Desde el principio, la exministra de Negocios fue la favorita para hacerse con las riendas del partido tory tras la debacle en las elecciones de julio.
Kemi Badenoch, bautizada como la “niña bonita de la derecha”, se convirtió ayer en la nueva líder del Partido Conservador. No fue una sorpresa. Siempre partió como la favorita de las bases con su discurso anti-woke, anti-trans y su gran temperamento. Con todo, no deja de ser un hecho histórico, ya que se trata de la primera mujer negra en dirigir la formación más antigua del Reino Unido.
La que fuera ministra de Negocios -de 44 años y casada con un rico banquero con el que tiene tres hijos- se impuso con el 57% de los votos de los afiliados ante al ex ministro de inmigración, Robert Jenrick, en la etapa final de una duras y largas primarias que comenzaron en julio tras la dimisión de Rishi Sunak por la aplastante derrota cosechada en las elecciones generales con las que pusieron fin a una era de catorce años en el poder.
Los dos finalistas que quedaron en la contienda `tory´ representaban al núcleo duro de la formación. Jenrick apostó todo a una sola carta: carnaza populista respecto a inmigración y derechos humanos para recuperar los votos perdidos ante Reform, del radical Nigel Farage. Pero los afiliados -en su gran mayoría hombres blancos mayores euroescépticos- desafiaron los estereotipos rechazando su oferta y optando, en su lugar, por la que fuera ministra de Negocios, a quien no le faltan ni enemigos en sus propias filas ni controversias a sus espaldas.
En su primer discurso como líder, Badenoch reconoció ayer que la tarea que tiene el partido por delante es “dura” y agregó que la formación tiene que admitir que cometió “errores” y que ahora hay que darle al país un “nuevo comienzo”. “Es hora de ponerse manos a la obra, es hora de renovarse”, puntualizó.
Entre sus políticas, aboga por reducir el tamaño del Estado y desafía lo que ella dice es un “pensamiento institucional de izquierda”, asegurando que es “hora de defender los principios de la libertad de expresión, la libre empresa y los mercados libres”. Entusiasta del Brexit, conservadora social y “anti-woke”, se define a sí misma como una “feminista crítica de género” que se opone a la autoidentificación de las personas trans (“Tenemos matrimonio homosexual y uniones civiles, ¿qué buscan entonces los transexuales?”). Se opone a la “política de identidad” y a la teoría crítica de la raza, ha argumentado que “no todas las culturas son igualmente válidas” y ha dicho que las discusiones sobre el imperio deberían incluir las “cosas buenas”.
Pero, ante todo, es su fuerte personalidad y discurso combativo su mayor fuerte. Su carácter contrasta con la falta de carisma del primer ministro laborista Keir Starmer, por lo que los `tories´ más optimistas creen que hay posibilidades reales de volver en cinco años a Downing Street.
Aunque es un reto complicado. La última vez que los conservadores fueron aplastados en las urnas en 1997 necesitaron trece años y cuatro líderes para encontrar un futuro primer ministro.
La nueva líder de la oposición en Westminster creció en Lagos y es la mayor de tres hermanos. Su madre, Feyi, daba clases de fisiología en la facultad de medicina de la universidad; su padre, Femi, que murió en 2022, era médico de cabecera y vivían encima de su clínica, que en la década de los 70 prosperó gracias a contratos para tratar a empleados de las compañías petroleras de Nigeria (por aquel entonces miembro de la Commonwealth).
Tras varios años intentando sin éxito tener hijos, la pareja viajó a Londres a ver a un médico especialista. Y en enero de 1980 nació su primera hija, en un hospital de Wimbledon, a la que llamaron Olukemi Olufunto Adegoke. Fue una de las últimas en beneficiarse de las normas de ciudadanía por derecho de nacimiento que su heroína, Margaret Thatcher, aboliría luego con la Ley de Nacionalidad Británica de 1981.
Su viaje migratorio moldeó su visión del mundo. Voló de regreso al Reino Unido a los 16 años, alojándose en casa de una amiga de la familia. Corría el año 1996 y por aquel entonces ningún ciudadano negro o asiático había sido nunca ministro del gobierno. El hecho de ser “una joven muy enojada” la llevó a involucrarse en la política, empujada hacia la derecha por sentirse tratada con “condescendencia” por los asesores profesionales y los activistas que no valoraban las voces africanas.
Fueron los “estúpidos niñatos blancos de izquierdas” con los que estudió en la universidad de Sussex lo que la convirtieron en “aún más conservadora”. “Esos presumidos londinenses de clase media que no podían entrar en Oxbridge me volvían loca cuando hablaban de África dándoselas de moralistas. No tenían ni idea de lo que estaban hablando. Y eso me hizo pensar instintivamente: “Ésta no es mi gente”, aseguró en una entrevista con The Times.
Asegura ser “una de esas personas que quieren que el color de nuestra piel no sea más importante que el color de nuestro pelo o el color de nuestros ojos”. Pero sus políticas de identidad a menudo suenan mucho más conscientes. “Soy la peor pesadilla del laborismo, no pueden pintarme como prejuiciosa”, fue el titular de una entrevista reciente del Telegraph.
Antes de meterse en política, trabajó en finanzas y como directora digital de la revista “Spectator” (biblia para los `tories´), al que renunció en lugar de tomarse la baja por maternidad, sugiriendo que la baja era “excesiva” (comentarios que ella dice se sacaron de contexto).
Miembro de la Asamblea de Londres desde 2015; consiguió su entrada en Westminster dos años más tarde al ser elegida como diputada por Saffron Walden, desempeñando desde bien pronto diferentes cargos ministeriales con los gobiernos de Boris Johnson, Lizz Truss y Rishi Sunak.
Su trayectoria no ha estado exenta de polémicas. Entre otros, afirmó que hasta el 10% de los funcionarios públicos son “tan malos que deberían estar en prisión”, argumentó que las personas con autismo obtienen “privilegios económicos” y fue acusada de “intimidar y traumatizar” a su equipo, algo que ella niega.