Aplican el sistema del “gota a gota” que “exprime” a deudores. Prestan sin garantías y cobran a diario. El método se da en Orán, Salta, y se repite en otras ciudades. Surgió en Medellín en los 80.
Piden préstamos los que viven de hacer una diferencia yendo a comprar o a vender dólares a Bolivia. Y todos, o casi todos, los puesteros del Mercado de pulgas de Orán, que venden la mercadería de contrabando que compran con el dinero de los colombianos. Igual que los del Mercado de Abasto: los camiones repletos de verduras que luego adquieren los oranenses se pagan gracias a los colombianos. También “apoyan” a los vecinos que compran nafta en las estaciones de servicio y la venden un poco más cara en la puerta de sus casas. Los colombianos, además, atienden a la señora que no llega a fin de mes con la jubilación y los llama para comprar carne, pan rallado y todo lo que necesita para vender sandwiches de milanesa en la vereda y subsistir hasta volver a cobrar. Otro que pidió es un guardiacárcel, y por no pagar los últimos $500 que le habían prestado “recibió la visita” de los colombianos armados y vio cómo se llevaban sus electrodomésticos. A pesar de eso, y de otras amenazas que se escuchan en la ciudad salteña, solicita préstamos el panadero que consigue a buen precio la bolsa de harina y compra en cantidad para revender en otras panaderías. O el joven que tiene que salir con la mujer que siempre soñó y justo esa noche, no tiene dinero para invitarla. Gracias a los colombianos, también, el papá que no alcanzó a ahorrar puede alquilar el salón para festejar el primer año de su hijo. Los narcotraficantes locales, lo mismo: cada vez que la policía allana sus casas y se lleva la droga, llaman a los colombianos y vuelven a invertir ese dinero prestado para vender al menudeo. Porque los colombianos prestan y sólo les importa cobrar la deuda y los intereses, y no lo que hagan con ella. Los clientes, igual: jamás preguntan de dónde sale el dinero: son los únicos que dan préstamos a alguien que no tiene recibo de sueldo.
En Orán, Salta, una ciudad de 120 mil habitantes, a 50 kilómetros de la frontera con Bolivia, los colombianos prestan dinero en cada barrio, en cada manzana, en cada calle, en cada casa, sin pedir garantías. Se estima que allí viven unos 2.000 colombianos. Los vecinos saben que si tienen una urgencia, si se les presenta un negocio o si tienen ganas de hacer un mini emprendimiento, los colombianos van a sus casas con el dinero que necesitan. Para acceder a sus préstamos, sólo hay que presentarles fotocopia de documento y una factura de algún servicio.
También saben, los oranenses y los de otras ciudades linderas, que si no devuelven el dinero tendrán a los colombianos en sus casas, armados, llevándose lo que tengan, y cobrándoles intereses altísimos.
Pero Salta no es la única provincia argentina donde los colombianos practican la usura y amenazan con armas a los deudores. Según un relevamiento de Clarín, también operan en Misiones, Chaco, Corrientes, Neuquén, Córdoba y Buenos Aires.
En Argentina la práctica lleva más o menos dos años. Pero nació en Medellín, Colombia, a fines de los 80, y en ese país se lo bautizó como “Gota a gota”. Con los años se expandieron, y ya hay colombianos prestamistas en toda América Latina.
La cita de Clarín con Vicente Mendoza es en la puerta de uno de sus locales, el que está pegado a su casa. Pero primero sale su mujer, desesperada, llorando. Acaban de llamar otra vez. Otra vez, del otro lado de la línea, exigieron 50 mil pesos, y le dijeron que vieron a su hijo haciendo los mandados. El chico acababa de salir. Alguien los está siguiendo. Hasta hace unos días tenían una consigna policial en la puerta. Mendoza es jubilado de Gendarmería. Desde que dejó la fuerza se dedica a la gastronomía: tiene cuatro pizzerías en Orán. Mendoza es otro que pidió préstamos a los colombianos, de ahí que viene la sospecha, aunque él jura no deberles más nada. Como la gran mayoría de los vecinos, los conoció vendiendo muebles. “Les compré: pagué un adelanto y todos los lunes pasaban a cobrar. Andan en carritos por la calle y los ofrecen. Apenas cancelé la deuda, me dijeron que prestaban dinero ”, cuenta. Esa primera vez, pidió 2.000 pesos. El sistema es siempre el mismo: hay que devolver el dinero en 24 días. Los colombianos pasan todos los días, en moto, cobrando la cuota diaria con un 20% de interés. Entonces, Vicente, que recibió $2.000, devolvió $2.400. Luego pidió 20 mil y pagó 24 mil. Y después 30 mil, que le terminaron saliendo 36 mil: $1.500 diarios. Vicente pedía, cumplía. Gracias a esa confianza, una tarde, entró invitado a una casa en la que más de treinta cobradores rendían el dinero del día. “En mi vida vio tanto dinero junto, pensé”.
“Ellos me ofrecieron sus servicios. Me dijeron ‘díganos si alguien lo molesta y verás que lo deja de hacer’. No viven de los muebles. Está la carpintería, pero atrás, la usura. Dejé de pedirles y parece que vieron mi crecimiento económico y ahora me exigen dinero”, explica.
