Una semana trágica. La muerte de Alberto Nisman pone una vez más al país, a sus autoridades y sus circunstancias bajo la mirada de un mundo que nos mira con estupor.
Hace mucho que la Argentina está en las noticias mundiales tan sólo por malas noticias.
Cuando no es por nuestra pertinaz costumbre de no cumplir con nuestros compromisos financieros o por la insistencia en firmar acuerdos comerciales que luego decidimos anular con trabas y disposiciones internas, o por alianzas políticas que terminan arrastrándonos por el camino opuesto al que transita la comunidad mundial, lo cierto es que nuestro país se ha convertido en algo más que un amigo díscolo; somos una nación poco o nada confiable.
Desde siempre se nos ha visto como poco interesados en combatir la corrupción. Aunque nos duela, el mundo nos ve como a una sociedad tramposa, afecta a la violación de las normas legales por la simple búsqueda del beneficio personal y la comodidad y sobre todas las cosas como un país anómico, es decir un país sin normas.
La muerte de Alberto Nisman, que impactó fuertemente en todo el mundo a juzgar por la muy amplia cobertura que la prensa internacional le dio al tema, es posiblemente el golpe más duro que el país haya recibido en mucho tiempo si es de la consideración global de lo que hablamos.
Hoy son pocos los que rechazan la posibilidad de que el gobierno de Cristina Fernández haya estado directa o indirectamente involucrado en el hecho.
Y tendremos que concluir que la Presidente y sus funcionarios poco hacen para revertir esta sensación.
No debe sorprender a nadie que Cristina y los suyos quieran defenderse de la grave acusación de complicidad con el gobierno de Irán tratando de cambiar negocios por impunidad.
Coincidirá el lector en que una imputación de ese tipo no puede dejarse pasar en silencio y mucho menos aceptar alegremente que es veraz.
Pero cuando la defensa es tan ostensiblemente mentirosa y se busca por todos los medios descalificar al denunciante, a la prensa y a la misma comunidad mundial a la que se pretende señalar como cómplice de la conjura, es lógico que muy pocos en el planeta acepten confiar en la mirada oficial.
La visión paranoica y conspirativa de la administración se vuelve entonces decididamente en su contra y, por carácter transitivo, del país.
Lo cierto es que se vuelve a proyectar una imagen desgastada, brutal y lamentable de una república inexistente que en algún tiempo fue vista al menos como una nación de incalculable futuro.
Demasiado precio el que pagamos, aunque ya sea tiempo de que cada uno de nosotros se pregunte seriamente que está haciendo para no merecer pagarlo.
El suicidio “no inducido” del peronismo
Una actitud defensiva, aunque se intente disfrazar de firmeza, signó la expresión pública del peronismo que esta tarde dió a conocer un rebuscado documento que será recordado seguramente como un grave error político.
Tras un debate que no fue tal, las máximas espadas del oficialismo optaron por poner la firma a una sumatoria de “tips” que sólo reitera las posiciones -muchas veces encontradas y hasta incoherentes- que cambiantemente se esgrimieron desde el mismo instante en el que estalló el Caso Nisman.
Había dos documentos y aunque ambos parecían ir en el mismo sentido marcaban las profundas diferencias que hoy traspasan al gobierno.
En uno de ellos, que al final vio la luz, se hacía un recuento bastante desprolijo de todos los argumentos que desde el poder trataron de imponerse desde el mismo momento en el que se supo de la muerte de Nisman.
El otro, el que fue desechado, planteaba en un tono mucho más prudente la voluntad y el deseo del peronismo de que la justicia actuase sin presiones. Ambos insistían en el apoyo público a la jefa de estado aunque ya se había acordado con anterioridad que se le plantearía a Cristina la necesidad de desplazar a Berni y mandar al ostracismo definitivo a personajes como Luis D’Elía que sólo siven para enlodar su figura.
La discusión no fue fácil y el tono subió hasta tal punto que Daniel Scioli sólo llegó al lugar de la reunión tras hacer esperar a sus compañeros por más de una hora. Es que el gobernador se oponía a sumarse a una operación tan desprolija como agresiva que responde solamente al peso de La Cámpora, que llegó al debate con el documento “cerrado”, y no aceptaba corrección alguna.
Hubo dos párrafos que por fin aceptaron quitar: en el primero se insinuaba la responsabilidad de servicios de inteligencia de un tercer país (Israel) en la planificación del asesinato, y en el segundo se planteaba la sospecha de que Nisman habría formado parte de una conspiración de los servicios de inteligencia asociados a un sector determinado de la oposición (Macri) para desgastar la figura de la Presidente.
Una vez que ambos disparates fueron retirados del documento Scioli accedió a sumarse a la reunión, aunque ostensiblemente eligió por un segundo plano.
Lo demás se vio por televisión: un acto desprolijo, un documento absurdo y una desbandada general que dejó el lugar vacío -con la única excepción de Agustín Rossi, trenzado en una discusión virulenta con Nelson Castro en la que quedó en claro porque los demás no querían hablar con la prensa- y una PJ que dejó toda la sensación de pegarse un tiro en sus propias piernas ante la sociedad.
¿Qué dice el documento?…nada; habla de los fondos buitre, de Francia, de la prensa concentrada, de conspiraciones, de reformas revolucionarias y precios estables, de Clarín y La nación, de suicidios, homicidios, soponcios, servicios de informaciónes descontrolados (propio de una administración que asumió…¿ayer?) y todas las muletillas que todos conocemos.
Demasiado poco para lo que espara la gente; mucho para lo que puede soportar.