Uno de cada diez jóvenes argentinos se forman y salen a ganarse la vida. Las consecuencias: pocas horas de sueño y ocio, independencia y responsabilidad asimilada a temprana edad.
Los protagonistas de esta historia duermen 5 horas por día.
–Laburar y estudiar es un sacrificio. Cuando trabajás pensás todo dos veces. Ponele, yo hoy tengo el día libre. Tengo que hacer un trabajo de la facultad. Pero me gustaría ir a visitar a un amigo que hace banda que no veo. También me gustaría dormir porque estoy cansado. Pero uno tiene que pensarlo. El fin de semana también, por ahí no veo a los pibes porque trabajo y llego a mi casa sin ganas de salir –dice Lautaro.
Los protagonistas de esta historia ven poco y nada a sus amigos.
–Hay veces que me da bronca laburar. Cuando mis amigos se juntan yo no puedo ir porque tengo que trabajar –escupe Julián.
Los protagonistas de esta historia tienen ocio cero.
–Tiempo para vos –se resigna Sabrina-, olvídate.
El día –parece– no alcanza. Esa es la marca de los Sí-Sí, lo jóvenes que sí trabajan y sí estudian. No importa la edad, el nivel de estudio ni el trabajo que tengan: suelen estar ocupados todo el tiempo.
Sabrina Rodríguez -pelo corto y lacio, ojos profundos y tiernos, labios de sonrisa cuidada- trabaja de 8 a 14, cursa desde las 18 hasta las 23. En el medio estudia, se ocupa de su casa o hace trámites. Cuando puede, duerme la siesta.
Lautaro Romero -alto y flaco, ojos azul mar, de pocas palabras- divide sus días en cinco. Cinco horas trabaja, cinco cursa, cinco estudia (“cuando me da el cuerpo”) y cinco duerme. No hay un solo día en el que esté libre de responsabilidades.
A sus 15 años Julián Micheli – piel púber, tímido, gesto adusto- trabaja desde las 19 hasta las 23 de martes a domingos. A la escuela va a la mañana. Se queja porque ese ritmo no le permite ver a sus amigos. El trabajo, dice, lo hizo madurar y aprender a organizarse.
Uno de cada diez jóvenes en Argentina trabaja y estudia. Los números de la Encuesta Permanente de Hogares así lo confirman: el 10,9% de las mujeres y el 10,3% de los varones de 14 a 24 años cursan algún tipo de estudios -secundario, terciario o universitario- y forman parte del mercado laboral. Sí, ellas son más. En el caso contrario, las chicas también llevan la delantera: de los pibes argentinos, un 15% son Ni-Ni -ni trabajan ni estudian-, según informa el ministerio de Educación de la Nación. Ahí, también, ellas son mayoría.
“Me pareció lo mejor estudiar”, dice Sabrina.
Empecé a estudiar para poder progresar en el trabajo.
Sabrina (23) cursa la licenciatura en Economía en una universidad privada de la Ciudad desde principios de año. A los 18 había comenzado los mismos estudios en la pública, los abandonó al terminar el primer año. “Era chica y no me daba cuenta de lo importante que es estudiar”.
Trabaja desde los 19: fue secretaria en una inmobiliaria y administrativa en una farmacia. Desde el año pasado está en la administración de una dependencia del ministerio de Salud de la Provincia. Dice que fueron sus trabajos los que le hicieron dimensionar el valor del estudio. Se cansó de los laburos precarios.
“Quería progresar dentro del ámbito público y buscaba otra salida además. La carrera me iba a ayudar en eso y después para poder desarrollarme en algo privado”. –¿Por qué ahora elegiste una facultad privada? –Porque es más práctico con el tema de las cursadas y los horarios. Te permite llevarla más al día. Y como busco el título para tener una salida económica, facilita que sea más rápido.
Al igual que ella, muchos de sus compañeros optan por la educación privada por eso mismo: la practicidad y rapidez. Cuenta que “un compañero estudiaba Arquitectura y empezó Económicas porque trabaja en algo contable”. Sabrina estima que entre el 80 y el 90 % de los pibes que estudian en la privada “lo hacen más por un progreso laboral y económico que por pasión a la carrera”.
Cuando vine a estudiar sentí que me daban y tenía algo, pero no me alcanzaba para suplir necesidades que si bien no son básicas yo sentía la necesidad de tenerlas: comprarme cosas, tener plata suficiente para salir, gastar sin tener culpa ni remordimiento.
Al tomar la decisión de estudiar Comunicación Social, Lautaro (21) supo que tenía que venirse de Pehuajó a La Plata y vivir con papá. Creyó que eso sería una ventaja. “No pensaba en trabajar, creía que iba a tener todo lo que yo quería sin la necesidad de hacerlo. Pensé que lo iba a tener porque venía a vivir con mi papá y mi vieja me iba a poder mandar algo de guita”. No fue así. A los dos meses de instalado ya estaba trabajando con el viejo haciendo traslado de pacientes. Ese primer cuatrimestre de cursada y laburo la prioridad la tuvo la facultad: acomodó los horarios del trabajo de acuerdo a los del estudio. En el segundo fue al revés “porque me empezó a gustar el tema de manejar mi plata”.