Marcelo Bernard, 25 años de político en Orán, cuenta que en esa ciudad siempre existieron los usureros e invita a un recorrido: en la puerta de un banco hay hombres y mujeres con una libretita. Son salteños. El sistema consiste en prestar el dinero y llevarse a sus casas la tarjeta de débito de los deudores. El día de cobro de la jubilación o de la Asignación Universal los acompañan, les devuelven la tarjeta y los esperan en la puerta para cobrar. Generalmente son préstamos que no alcanzan los $500. “Hubo prestamistas toda la vida, pero nunca se escucharon las amenazas tan violentas como las de los colombianos”, dice.
Para Bernard, el problema es porque más de la mitad de los oranenses trabaja en negro. “Acá los finqueros llegan en micros a las esquinas y se ponen a gritar ‘necesito 50 changueros para la finca’. Es mucha gente que trabaja por día en distintas fincas, que cobra por jornada”. Esa es una de las causas por la que los colombianos son tan solicitados y que hoy, según escuchó Clarín, haya gente “en listas de espera” para recibir dinero.
Pero las amenazas a Vicente Mendoza no son las únicas. El 29 de mayo pasado la policía de Orán detuvo a dos colombianos mientras amenazaban a otra deudora. En la comisaría comprobaron que uno de los detenidos tenía la visa vencida y que el otro ni siquiera había registrado su ingreso al país. El 13 de enero de 2013, otro colombiano fue detenido. La policía lo buscaba por una amenaza con armas a un vecino del barrio Manjón. Como no le pudo cobrar, se llevó una heladera y un horno pizzero, que encontraron en su vivienda. Según el fiscal federal de Orán, José Luis Bruno, hasta el momento no recibió un solo pedido de radicación de colombianos. “En cualquier lugar del mundo, si entrás con permiso de turista y se cumple el plazo, te echan. Acá no pasa nada; falta una decisión política. Y los colombianos no son los únicos extranjeros que se quedan en el país sin papeles”, dice el fiscal en su despacho a Clarín. Y agrega: “Son prestamistas sin escrúpulos. Pero para dedicarse a la usura tienen que tener mucho dinero. ¿De dónde vendrá ese dinero? Ellos te prestan y si no tenés cómo pagar te piden la escritura de tu casa. En el mundo hay homicidios por deudas. El gran problema en Orán es que la situación laboral hace que los vecinos deban recurrir a ellos ”.
Lo primero que se escuchó de ellos en la ciudad fue hace unos tres años. Primero fue “Sabor colombiano”, un restaurant de comidas típicas y después una “carpintería”. Allí hacen los muebles que hoy forman parte del paisaje de Orán ofrecidos por las calles. Al mismo tiempo aparecieron dos grupos de prestamistas. Uno liderado por un tal “Marcos”, que estaría en pareja con una mujer que trabajaría en la Comisaría 24. El otro, se hizo fuerte desde una iglesia evangélica. A medida que había más clientes, traían más cobradores de Colombia. Con el tiempo, la práctica se hizo tan común que los vecinos comenzaron a hablar de “su cobrador”. Los colombianos andan siempre en la misma moto: utilizan unas Yamaha FZ. En su mayoría, se mueven con licencias de conducir falsas, según las denuncias policiales, y van armados. También prestan y cobran en Embarcación, Tartagal, Hipólito Yrigoyen. Cuando los clientes llegan a la anteúltima cuota, ofrecen otro préstamo. El control se lleva en una tarjeta. Allí se firma cada vez que se paga.
“Acá es como que está legitimizado”, dice Roberto Meri, vecino, conductor de radio y empresario de Orán.
“Ya es un hecho natural pedirle a los colombianos, es la única forma de obtener efectivo”.
Florencia dice que anoche volvió a verla. Era esa misma mirada que cree ver cada vez que sale, que siente que la persiguen o cuando escucha una moto. Hace un año que Florencia cree ver esa mirada que dice no poder olvidar, la del “man”, como se hizo llamar, apuntándola con un arma. A ella primero, a su hijo después, a su marido y a su padre. Hace poco, desde una moto, le gritaron: “No nos olvidamos de que usted nos debe una”.
La historia comenzó a fines de 2012. Un carrito frenó en la puerta de su casa ofreciendo muebles. Ella compró un placard, y al mes, cuando no debía nada, aceptó la propuesta y pidió $500. “Pasamos a cobrarte de lunes a sábado, los domingos descansá”, le aclararon. Con el dinero, Florencia –pide no publicar su apellido por las amenazas- y su marido vendían comida y luego, cuando les prestaron más, viajaban a Bolivia a comprar ropa que luego vendían a sus vecinos. Así durante un año. Pero las ventas cayeron y no pudieron pagar más a fin del día. Debía $400. “Hasta que llegó esa noche”, recuerda. “Me patearon la puerta y uno gritó ‘Yo soy el que presta la plata, ¿quién me debe?’. Me acuerdo que uno le decía a otro: ‘Dele plomo, dele plomo’, mientras nos apuntaba. Esa noche me dejaron una bala”. Inmediatamente, fue a la comisaría. Por la causa hubo dos detenidos, que fueron liberados ya que no se les secuestró el arma. Hoy, uno de ellos posa con esa pistola en su foto de Whatsapp. Florencia comenzará a ser tratada por una psicóloga para olvidar esa mirada.