Necesidades que no vemos

Vidas a la deriva en un sistema burocrático

Cada uno tiene su historia. Saben del abandono o que por ahí, en algún barrio al que no tienen idea cómo llegar, quedó una abuela, un tío, un primo, que en un momento se ocupó de cuidarlos. Tienen recuerdos claros y otros borrosos, que guardan, que atesoran. Se preguntan entre sí si se acuerdan de aquella tarde, de un día cualquiera, ese momento en que fueron felices. Todavía lo sienten, pero no son capaces de contarlo porque el tiempo o la tristeza se llevó el día, esa tarde, de su memoria. Entonces, cada uno lo construye a su manera, lo evoca como puede. Son hermanos y quedaron solos para armar su historia entre todos.
Solo en la ciudad hay 70 grupos de hermanos que van desde los dos a ocho integrantes y que esperan ser adoptados. Según el Consejo de los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes porteño, de los chicos en condiciones de adoptabilidad, más del 60% son hijos de una misma madre o padre. Hay 1.200 postulantes porteños, pero todos aceptarían a un solo niño o, en todo caso, a dos hermanos. Hay más preferencias: que sean bebés de hasta dos años o que no tengan más de cuatros años, que estén sanos, que no hayan sido diagnosticados con enfermedades mentales. Los chicos y chicas esperan ser adoptados en 33 hogares; y cada minuto, resta: cuantos más años, menos chances de salir de la institución. De acuerdo a las edades y el sexo, viven en distintos lugares. Esto significa que aun sin familia, están separados. Algunos, incluso, cumplen 18 años sin haber sido adoptados.
Sin embargo, luego de que la semana pasada cinco hermanitos le pidieran a la Justicia que los adopten juntos, hubo un aluvión de interesados. La historia la dio a conocer Clarín luego de que la Defensoría General de la Nación lanzara una convocatoria para conseguir candidatos. ¿Cómo se explica que de no haber postulantes hayan aparecido más de 350 en solo cuatro días? Responde Guadalupe Tagliaferri, presidenta del Consejo: “esto nos hace reflexionar, sobre todo porque hay postulantes que ya estaban inscriptos en el Registro, aunque no para adoptar un grupo de cinco chicos. Hay que mejorar los circuitos administrativos, los tiempos judiciales y el proceso de revinculación con la familia de origen”.
Y repensar la idea del “bebé de propaganda”. “La adopción de chicos grandes no es fácil: deben querer una familia, aceptar reglas y cambiar hábitos. Pero limitarse a esperar un bebé es errado porque que sea chiquito no significa que tenga menos historia. Eso está cambiando”, apunta Leonor Wainer, de la asociación civil Anidar.
También se prevé un cambio en el Código Civil, cuyo proyecto tiene media sanción del Senado. Para algunos especialistas, como la abogada Laura Musa, de Fundación Sur, la nueva ley queda a mitad de camino: “entre otras cuestiones, no está claro que hay que agotar todas las instancias de revinculación con la familia biológica. Y debería proponer solo la adopción simple, que es aquella en la que el niño puede mantener contacto con sus parientes, aun cuando los adoptantes tengan su patria potestad. Ofrece la adopción plena, que corta todos sus lazos de sangre, como si no hubieran existido. Si la familia no puede cuidarlos, es el Estado el que debe mejorar esas condiciones. La adopción tiene que ser una excepción”.