“Los americanos salen al mundo a tirar bombas con aviones no tripulados. Nosotros salimos a construir carreteras, a levantar edificios y hospitales. Estamos para llevar felicidad”, Fan Hui Fang, empresario chino. Nada más insidioso que insertar una mentira entre dos verdades…
El tema en sí es apasionante: estamos ante la hipotética sociedad entre cuatro gigantes que podría dominar al sistema mundial y cambiar más de un paradigma. Pero es una sociedad extraña en muchos aspectos. Tanto, que al menos dos socios, China e India, parecen enemigos.
Motivada por el interés de una estructura tan compleja, es intención de la presente columna ir desarrollando algunos aspectos de este acuerdo “ma non troppo” lleno de potencialidad, tanto para que termine siendo imparable como para que lo imparable sea la violencia, si los dados caen en decúbito dorsal. Además, es tan apabullante el crecimiento de las inversiones chinas en el mundo (Argentina incluida), que bueno es ver cuáles son las ventajas y también los daños colaterales que implican. No será una continuidad en serie de notas de este tenor, porque la dinámica internacional avasalla y exige. Pero habrá algunos toques de seguimiento que, entiendo, vale la pena conocer. No estamos ajenos, ¿eh? El mundo es redondo, ya lo suponía Colón.
El Tíbet, piedra india en el zapato chino
Hay cosas que nadie olvida. Y menos si existen factores que se mantienen presentes en el día a día y hacen imposible borrar el pasado. Cuando allá por 1959 Tenzin Gyatso, el Dalai Lama, se vio obligado a escapar del Tíbet por la brutal ofensiva de Mao, que destruyó casi 6.000 templos budistas, el destino elegido fue Nueva Delhi, capital de la vecina India. Allí, concretamente en Dharamsala, se instaló el gobierno tibetano en el exilio, bajo la protección informal india. No menos de 100.000 tibetanos huyeron cruzando peligrosas montañas, en condiciones climáticas de gran dureza, hambreados y bajo intenso frío, tratando de no ser vistos por militares chinos que tiraban a matar.
Desde entonces, indefectiblemente, cada cinco o seis años hay algún alzamiento en el Tíbet contra la presencia militarizada y prepotente de China. Cuando esto ocurre, en la confusión generada aprovechan y huyen unos cuantos miles, hasta que sobreviene la represión y las fronteras pasan a estar hiperconroladas. La última vez fue pocos meses antes de la Olimpíadas de Pekín del 2008 (incluyó caminatas en Buenos Aires), donde los tibetanos intentaron darle a conocer su problema al mundo.
Pekín respondió con la fuerza de las armas, prohibiendo que la prensa extranjera cubriera los hechos. Se habló de más de mil muertos; la “historia oficial” dice que fueron 19, todos chinos… Esa misma prensa, como quien no quiere la cosa, lamentó que el gobierno de la India cobijara a los “terroristas” tibetanos. Cuando se produjo la revuelta de 1959, la CIA estuvo involucrada en apoyo al Dalai Lama. China leyó mal aquélla realidad; acusó a la India y realizó dos incursiones militares terribles en 1962, provocándole una humillante derrota. Delhi vivió el episodio como una enorme traición e injusticia; en la memoria colectiva nacional, más allá de la sociedad de coyuntura, esto nunca se olvidó.
Cuando, décadas después, el dirigente chino Wen Jiabao visitó Bangalore, dejó un concepto para la posteridad: comparó la relación de ambos países con la meca de la tecnología diciendo que China e India eran dos pagodas, una era el hardware y la otra el software, y combinadas podían gozar de su posición de liderazgo en el mundo. Desde 1999, el intercambio comercial de 260 millones de dólares pasó a 60.000 millones en 2010. Eso llevó a que Jiabao y su homólogo Manmohan Singh firmaran un protocolo ambicioso para llegar a los 100.000 millones de intercambio en el 2015. Pero las cicatrices de la guerra de 1962 no están cerradas
En lo que hace a diferencias fronterizas, hubo ya 14 encuentros sin ningún tipo de progreso. Pekín fue claro, conciso, contundente (bien chino): “hay que desmantelar el gobierno tibetano en el exilio”. Estando en Singapur en un encuentro castrense, un general chino le dijo al jefe de la fuerza aérea india: “Brigadier, si nos entregan al Dalai Lama podemos ser amigos”. Claro que en la democrática, religiosa y multicultural India, la opción de entregar la causa tibetana se considera prácticamente imposible.
Sobre el terreno fronterizo que abarca unos 138.000 km2 hay una militarización visible. En los 4000 km de frontera hay seis divisiones indias y cuatro chinas. En caso de que se repita lo de 1962, la India quiere estar bien preparada. Es decir, son “socios” pero con un nivel de desconfianza tal que, por las dudas, tienen entre los dos casi 200.000 hombres armados hasta los dientes en la frontera que no los une: claramente, los separa.
“Desangrarla”
Más que recomendable “La silenciosa conquista china” de Cardenal y Araújo (ed. Crítica, Bs.As. 2012). El recorrido planetario de los dos periodistas de investigación recogiendo experiencias sobre las inversiones chinas en el mundo es imperdible, profesional y desmitificador. Cuanto menos, una señal de alarma para darse cuenta de que no es malo que inviertan (en absoluto), pero hay que tener diez ojos y no dejarse tentar por el flujo interminable y sencillo de capital que manejan. Fácil, concreto, efectivo y cumplidor: son las cuatro consignas; y las cumplen. Ahora, queda un tendal.
Algo de esto pasa en la India, a la que no sólo presionan por el tema Tíbet sino que la van “desangrando” desde adentro (y lo dicen con ése término).
Huawei es una de las mayores y más importantes empresas en el mercado tecnológico chino. Fundada en 1988, está presente en 140 países y cuenta con 110.000 empleados. Es un implacable competidor en telecomunicaciones con Alcatel, Nokia, Siemens, Ericsson y Cisco Systems. Está acusada de piratería y cuenta con todo el respaldo oficial, desde donde se decidió a tomar el mercado por asalto obligando (por sus bajos costos) a reducir los márgenes de ganancia a los competidores. En 2010 facturó nada menos que 28.000 millones de dólares. Por supuesto, está instalada en la India, en Bangalore, considerado el Silicon Valley de este país, con siete plantas de producción y 2200 ingenieros (muchos indios). De hecho, la sede de Huawei en India es la más grande fuera de China. Este año están construyendo un campus muy moderno en las afueras de Bangalore, para albergar 3.500 cerebros.
Nueva Delhi no mira pasivamente el avance. En 2010 habían llegado a sacar una circular prohibiendo a las empresas estatales la compra de telefonía china (sin mencionar empresa). El tema fue considerado “de Seguridad Nacional”, porque creen que los equipos de Huawei con destino empresas y organismos públicos indios podían estar preparados para hacer colapsar el sistema de alarmas en caso de algún conflicto. Ésa es la confianza que se tienen. Parece una de James Bond, pero estas cosas pasan.
Queda claro: la intención de China es multipolar a nivel mundial, pero pretende que sea unipolar a nivel asiático. En la India dicen que si hay que responder, no lo harán de manera insignificante; despacio pero con contundencia
Menos mal que son socios.
Prometo que continuará.