-Empecé a trabajar porque tengo que aprender lo que es el trabajo. Así cuando sea más grande y quiera ser alguien ya voy a tener una experiencia.
A sus 15, y cursando el cuarto año de la secundaria, Julián ya tiene la vista puesta en el horizonte. Por eso labura hace tres años. Empezó repartiendo mercadería en comercios con su hermano y desde 2012 es el delivery de la pizzería familiar. “Lo bueno de laburar es la plata. Yo tengo mi guita, me puedo comprar mis cosas”. El trabajo, además, le aportó cambios en su personalidad y rutina. Dice que ahora es más organizado con los tiempos. “Dejé de andar tanto en la calle. Antes salía del colegio y boludeaba a la tarde. Ahora eso es a partir del viernes. El resto de los días no, porque uso ese rato para estudiar. Tengo todo organizado”.
“El trato que recibo de los profesores es igual que el de todos aunque yo trabaje”, dice Julián. El estudio está primero para los protagonistas de esta historia. Quizá sea por eso que a los tres les va bien. A está altura del año Julián no se lleva ninguna materia a diciembre, Lautaro promocionó 14 de las 16 materias que va cursando, Sabrina va al día en su licenciatura. Aunque, claro, hubo momentos de crisis.
En el primer parcial que desaprobó, Sabrina llegó a analizar dejar el estudio: “me frustro mucho cuando me va mal”. En el primer cuatrimestre de trabajo y estudio Lautaro no pudo promocionar dos materias: “me pasó por no saber. Pensé que era como la escuela que estudiaba uno, dos días antes y listo. Lo fui dejando, laburaba y así me fue”. Cuatro fueron las materias que se llevó Julián cuando arrancó en el trabajo, “mis viejos me cagaron a pedos cuando me fue mal. Pero ellos no le echaron la culpa al trabajo, sino a que no hago nada en la escuela”.
EL TIEMPO PARA…
Jorgelina Claps es psicóloga y cree que si un menor de edad trabaja hay algo que está perdiendo.
–Hay algo de la infancia y la adolescencia que se le está robando. Porque por más que lo haga porque lo necesita y lo quiere, se supone que tiene que haber otro que te sostenga -dice-.
Un “otro” que deben ser lo padres y si no, el Estado. Ese otro no sólo debe encargarse de brindar un sostén económico al chico. Otra función vital es la contención emocional. En el caso de los pibes que cursan el secundario y trabajan, el rol del docente es otro ítem a tener en cuenta. Jorgelina dice que ella tendría una contemplación con estos jóvenes porque “no tienen el mismo tiempo disponible y quizá su primer responsabilidad no es estudiar como corresponde por su edad, sino el trabajo”. Después aclara que “no es lo óptimo” que un menor trabaje. Cuando el Sí-sí se hace mayor la cosa cambia.
–El pibe que va a la facultad es distinto, tiene que ver con una intención de autonomía, de ingresos propios. Y es factible que ese chico también madure más rápido porque la responsabilidad frente al trabajo es diferente respecto a la del estudio.
“Maduré un montón con el trabajo. Hice el clic de tener otras responsabilidades más que las del estudio”, cuenta Lautaro Pasillo al fondo, la casa: comedor de paredes antiguas adornadas con un reloj de Marilyn Monroe, mesa redonda llena de cuadernos y apuntes, la computadora prendida. Acá vive Sabrina desde abril, se mudó a las dos semanas de haber empezado a cursar. Pudo independizarse de sus padres gracias al sueldo de su -todavía- nuevo trabajo.
“Me mudé por la facultad. Antes vivía en Berisso y me quedaba muy lejos”, cuenta ahora sentada en su departamento, a tres cuadras de la casa de estudios. “Si no hubiera sido por la carrera me hubiera mudado a otro lado, otra zona y un lugar más lindo. Pero con lo que pago en la facultad no me alcanzaba la plata”.
Lo primero que se compró Lautaro con su plata fue un par de botines que pagó al contado. En ese momento significaba casi la mitad de su sueldo. “No me importó porque tenía la guita”. Laburar le cambió la vida, dice. Hoy puede estar todo el mes sin pedirle plata a nadie, se siente independiente en gran parte, se compra las cosas que quiere, gasta “un mango más” cuando sale a bailar, ahorra.
Un celular. Eso se fue lo primero “bueno” que se compró Julián que aclara: “me lo sacaron mis viejos con la tarjeta y yo les di la plata”. Además de independencia económica y poder darse gustos, ganó fama. “Al ser yo el que va a las casas sociabilizo con la gente. Antes no conocía a nadie en el barrio, ahora me saludan todos”, dice con una sonrisa que, como todo Sí-Sí, se borra a los pocos segundos.