Se casó con el genio a los 21 años, cuando él ya estaba enfermo. Escribió el libro en el que se basa “La teoría del todo”, la película sobre la vida del físico que se estrena la semana que viene.
–¿Ese matrimonio marcó su vida?
–Oh, sí, sí, sí, sin duda. Era mi razón de ser, era mi carrera, era todo, todo para mí.
La voz de Jane Hawking llega suave, apenas audible, amabilísima, desde su casa en Cambridge, Inglaterra. Habla con Clarín cuando allí son las cinco de la tarde y acaba de cortar con una radio colombiana. Ahora, a los 70 años, los medios hacen (hacemos) cola para hablar con ella y es un poco gracias al cine: en unos días se estrena en el país La teoría del todo, la película que cuenta su vida con el físico (y megaestrella mundial) Stephen Hawking y que se basa en un libro que escribió ella: Hacia el infinito.
Fueron veinticinco años de matrimonio, que empezaron cuando ella tenía 21 años y ya sabía que ese chico de 23, inteligente, de ojos lindos, con un sentido del humor que la podía, ese chico tenía una enfermedad degenerativa que lo iba a deformar, postrar, matar. Dos años le dieron cuando se la diagnosticaron. Ella se casó igual. Tres hijos tuvo con ese hombre vivió y vivió y vivió pero se fue quedando en silla de ruedas, sin control de sus brazos y hasta necesitó, para respirar, una traqueotomía que no lo dejó hablar más… por lo menos por medios naturales. Lo cuidó, le hizo de intérprete, le aguantó los (muchos) caprichos, le corrigió pruebas. Y un día, en 1990, él la dejó por la enfermera.
Pero hay más gente en esta historia. Está también Jonathan, un músico que conoce a Jane cuando es un viudo joven, que durante mucho tiempo es un amigo cercano de la familia, que les enseña piano a los chicos y acerca la silla de Stephen hasta el mar. La atracción entre Jane y Jonathan se cae de maduro. “Si necesitás alguien que te ayude, no me voy a oponer”, le dice Stephen a Jane en la película. Y así viven, como una familia ampliada, ante quienes les gusta y antes quienes no (que los hay). No hay finales buenos y ese tampoco lo fue: Jane llega a describir a Hawking como un déspota; él, en la ira del final, le grita “infiel” (o eso es lo que ella, que es elegante, escribe). En 2006, él se separó de su segunda mujer y hoy son amigos.
Mientras tanto, y con un esfuerzo que dura muchos más años que los que necesita un estudiante que se dedique a estudiar, ella estudia Literatura Medieval Española. De modo que habla castellano. Desde lejos, pero en castellano, habla con Clarín.
-Usted se casó con un hombre con un futuro terrible. ¿Por qué?
-Cuando me casé con Steve sabía lo que hacía. Pero el diagnóstico era de dos años, yo pensaba que podría dedicarme a él todo el tiempo que necesitara.
-Usted pensó “me voy a dedicar a tiempo completo pero por poco tiempo”.
-Sí. Pero era la época de la amenaza nuclear, era posible que una chispa entre Estados Unidos y la Unión Soviética encendiera una conflagración que terminara con la raza humana, el planeta, todo. Y estábamos convencidos de que iba a ocurrir. Así que yo me dije: “Steve no tiene más que dos años de vida, pero quizás yo no tengo mucho más tampoco, tres, cuatro, años….” El fin de la raza humana estaba llegando.
-Usted suele decir que no se casó sólo con Stephen…
-Eramos cuatro: él, yo, la diosa de la Física y la Enfermedad.
-¿Y usted de quién estaba enamorada?
-¡De Stephen! El muchacho de la película (Eddie Redmayne) es parecidísimo a Stephen y me pena ahora verlo como era cuando lo encontré por primera vez. En la película es un hombre muy guapo. Así fue. Me enamoré de su sentido del humor, de su inteligencia, de la manera como expresaba sus opiniones.
-En el libro usted explica ideas de Física. ¿Hablaban de lo que él investigaba?
-Ah, sí, sí. A mí me fascinaba la física, el Universo… Uno no necesita más que ver el cielo por la noche para ponerse a pensar en cosas filosóficas… Por qué estamos aquí.. mira qué maravilla… Y además yo estaba casada con un hombre que estudiaba tales cosas. El me explicó que si te hallases al borde de un agujero negro, el agujero te jalaría y saldrías como un pedacito de spaghetti.
-Pero usted se puso a estudiar algo muy lejano, Literatura Medieval…
-Cuando llegué a Cambridge no se respetaba a las mujeres que eran sólo esposas o madres. Tenía que ganarme una presencia académica, asegurarme una identidad por fuera de Stephen. Ser mujer era ser nadie.
-El libro cuenta mucho el lugar difícil de las mujeres. Y también las dificultades con el sistema de salud inglés.
-Uno de los motivos para escribirlo fue atraer la atención de gobierno, las autoridades, los servicios sociales, sobre la situación en que se hallan las familias de pacientes con enfermedades degenerativas. Todo el peso recae sobre las familias. Estas razones todavía son válidas: hay un millón de niños que cuidan familiares enfermos en Inglaterra hoy.
