Con un inusual tono moderado, la Presidente presentó ante el Congreso su visión acerca del estado de la Nación. En medio de cifras siempre exitosas y ditirambos al modelo, Cristina volvió a omitir ese dato que cambia el hemisferio de la realidad: aquello de lo que se habla cuando se preparan las estadísticas.
La pobreza, la desocupación, la inclusión social, la inversión social, la generación de puestos de trabajo y la calidad legal de los mismos, ocuparon gran parte del discurso presidencial del día sábado.
Y si nos guiamos por los índices expuestos -que no pueden ser reputados de falsos según la métrica de medición oficial-, la Argentina ha encontrado durante la década kirchnerista un camino virtuoso de crecimiento y calidad de vida. A tal punto que, al conmemorar el valor de estas presentaciones ante la Asamblea Legislativa, la Primera Mandataria solo incluyó como dignas de encomio las acciones realizadas desde 2003 hasta la fecha. Antes, durante todo el período comprendido desde aquel hoy lejano 1983 hasta la llegada de los “pingüinos salvadores”, nada merece ser recordado. La historia, todos lo sabemos, comienza cuando “él” y “ella” posaron sus pies sobre la Patria…
Y así como el Ecuador divide al mundo en dos hemisferios, este sería el primer paralelo que podemos encontrar en la exposición de marras: 2003, en la visión cristinista, sería un ecuador que divide a la democracia apenas formal de la real, popular y participativa del kirchnerismo.
Aunque semejante afirmación excluya de todo análisis los tiempos difíciles de la consolidación que encabezó Alfonsín. Y deje de lado los cambios profundos en la sociedad post-recuperación institucional que tuvo a Menem como protagonista. Y a aquella prueba sublime de participación popular y apego a la salida constitucional que fue la crisis del 2001, con cinco presidentes en poco más de una semana y sin un solo argentino reclamando otra cosa que no fuese una salida apegada a las leyes.
Cuando la historia decante y las pasiones se anestesien, estos tres períodos -plagados de errores, claudicaciones y fracasos- serán revalorados en la medida en que marcaron una madurez social suficiente para evitar los viejos “golpes a la puerta de los cuarteles” con los que arreglábamos las cuestiones hasta que nos dimos cuenta de que los militares no están para gobernar y, Malvinas mediante, tampoco para hacer siquiera algo más sencillo como la guerra.
El secundo ecuador presidencial tiene que ver con la economía. Cristina sigue incorporando dentro de los famosos seis millones de puestos de trabajo creados a quienes -resolución del INDEC de por medio- cobran planes sociales o trabajan “una hora en las últimas tres semanas” y son, entonces, incluidos en la estadística como empleados formales.
Siendo aproximadamente tres millones de argentinos los que se encuentran en esa situación, suponen un 18% de la población económicamente activa del país. Junto con los que hoy tienen una semi-ocupación, llevarían el índice de desocupación al 17,8% y la creación de empleo genuino se reduciría a apenas 800.000 puestos de trabajo: un 2,4% de aquella población económicamente activa.
Eso, dividido por 10 años de “modelo”, supone un 0,24% del crecimiento del empleo por año. Muy poco, apenas un 3% arriba de los índices de Martínez de Hoz y un 36% por debajo de la administración de Menem. ¿Todo dicho?
Su repaso acerca de la inclusión escolar no le va en zaga. La asignación escolar de $ 520 por alumno, que hoy llega a 600.000 alumnos sobre una matrícula nacional que se acerca a los cinco millones, supone apenas un 12% del total. Y aunque positiva, la cifra no resuelve el problema de la inclusión educativa, en un momento en el que la deserción sigue siendo la más grande desde la instalación de la educación pública y gratuita.
En lo referido a la Asignación Universal por Hijo, que de universal tiene poco y nada, es recibida por 1.200.000 ciudadanos integrantes de una franja etárea de 6.500.000 niños y jóvenes que estarían en condiciones de ser abarcados. Apenas un 20% de ellos es tenido en cuenta por el Estado al momento de abonar la ayuda.
Demasiados “ecuadores morales” separan, entonces, el relato oficial de la verdad cotidiana de los argentinos. Son muchas las diferencias que existen entre lo que se pretende hacer creer y lo que ocurre en la realidad.
Si tenemos en cuenta que para el INDEC –aun cambiado el mecanismo de la medición de la inflación- una familia tipo puede comer cada día con $ 6,72, resulta ocioso decir que cada una de las afirmaciones presidenciales supone una ensoñación tan alejada de la realidad que solo en la perversión o en la impericia puede encontrar algún punto de sustentación.
Con un tono afable y moderado, tratando de agregar algunas cosas de aquellas “que todos queremos escuchar”, pretendiendo cuidar el orden en las calles, la celeridad de la justicia, el valor del diálogo y hasta aceptando sus propias equivocaciones en cuestiones tales como la firma del acuerdo con Irán, Fernández de Kirchner insistió en estas ocultaciones de la verdad. Las mismas que, en definitiva, la llevaron a una situación de crisis que no parece estar en ella remontar con demasiado sentido común.
Porque aun para aquellos que sostienen que por fin se ha buscado el amparo de la ortodoxia económica para salir del embrollo, una conducción nacional que instala semejante ecuador entre la verdad y el discurso supone un riesgo demasiado alto, que no será seguramente evaporado con tan solo el buen tono. Aunque para muchos hombres del oficialismo la nueva tonalidad sea tan entusiasmante como la groseramente agresiva que ellos mismos defendieron durante diez años de peleas estériles en los que la realidad avanzó crudamente sobre los cuentos de hadas.
Porque el ecuador, nos guste o no, es también una convención creada por el hombre para justificar una división entre pobres y ricos. Tan caprichosa e injusta como las estadísticas de Cristina.