de Medicina Forense (IMF), en Pristina. Las cajas que acumulan los restos de unas 300 personas aún no identificadas están cuidadosamente colocadas en unos estantes metálicos.
“Es posible que algunos nunca sean identificados; por ahora, no hay coincidencia con la base de datos de ADN, donde almacenamos muestras proporcionadas por las familias de los desaparecidos”, explica el doctor Arsim Gerxhaliu, un experto forense de la morgue.
“Lo que hace que este caso sea único es que algunas de las fosas comunes fueron removidas varias veces para encubrir los crímenes”, agrega.
“En algunos casos, los restos de una persona se esparcieron por varios lugares”.
Pero la reubicación de fosas comunes no fue el único problema.
“Las familias que buscaban a sus familiares simplemente no podían esperar a que llegaran los equipos de expertos. Inmediatamente después de la guerra, algunos exhumaron restos por su cuenta basándose en rumores que escucharon, y los enterraron sin ningún análisis de ADN o autopsia”.
Gerxhaliu afirma que hay familias que se niegan a proporcionar muestras de ADN y creen que enterraron a sus seres queridos pero podrían estar equivocadas.
“Más de 2.000 personas fueron enterradas de esta manera. Estas identificaciones erróneas hacen que sea aún más difícil encontrar a las personas”.
Un dolor compartido
Al terminar la guerra, las familias en bandos opuestos enfrentaron el mismo obstáculo: la falta de información oficial, incluso acerca de a quién reportar la desaparición de sus seres queridos.
Dragica Majstorovic cuenta que pasó años contactando con gobiernos, embajadas, militares y periodistas, en un intento por encontrar pistas que la ayudaran a localizar a su hijo.
“Toqué todas las puertas que se me ocurrieron, pero nunca obtuve una respuesta útil”, dice ella.
Si bien algunas organizaciones internacionales estuvieron presentes desde el principio, pasaron años antes de que Serbia y Kosovo establecieran sus respectivas comisiones gubernamentales para las personas desaparecidas.
En la última década, ambas comisiones han trabajado conjuntamente para excavar algunas de las fosas comunes, principalmente en territorio serbio. Lograron identificar a cerca de dos tercios de los desaparecidos, antes de que su labor quedara paralizada en 2021 debido a un nuevo aumento de las tensiones entre Belgrado y Pristina.
En 2023, un acuerdo entre Serbia y Kosovo facilitado por la Unión Europea estableció que debía abordarse el tema de los desaparecidos “con urgencia”, pero hasta ahora no se han tomado medidas concretas.
“Si las relaciones entre Serbia y Kosovo fueran diferentes, sería mucho más fácil encontrar información”, dice la activista Nataša Kandić.
La independencia de Kosovo ha sido reconocida por más de un centenar de países, pero el gobierno serbio la sigue considerando una provincia de Serbia y las relaciones entre Belgrado y Pristina sufren frecuentes episodios de tensión.
“A menudo pienso en lo mucho mejor que sería para ambas partes tener políticos que entiendan lo importante que es para las familias tener una tumba para sus seres queridos”, agrega.
En una respuesta por escrito a la BBC, la Comisión de Personas Desaparecidas de Serbia dijo que se han enfrentado a “numerosos obstáculos” para recuperar restos, incluida la “ausencia de cooperación y trabajo conjunto coordinado con nuestras contrapartes en Pristina”.
“Hay muy poca información confiable que pueda conducir al descubrimiento de nuevos sitios funerarios y fosas comunes, mientras que el acceso a la documentación forense y fotográfica de los archivos de las organizaciones internacionales es muy limitado”, agregaron.
La BBC también se comunicó con la comisión gubernamental de Kosovo para preguntar sobre su plan de acción para avanzar en la búsqueda de los desaparecidos, pero no recibió respuesta.
Mientras tanto, algunas organizaciones lideradas por mujeres luchan por su cuenta por encontrar a los desaparecidos.
“Las mujeres comenzaron a reunirse aquí porque se dieron cuenta de que podían compartir información sobre víctimas civiles”, dice Gjyla Haziri, asistente de la asociación Voz de las Madres, una ONG local de Mitrovica.
Junto con Boletini, ha estado recopilando documentos y pruebas relacionados con las personas desaparecidas.
“Si alguien informa que ha encontrado algo, un cráneo, un hueso… Kujtime y yo vamos al lugar exacto para verificar”, dice Haziri.
“Luego regresamos a la oficina y escribimos lo que hemos visto, y pensamos qué podemos hacer para impulsar la búsqueda”, dice ella.
En Belgrado, Majstorovic trabaja con la Asociación de Familias de Secuestrados y Desaparecidos en Kosovo y Metohija, el término que designa la región geográfica, el que utilizan quienes no reconocen la declaración unilateral de independencia de Kosovo de 2008.
“Nuestra organización está formada principalmente por mujeres: esposas, madres y hermanas”, explica.
A pesar de estar a kilómetros de distancia en Serbia, su oficina se parece mucho a la de Kosovo: las paredes están llenas de imágenes de personas que nunca fueron encontradas.
Y ahora, Boletini y Majstorovic han dado un paso hacia la colaboración multiétnica, uniendo fuerzas en lo que ven como un objetivo común.
Ambas se reunieron en Mitrovica para discutir el envío de una carta conjunta a la ONU y el intercambio de información entre sus organizaciones.
“Tenemos que encontrar todos los cuerpos, sin importar si son serbios, albaneses, romaníes, turcos, musulmanes”, dice Boletini.
“A ambos lados les interesa resolver el problema”, agrega Majstorovic. “Se podría construir un futuro mejor sobre esa base de confianza”, concluye.