El codiciado recurso se encuentra atrapado entre rocas sepultadas a más de un kilómetro de profundidad.
Se trata del gas y el petróleo de esquisto. Se obtienen utilizando una controvertida técnica llamada “fracturación hidráulica” o “fracking” y podrían ayudar al país a conseguir su tan anhelada independencia energética.
Los cambios económicos que plantea esta nueva abundancia de recursos han sido tan ampliamente descritos como los complejos riesgos ambientales que supone su obtención. Según la Casa Blanca, la producción nacional de petróleo alcanzó en 2012 su nivel más alto en 15 años, la de gas natural llegó a su récord histórico y la dependencia de petróleo extranjero llegó a su punto más bajo en dos décadas.
Lo que ha sido menos comentado es lo que acompaña ese nuevo panorama: al recurrir menos a fuentes externas para suplir sus necesidades energéticas, Washington puede afrontar desde una perspectiva distinta los conflictos internacionales en los que hay un claro componente energético. Es lo que The New York Times llamó “una nueva era de la diplomacia energética estadounidense”, que se ha manifestado en la actual crisis con Rusia y Ucrania y también, según algunos analistas, en la actitud del país frente a Venezuela.
La nueva realidad energética de Estados Unidos tiene considerables implicaciones diplomáticas. Al frente de esas gestiones está Carlos Pascual, un cubano-estadounidense que fue embajador en México y Ucrania y ahora dirige el Buró de Recursos Energéticos del Departamento de Estado. La oficina fue creada por la ex secretaria Hillary Clinton en 2011 para coordinar el rol de la energía en la política exterior, un asunto que ha cobrado relevancia en la crisis europea por la dependencia del petróleo y el gas de Rusia.
Reducir ese vínculo y diversificar las fuentes es uno de los objetivos expresos de Washington. Y fue uno de los motivos por los que el presidente Barack Obama estuvo el mes pasado en Bruselas. Obama habló de la “bendición” de los nuevos recursos en su país y recibió una petición de la Unión Europea para que permita mayores exportaciones de gas natural estadounidense. Sin embargo, aunque Estados Unidos recientemente sobrepasó a Rusia como principal productor de gas del mundo, todavía no exporta grandes cantidades del hidrocarburo. El Departamento de Energía comenzó a establecer los permisos para que compañías estadounidenses puedan exportar a partir de 2015 y ya aprobó al menos seis peticiones.
El tema ha generado controversia y fue criticado por el presidente de la Cámara de Representantes, el republicano John Boehner, quien dijo que el “proceso de aprobación terriblemente lento equivale a una prohibición de facto de las exportaciones de gas natural, que Vladimir Putin ha explotado felizmente para financiar sus metas geopolíticas”. Pero el gobierno ya considera que su boom está teniendo un impacto en Europa a través del gas disponible en el mercado. Según le explicó a BBC Mundo Amos Hochstein, subsecretario asistente para la diplomacia energética del Departamento de Estado estadounidense, el hecho de que esté importando mucho menos permite que el gas que antes recibía se redirija a otros destinos. Esa situación “ha llevado más gas alternativo, no ruso, a Europa”, asegura. En marzo, Carlos Pascual calculó que los esfuerzos de su equipo habían ayudado a que Ucrania redujera de 90% a 60% su dependencia del gas de Moscú.
Otra arista de la diplomacia energética consiste en ayudar a países como Ucrania en temas de suministro e infraestructura. Es un rol más “indirecto”, como señala Christian Gómez, analista del Consejo de las Américas en Washington. En diálogo con BBC Mundo, Gómez argumentó que Washington puede influir en Europa tratando de que Ucrania “tenga un sector energético más transparente y orientado al mercado”. En ese sentido, el vicepresidente Joe Biden anunció esta semana en Kiev que un equipo técnico está en la región para asegurar el suministro. Fue una visita que no cayó bien en Moscú, que rechazó la “arrolladora influencia” de Estados Unidos en Ucrania.
Washington pretende, además, que ese país importe gas natural desde Polonia y Hungría y desarrolle una ruta por Eslovaquia. Por otro lado, el boom energético también puede estar llevando a que Estados Unidos tenga una menor participación en zonas donde ya no tiene tanta dependencia comercial.
Fuentes consultadas por BBC Mundo en círculos privados de Washington opinaron que si las protestas en Venezuela se hubieran desatado hace cinco o diez años, la reacción del gobierno estadounidense habría sido distinta, en especial por los cambios en su relación energética con Caracas. Christian Gómez está de acuerdo y afirma que Estados Unidos tiene un interés más reducido en ese país sudamericano porque “tiene menos incentivos”, aunque agrega que eso no significa que vaya a cesar su relación petrolera.
La mayor producción energética de EE.UU. afecta lo que importa de países como Venezuela
Aunque Venezuela sigue siendo una fuente importante de crudo para Estados Unidos, el volumen que importa Washington ha caído en los últimos 15 años. Además, como aseguró Pascual ante el Congreso, su gobierno es consciente de que una mayor producción local puede afectar aun más lo que importa de Caracas.
Hochstein, por su parte, no cree que la bonanza energética esté influyendo en la respuesta diplomática sobre Venezuela: “hay una separación entre nuestra política general hacia Venezuela y el hecho de que estemos importando menos. Tradicionalmente hemos importado petróleo de Venezuela y lo seguimos haciendo hoy”.