En una extensa entrevista con la 99.9, el pediatra Martín Gruenberg alertó sobre los efectos del uso irrestricto de pantallas, la falta de límites y la “dilución del rol adulto”. Sostuvo que los padres “tienen la obligación de cuidar” y que la maduración infantil “no puede torcerse”. Reclamó volver a ejercer la autoridad responsable: “Los niños hoy viven en una niñocracia”.

El pediatra Martín Gruenberg dialogó con la 99.9 acerca del impacto del uso temprano e ilimitado de pantallas, la responsabilidad de los padres y el avance de medidas internacionales que buscan regular el acceso de los menores a las redes sociales. En su análisis, fue contundente: “Nosotros no somos los dueños de nuestros hijos; somos los adultos responsables y debemos cuidarlos”.
Gruenberg recordó que ya está vigente en Australia la prohibición de uso de redes para menores de 16 años y que recientemente “la Unión Europea recomendó que los menores de 16 no tengan acceso a redes sociales”. Para el pediatra, estas decisiones internacionales responden a un problema sanitario creciente: “Hace muchísimos años se sabe que poner a un niño frente a una pantalla le genera un daño en su neurodesarrollo, en su neurolingüística; toda una serie de problemas”. Advirtió que hoy, fuera del colegio, “los chicos pueden estar 12 horas por día frente a una pantalla”, desde videojuegos hasta dibujos en tablets.
A partir de allí, profundizó sobre la maduración infantil como proceso biológico inalterable: “La maduración es una fuerza interna que obliga a los niños a hacer aquello para lo que mejor preparados están”. Explicó, de manera detallada, cómo cada etapa —desde los primeros saltos, la necesidad de sentarse, el gateo, hasta el aprendizaje de límites a los dos años— responde a un mandato biológico imposible de acelerar o saltear: “No se habla más de estimulación, sino de observación y enriquecimiento. La biología muestra cuándo cada etapa está lista, y cuando la salteás, generás daños”.
Sobre la edad en la que los niños deben aprender límites, subrayó: “La maduración les dice que están en condiciones intelectuales de aprender lo que está permitido y lo que está prohibido. Un límite no es prohibir: es un acto de amor”. Y fue tajante respecto a la tendencia cultural actual: “Hoy estamos en la época de la posverdad. Si vos a un padre joven le decís disciplina, ya sos un nazi. Pero los niños necesitan límites: ordenan y dan libertad”.
Gruenberg también recordó un estudio realizado durante su residencia, a fines de los 90, cuando se comprobó que los padres subestimaban la cantidad de horas de pantalla: “Decían que sus hijos veían una o dos horas, pero en realidad eran tres o cuatro”. Y planteó un paralelismo con el presente: “En aquella época era un señor que entraba a tu casa por la televisión y le enseñaba a tu hijo algo que vos no sabías qué era. Imaginá hoy con las redes: los chicos están el 80% del tiempo libre frente a una pantalla”. Alertó, además, sobre la exposición temprana al contenido pornográfico: “Chicos de 8 o 9 años ven porno. Se erotiza a los niños, y eso influye en la pubertad y en su desarrollo emocional”.
Consultado sobre el rol parental, coincidió con la afirmación del conductor respecto a que la capacidad biológica de procrear no implica capacidad emocional para criar: “Exactamente”, respondió. Y agregó: “Volvemos a la palabra adulto responsable. La tienen difícil, está muy difícil”. Usó una metáfora fuerte para graficar el daño que se genera cuando no se interviene: “Jamás le clavarías un clavo en la mano a tu hijo, pero al dejarlo horas frente a la pantalla estás haciendo que lentamente ese clavo lo lastime igual”.
Frente a un panorama que en ocasiones parece abrumador, propuso comenzar por límites simples y concretos dentro de los hogares: “Empiecen por un límite pequeño: dos horas de pantalla por día. Pantalla incluye celular, tablet, televisor, PlayStation. Y tengo que saber qué mira”. Aclaró que pueden existir excepciones, pero insistió en que el criterio debe ser claro y sostenido: “Cuando se acabaron esas dos horas, a jugar, a recrear la imaginación, a salir al aire libre. El chico tiene que respetar lo que vos decís. Sos el padre”.
Para Gruenberg, el principal problema no es sólo tecnológico, sino cultural: “Un hogar no es una democracia; no se votan las cosas. Hoy vivimos una niñocracia: los niños deciden qué se hace”. Por eso, sostuvo, es indispensable recuperar la función adulta: “Hay que volver a ejercer el rol; poner límites es cuidado, es amor, es responsabilidad”.
El pediatra concluyó que el desafío es duro, pero impostergable: “Reconozco que las pantallas son adictivas, que generan estímulos y que son difíciles de resistir. Pero los padres tienen la obligación de cuidar la salud de sus hijos. No es algo pasivo: si no intervenís, el daño llega igual”.