En una entrevista con Clarín, la psicoanalista dice que como el patrón vincular cambió radicalmente, no hay modelo a seguir y no sabemos cómo comportarnos. Además, advierte que nos convertimos en seres tan literales y paranoides, que uno de los principales errores de las parejas hoy es pelear por “tener la razón”.
Nacida en la ciudad de Teherán, Irán, Alaleh Nejafian es psicóloga con orientación psicoanalítica y vincular. En una entrevista con Clarín, dice que no tenemos que creernos realmente deconstruidos tan rápido, que vivimos muy solos por la pérdida de los lazos colectivos, y que como el patrón vincular cambió radicalmente, no hay modelo a seguir y no sabemos cómo comportarnos. Advierte que rechazamos el conflicto como si fuera una enfermedad, y que nos convertimos en seres tan literales y paranoides, que uno de los principales errores de las parejas hoy es pelear por “tener la razón”.
Se formó en Danza Movimiento Terapia luego de haber vivido un hecho traumático: “En una intervención quirúrgica quedé despierta en una anestesia y no podía avisar que estaba ahí, presente, no me podía mover. Eso cambió mucho mi manera de trabajar y empecé a investigar todo lo que tiene que ver con lo corporal, con el movimiento como un camino más de transformación y de sanación de los traumas. Luego de varios años, ya lo digo de otro modo y forma parte también de mi trabajo”.
Siempre estuvo interesada en la escritura (hace años escribió dos monólogos para teatro, ambos fueron dirigidos por Carlos Belloso) y también en la puesta en cuestión de los vínculos. Hoy está enfocada en la atención a pacientes en su consultorio de Palermo, y también en la divulgación de contenido (tiene un podcast y es @alalehnejafian en Instagram), lo que la llevó a escribir Por amor. Por qué pasamos de soportarlo todo a no soportar nada (VR Editoras), su primer libro.
¿Por qué pensás que pasamos de “soportarlo todo en nombre del amor” a una incapacidad de tolerar diferencias?
A nivel de lo vincular, pasamos de soportar muchísimas cosas (grandes mandatos familiares, sacrificios, deber ser) a no soportar nada (tener una tolerancia cero a lo conflictivo y lo diferente que me trae un otro). Pasamos de no responder más al mandato de eternidad a no saber cómo pasar un rato juntos, es decir, poder hacer alguna curva en la relación que pueda llegar a un primer conflicto.
Por lo que voy vivenciando en la clínica, las personas enloquecemos en las citas, porque no tenemos marcos de referencia que regulen las interacciones. A diferencia del cortejo (que podían tener nuestras abuelas y abuelos, donde una persona daba un paso, la otra persona daba otro paso…), no tenemos un modelo a seguir.
Dejamos atrás una estructura, que nos libera de mandatos y prohibiciones y nos abre los ojos respecto de muchas cuestiones que dábamos por sentado como normalidad, pero no sabemos cómo comportarnos, todavía no tenemos mucha idea de hacia dónde vamos, y hay que descubrirlo.
Entonces, hacemos del otro un servicio, un servicio en términos de consumo; y en esto las aplicaciones de citas funcionan de ese modo: elegir y “deselegir” a una persona, e ir a la interacción con el otro solamente para autoafirmarme. Cuando en realidad los vínculos funcionan de otro modo: para que haya un vínculo, el Yo se tiene que retraer, sino no le doy lugar al otro.
Decís en el libro: “Como nadie puede decidir de quién ni cuándo enamorarse, el amor es contingente. Pero una vez que se nos presenta, el amor es construcción, un espacio y modo vincular al que tenemos que llegar. El amor no es espontáneo, no llega por arte magia, no se presenta de golpe, ni es algo que ‘fluye’”. ¿A qué atribuís esta fantasía del “amor a primera vista” o la idea de que “si no fluye, no funciona”?
Creo que estamos un poco confundidos sobre el concepto de libertad: creemos que la libertad es prescindir del otro o el “no compromiso”; no hablo del compromiso monogámico y formal, hablo del mínimo de responsabilidad que implica un vínculo con otro.
La instancia del enamoramiento es una instancia un poco “loca”: creemos que encontramos lo que nos falta, que el otro tiene la llave que nos llevará a la plenitud o a la completitud. Básicamente, porque monto en el otro una ilusión. En este punto, diría que el enamoramiento es un trastorno de percepción, como si tuviéramos la percepción un poco alterada.
Pero ponemos a prueba realmente el vínculo cuando aparecen los primeros conflictos y las primeras decepciones. Ahí recién podemos saber si ese enamoramiento da paso al amor, y me puedo dar cuenta que el otro no es lo que me monté, no es esa locura que me fabriqué, no es pura fantasía mía: es un otro real, con diferencias, con defectos y no tan maravilloso, y aún así, me quedo ahí. El amor es reconocimiento.
La cuestión de la completitud es un tema interesante de pensar porque, en general, si voy al encuentro del otro pensando que el otro tiene lo que me falta, me fusiono con el otro. Y la fusión en los vínculos es bastante peligrosa, porque es violenta y genera relaciones de dependencia (lo que hoy en día las personas llaman relaciones tóxicas).
Si bien el amor romántico empezó a mostrar su lado b y a ser “desenmascarado” o deconstruído desde hace unos años, ¿en qué medida esto llegó a las relaciones?
No hay que creerse tan deconstruidas y deconstruidos tan rápido. Me parece que, a nivel racional-teórico, se nos ha quitado como una venda de los ojos, y podemos charlar sobre eso y estar muy de acuerdo en que esto está bien, y esto está mal. Pero llevar eso al terreno del sentir y de la práctica, todavía nos cuesta un montón.
