Guillermo Montenegro juega al fleje. Grabois le aúpa el relato. Hace ya décadas que el ex intendente Daniel Víctor Katz Jora prohibió la actividad de los limpiavidrios, que ya en ese entonces eran una plaga en cada esquina. En aquel momento, un concejal de la CC salió a cuestionarlo. La historia no se repite, pero a veces rima.
En la 99.9 le pregunté al edil de aquel momento en qué se motivaba su oposición y muy suelto de lengua me respondió que «es preferible que la gente tenga un trabajo a que delinca». Le señalé dos cuestiones: estar en la vía pública con un balde y un trapo, no es un trabajo; y sostener que, quien no mendiga o recurre a este tipo de actividades, si se las prohíben, va a delinquir, es absurdo.
Quienes cometen crímenes no lo hacen por hambre o falta de oportunidades. Hay una aptitud en delinquir y vivir de lo ajeno. No es para cualquiera, es para quienes están dispuestos a convertirse en depredadores. Y quien está dispuesto a hacerlo, va a buscar el modo de delinquir a como dé lugar.
Hoy, el intendente Montenegro se ha subido a la ola vindicatoria del espacio público y, desde las herramientas que le brinda el ordenamiento municipal, inicia y propone una batalla contra los trapitos. Es un objetivo institucional, cívico y político, legítimo.
Ahora, lo que es impropio, es la exposición de la metodología ejercida por los empleados municipales empoderados por el discurso político que —como dice un funcionario en off— «juegan al fleje». Hay, en esto de las redes y de la comunicación actual, un potencial tóxico. A cada tweet del Lord Mayor se da una seguidilla de mensajes el cual más violento y avalador de esa metodología expuesta. Es peligroso.
Houdini se murió ahogado porque a su público ningún truco de magia le parecía suficiente. Se ahogó por su ego y su inseguridad. Lo que no se señala de Houdini, es su lucha contra la psicología del engaño. La comunicación política del intendente es la aplicación al máximo del decálogo de Goebbels.
El que la vio, fue el concejal Juan Manuel Cheppi, quien, refiriéndose a los dichos del titular del dicasterio papal, Juan Grabois, expresó: «sus declaraciones son funcionales a la estrategia de Montenegro». Y, sí, Grabois le simplificó el debate al ponerlo en términos de blanco o negro.
La realidad no es así. La situación de calle es muy grave y se profundizó en todo el mundo occidental después de la pandemia. En su mayor parte, los «fisuras» —como les dice, en su lenguaje barriobajero, el intendente— están destruidos por la droga y el alcohol, compañeros inseparables del deterioro cognitivo de estas personas.
Ordenar la calle, requiere profesionalismo. Los empleados municipales actúan como barras en su peor formato. Empoderados políticamente, juegan al fleje y, aupados por los cánticos en las redes van a terminar provocando situaciones que serán de lamentar.
Nadie aprende, sólo se repiten.