De repente, cuando se acababa el período Jurásico, entre 144 y 200 millones de años atrás, los brontosaurios parecieron desaparecer de la faz de la Tierra. Desde entonces, el dinosaurio del cuello largo, que hacía de su cola un arma letal con la que golpeaba a sus oponentes más rápidos y veloces, no dio señales de haberse instalado en Sudamérica. Hasta ahora.
El sorprendente hallazgo fósil de científicos argentinos en Neuquén echa por tierra dos especulaciones: no solo comprobaron que la especie corrió por nuestras tierras sino que, además, lo hizo en el Cretácico, bastante tiempo después de su aparente saludo final. Por eso fue bautizado Leinkupal, que en idioma mapuche significa “familia que desaparece”.
Las coloridas rocas de la Bajada Colorada, sobre el valle medio del río Limay, entre los pueblos de Picún Leufú y Piedra del Águila, escondían algo. Lo presintieron Sebastián Apesteguía y Pablo Gallina, doctores e investigadores de CONICET en la Fundación Félix de Azara, de la Universidad Maimónides.
Aunque las rocas no habían dado hasta el momento resultados del todo interesantes, decidieron seguir los pasos de dos antecesores que habían destacado la importancia de la zona para entender la historia de los dinosaurios: el paleontólogo José Bonaparte y el geólogo Héctor Leanza.
Se propusieron explorar rocas que hubieran sido depositadas al principio del Cretácico. A ellos se asociaron el Lic. Alejandro Haluza y el Dr. Juan Canale, del equipo paleontológico del Museo Municipal Ernesto Bachmann, de Villa El Chocón.
Así, la localidad fue intensamente rastrillada entre 2010 y 2013 por un equipo de unas seis a ocho personas, con subsidios del CONICET y la Jurassic Foundation (fundación estadounidense formada con el dinero recaudado de la película “Parque Jurásico”).
“Teníamos sentimientos contrapuestos. Por un lado hay mucha exposición, por lo que – por un tema de proporción- uno supone que algo tiene que haber, pero a la vez sabíamos que nadie había encontrado nada. Muchas veces el suelo es muy ácido y no preserva ni siquiera una astilla de hueso”, relata Apesteguía en diálogo con ámbito.com.
“Enseguida encontramos huesos, pero muy deteriorados, así que seguimos buscando. Aunque como no hallamos nada nuevo, volvimos sobre los restos del primer día. En el proceso, se le pone laca y barniz a la roca y los huesos, y luego se los saca en un ‘bochón’ de yeso”, grafica.
Llevaron varias muestras al laboratorio de preparación fosilífera del Chocón, hasta que los técnicos (en especial Mara Ripoll y Andrés Moretti, vale nombrarlos), les entregaron las primeras muestras concretas.
“Ellos hicieron el milagro de reforzar y solidificar la arena suelta y las astillas para pegar los huesos y que estos no se desintegraran al abrir los ‘bochones’. Allí nos dimos cuenta, junto con Pablo Gallina, de que tenían otro significado”, explica el investigador.
Gran parte de la evidencia apunta a que las primeras familias de brontosaurios se habrían originado en el Jurásico, y que prosperaron y evolucionaron aisladamente tras la separación de la original Pangea (en Laurasia al norte y Gondwana al sur), lo que dio como resultado que se originaran grupos característicos para cada región.
Lo que llama la atención es que el último registro provenga del sur, cuando en el norte los fósiles de estas especies son moneda corriente para los paleontólogos. ¿Un cambio radical en el ambiente benefició a los animales del sur y condenó a la desaparición a sus parientes del otro hemisferio? “Algo es seguro: lo que pasó en otro lugar del mundo, acá no paso. De algún modo, los de Sudamérica sobrevivieron un poco más. Quizás su tamaño menor le daba ventaja”, especula Apesteguía.
La región de la que proceden los fósiles patagónicos de principios del Cretácico era parte de una faja subtropical seca con inviernos húmedos, extendida entre los 30° y 40° de latitud. Los restos están depositados en una época en la que, como aún no existía la cordillera de los Andes y el Océano Atlántico recién comenzaba a esbozarse, la región de Neuquén era bañada por el Océano Pacífico. El desierto de Gondwana Central se extendía entre Sudamérica y África.
Pequeño vegetariano con cola de látigo
La segunda parte de su nombre tiene una explicación bien concreta. Laticauda, en latín, significa “cola ancha”, ya que esta característica lo hace bastante particular. Cada especie de dinosaurio desarrolló diferentes adaptaciones para mantener a raya a sus contendientes más veloces y fuertes.
Los dicreosaurios poseían puntiagudas espinas en el cuello y la espalda, los rebaquisáuridos tenían adaptaciones que les permitían una mayor movilidad, los titanosaurios desarrollaron una coraza de escudos incrustados en la piel. En el caso de los brontosaurios, sobre todo tratándose en un ejemplar de tamaño pequeño (se calcula que medía entre 8 y 9 metros), la adaptación más importante estaba dada por la capacidad de propinar golpes mortales con los músculo de su cola.
“En el caso particular de Leinkupal los huesos nos muestran que, a pesar de su modesto tamaño, su cola era aún más poderosa que la de sus otros parientes brontosaurios”, detalla Pablo Gallina, “creemos que tenía gran superficie de músculos que le permitían tener mayor control y fuerza”.
Las vértebras de la cola, principales características de Leinkupal, son muy anchas y neumatizadas (con cavidades donde alojaba sacos con aire); allí se insertaban fuertes músculos que le permitían dar poderosos coletazos laterales.
El especialista describe otras características del pequeño brontosaurio: “por tener dientes muy finitos, se alimentaba de plantas blandas como helechos y arbustos. Y se trasladaba en manadas, de acuerdo a las huellas obtenidas en otros hallazgos”.
“Hallamos vértebras de la base de la cola, la espalda y el cuello. También dientes, pero solo integramos las piezas que estamos cien por ciento seguros de que corresponden al nuevo ejemplar”, comenta Gallina. Sucede que, a veces, se producían “amontonamientos de huesos, producto, por ejemplo, del desborde de un río”, lo que puede llevar a confusiones o a mezclar fósiles de diferentes dinosaurios.
Rey en América del Norte, se había comprobado la presencia de los brontosaurios en África, pero por estas tierras solo contábamos con el ilustre visitante Diplodocus carnegie, réplica del esqueleto de un dinosaurio norteamericano de 22 metros, que donó al Museo de La Plata en 1912 el filántropo Andrew Carnegie.
Ahora, el Leinkupal laticauda extiende su delgado cuello desde la Patagonia para mostrar que, a su manera y alejado de las estridencias de las especies más dominantes, también conquistó el mundo.