Porque hay un patrón vincular que va más allá de la voluntad y de leer libros, que tiene que ver con mi propia historia infantil, en cómo fui instruida, cómo fui criada, y en qué contexto social-cultural me han criado.
En esa línea, ¿cómo se transformó el concepto de amor y la proyección de lo que hoy es una pareja “ideal”? En el libro decís que “las personas casadas también son infelices”…
La pareja ideal no existe. Si nos compramos la idea de una pareja ideal en términos de la casa, el perro, los hijos y la armonía, nos va a ir mal. Porque además vamos a comprar muy rápidamente (esta es una época de imágenes) lo que nos bombardean desde afuera, y vamos a vivir muy frustrados y frustradas, creyendo que el otro tiene algo que yo no tengo. No existe pareja carente de conflictos.
Lo que sería interesante -y esto es lo que propone el espacio de análisis- es que puedas cuestionarte dónde está tu propio deseo, más allá del bombardeo social y de la imagen que te vendieron como aquello que hay que alcanzar a una cierta edad. No es un camino fácil, es un camino muy complejo, incierto, angustioso, solitario -por esto que te compartía de que no hay modelos- y, sin embargo, tal vez es un camino más vital, porque ya no estás haciendo lo que se supone que debés hacer, y estás más alineada con tu deseo.
¿Le pedimos demasiado a una relación de pareja? ¿Cuáles son nuestras expectativas?
Te digo algo previo: vivimos muy mal y muy solos. Hemos ido perdiendo los círculos de pertenencia en lo comunitario, el lazo colectivo es algo que está en crisis. Extendimos la esperanza de vida, pero no conservamos mucho el gusto por la vida, porque vivimos muy ensimismados (ahí está el capitalismo, que te ofrece rápidamente la solución de replegarte en tu mundo interior y trabajar el individualismo).
Una de las ideas centrales en Por amor es hablar de la pareja para luego ampliar un poco el foco y pensar en los lazos colectivos, que es justamente lo que nos sostiene y lo que nos ampara.
Justamente por eso -porque estamos muy solos y vivimos muy mal-, cuando aparece alguien en el horizonte, nos agarramos como garrapatas.
Y le pedimos todo: que sea nuestro compañero, el padre de nuestros hijos, el emprendedor o empresario, nuestro amigo, nuestro confidente, y además, un gran amante. ¿De qué manera se puede lograr eso?
Esto trae mucho conflicto en las parejas que están establecidas (sobre todo en las parejas que de repente tienen hijos, porque luego no logran encontrarse nuevamente como pareja, porque quedan muy tomados por otros roles). Tiene un costo muy alto creer que el otro tiene que ser “todo” para mí.
En el capítulo “El vínculo es conflicto” decís que “querer vivir sin conflictos es no vivir”, ¿cómo encontrar el equilibrio y saber cuándo parar?
Primero hay que entender que es una época en la que estamos rechazando el conflicto como si fuese una enfermedad. Y en realidad el conflicto es una experiencia más de la vida.
Así como solemos deslindar el amor del desamor (y son dos caras de una misma experiencia, porque el amor es alegría y conmoción a la vez), el conflicto es parte de la experiencia de estar vivos; si no tuviéramos conflicto, estaríamos muertos.
Si lográramos comprender que los conflictos funcionan como apuntalamientos para crecer, como un trampolín para otra cosa, y que muchas veces funcionan como un motor de transformación para nuestras vidas, nos amigaríamos un poco más con lo conflictivo, y no querríamos “salir rápido” de esa situación, aplacar el conflicto o evitarlo y huir corriendo.
Esto es lo que a veces sucede en los inicios de una relación: cuando aparece lo conflictivo, las personas evitan, huyen o desaparecen (el famoso “ghosteo” de la época) porque no tienen la capacidad de poner el cuerpo frente a otro cuerpo, de dar respuestas.
En parejas de larga data, ¿cuáles son los errores más comunes al enfrentar conflictos? ¿Qué pueden hacer para encontrarse?
Una de las cuestiones fundamentales ante un conflicto es no querer tener la razón. Es algo que nos cuesta mucho hoy, porque nos hemos vuelto seres muy literales y paranoides en algún punto.
Primero, porque desconfiamos del otro, le adjudicamos una maldad de modo inmediato. Nunca pensamos que “el otro hizo lo que pudo”, “tal vez no respondió en tiempo porque está viviendo su propia vida” o “porque está tratando de procesar algo para dar una respuesta acorde”. Todo lo que se recibe del otro -hoy día, en términos generales- se recibe como abandono o rechazo.
Además, creemos que el otro “me lo está haciendo a mí”, es algo personal. Pero, en realidad, el otro está haciendo lo que puede; la mayoría de las veces no es maldad.
Por eso, el primer consejo es: no trates de tener la razón; mirá el conflicto tratando de implicarte, y no de montando un juicio con el otro. No importan las versiones, no importa que estemos de acuerdo que “lo que pasó aquella tarde es que primero vos dijiste eso con tal cara y después yo hice lo otro y entonces vos…” No importa.
El éxito de una pareja saludable es saber hacer con el conflicto (y no la ausencia de conflicto); es decir, no hacer del conflicto, un síntoma y de la diferencia, una guerra. Para eso hay que ser menos agresivos, menos individualistas, menos narcisistas y hay que saber implicarse. Funciona mejor cuando uno puede empezar por uno mismo: en una discusión, no evitar el diálogo (por más incómodo que sea) y plantear las propias necesidades. Entrás con otro pie, con el pie derecho.