La masacre ocurrida en Francia sólo puede sorprender a los muy distraídos. Las señales previas eran fuertes e inequívocas. La revista Charlie Hebdo había tomado una posición militante frente al islamismo radical, y constituyó un punto de choque que dejaba al Islam en un pie de igualdad con la crítica satírica a otras religiones, en particular a la católica, y en menor medida respecto del judaísmo.
Hoy con un mundo conmocionado por la masacre en todos sus niveles, surgen las preguntas y las acusaciones ya se escuchan cuando la sangre derramada aún está caliente. Diecinueve muertos, incluidos tres terroristas, son un número para el shock social y político. Marine Le Pen ya señaló su disconformidad por no haber sido invitada a la multitudinaria marcha de toda la política europea en favor de la libertad y en repudio a todo totalitarismo. No obstante, no es la única excluida: no se verá a Vladimir Putin marchando por las calles de París junto a los jefes de Estado de Inglaterra, Alemania, España y toda la dirigencia comunitaria, que deberá de ahora en más repensar la cuestión de la multiculturalidad. La multiculturalidad es un producto malicioso de la mala conciencia colonialista europea. Por esa elaboración ideológica se dejó de lado la misma idea de integración, que amalgama sociedades y las salva de quedar reducidas a guetos formalmente correctos pero política y socialmente explosivos.
Es perverso, además, que no se explique adecuadamente la naturaleza del conflicto, que por cierto tiene aspectos de geopolítica con olor a petróleo. Es así y lo ha sido desde la finalización de la Primera Guerra Mundial. Está en todos los análisis, pero no explica para nada lo que ocurre. Occidente se mira el ombligo, escribe y analiza sus dramas y sus muertos, pero no ve lo que ocurre en otras partes del mundo, donde la naturaleza furiosa de la guerra entre facciones del Islam son la matriz de esta criminal situación. Tres días antes de los hechos de París, en Saná, capital de Yemen, al menos 37 personas murieron y otras 66 resultaron heridas, varias de gravedad, en un atentado con coche bomba frente a una academia de policía, en la última tragedia de este país escenario de enfrentamientos entre grupos extremistas. La crónica breve los cosifica, en un número más que pasa de largo en nuestras mentes, aunque lo acontecido fue una auténtica masacre: en la acera había restos humanos y vehículos destrozados por la onda expansiva, tal como comprobó un corresponsal de la AFP. El objetivo del atentado eran centenares de jóvenes candidatos que habían acudido a inscribirse a la academia.
Por las mismas horas en que seguíamos con horror los hechos de Francia, al menos diez policías turcos resultaron heridos en Estambul por el estallido de una bomba al paso de un vehículo que transportaba a decenas de oficiales, informaron autoridades. El jefe de policía de Estambul, Huseyin Capkin, señaló que 21 policías viajaban en el vehículo cuando un explosivo, activado a control remoto, estalló, dejando a diez oficiales heridos, pero ninguno de ellos se encuentra en situación crítica, reportó el diario Hürriyet Daily News. La explosión se registró muy cerca de las oficinas del gobernante Partido Justicia y Desarrollo (AKP), lidereado por el primer ministro Recep Tayyip Erdogan, y de la sede de la Asociación Independiente de Industriales y Hombres de Negocios (MUSIAD).
Resulta entonces que hay más en juego que lo que los medios internacionales muestran y que configurará luego el espanto social. Y el epicentro de lo peor que ocurre en este sentido no es Europa, aunque sí la vidriera que refleja el horror y la crueldad travestido de conflicto religioso.