-El suyo lo hizo.
-Me preocupé mucho cuando empecé a depender de Robert, mi hijo mayor. el no tenía más de diez años. El no habla mucho de esto hasta hoy, y sigue siendo muy leal a su padre.
-Usted es una católica creyente, Stephen un ateo convencido. ¿Cómo pudieron estar juntos?
-Para mí la fe es algo muy íntimo, no algo que haya que imponer. Yo he respetado su ateísmo. Y más tarde, muchísimo más tarde, me dolieron cosas. Estábamos en Jerusalén, y él decía que era ateo. Yo me preguntaba cómo podía hacer esas declaraciones tan bruscas, con tanta certeza, en el lugar más sagrado del mundo para el judaísmo, para el islam, para los cristianos. Eso me ha dolido. El estaba en sus coloquios físicos todo el día y yo iba a solas por la ciudad, por los sitios por donde anduvo Jesús.
-Si él logaraba demostrar el origen del tiempo ¿no refutaba la existencia de Dios?
-El decía que no había milagros pero y yo le contestaba: “Es un milagro científico, un milagro de la humanidad que tú estés vivo, después del diagnóstico de dos años de vida”. Y además, le decía yo, cómo es que nosotros existimos. Los científicos quizás pueden explicar cómo es que estamos aquí pero no pueden decirnos por qué estamos aquí. Además, hay cosas que existen fuera de los hombres. Por ejemplo, las matemáticas. Existen con o sin nosotros.
-Eso es jugar con las armas de Stephen.
-¿Por qué no? Hay que enfrentar a Steve en su terreno.
-¿A él le importaba lo que usted pensaba?
-En los primeros años sí y discutimos mucho. Cuando él se puso más enfermo, tenía que dedicar toda su fuerza explicar a otros científicos sus puntos de vista y no le quedaba energía sino para beber, comer y trabajar. Quizás en ese momento fue más frágil nuestra comunicación.
-Usted cuenta que a medida que pasa el tiempo, los intereses de Stephen fueron su trabajo y su salud y nada más. ¿Consiguió ser padre de sus hijos?
-Sí, pero antes. La crianza de Tim (nuestro tercer hijo) fue en una época muy difícil. Desde el nacimiento de Tim, en 1979 hasta el 85. El casi había perdido la voz, se lo oía apenas. Y una docena de personas en el mundo podíamos entenderlo. Teníamos que preguntarle “¿qué?” “perdón, no entiendo, ¿puedes repetirlo?” Y pobrecito él repetía. Un estudiante lo acompañaba a sus conferencias: él decía lo que quería decir, el estudiante repetía. Cada conferencia duraba muchísimo, tuvo que aprender a condensar lo que quería decir en muy pocas palabras.
-En algún momento usted tuvo que decidir entre su vida y su muerte.
-En 1985, en Ginebra, Steve cayó muy enfermo de una neumonía, y después necesitó una traqueotomía para poder respirar. Después de eso no pudo hablar más. Yo les había dicho a los médicos: “Steve tiene que seguir viviendo, yo soy la persona que quiere darle la vida, no estoy aquí para darle la muerte” y decidí que la hicieran. Pobrecito. Pero, otro milagro, en Estados Unidos se estaba creando un ordenador con voz sintética que trajeron a Inglaterra. Y al poco tiempo, otra vez supo hablar, podía hablarles a audiencias. Para él fue una vida nueva.
-¿Y la comunicación entre ustedes mejoró?
-Pues… no. Estaba tan obsesionado con la Física que a veces los fines de semana se sentaba en su silla de ruedas con el mentón en la palma de lamano, pensando. Y yo preocupada porque no sabía si necesitaba algo, si los chicos lo molestaban, si había ruido, si estaba incómodo… nada. El lunes por la mañana, me sonreía: “Bueno, he descubierto un gran problema de la Física”.
-¿Y usted qué pensaba?
-Que estaba absorto en la Física… un poco hay que decir que yo estaba disgustada. Pero ahora entiendo que los genios son así. Einstein olvidaba ponerse los calzoncillos… viven fuera de este mundo.
-¿Hubo algún momento en que fue feliz con él?
-Sí, claro, muchas veces. Y estaba muy orgullosa. Fuimos felices, sobre todo con los primeros bebés, que adorábamos. Y con Tim también.
-¿Hay algún vínculo entre la discapacidad de Stephen y su trabajo como físico?
-Así es. La enfermedad lo ayudó a ser el físico que es. El decía que no tuvo que hacer nada más que dedicar toda su vida a la Física. Y para él eso fue una ventaja.
-El beneficio secundario de una enfermedad terrible.
-También le costó muchísimo trabajo porque, como no podía escribir, tenía que hacer todo su trabajo en el cerebro. Alguien ha dicho que es como componer una sinfonía en la cabeza. Por eso yo lo admiraba y no podía criticarlo. Sabía la lucha que tenía que dar para sobrevivir en el mundo académico.
-Pero una universidad no necesitaba un atleta.
–En esa época no había respeto para los discapacitados y además todo el mundo tenía que enseñar y Stephen no daba cursos para estudiantes.
-Una universidad necesita un cerebro, pero una esposa necesita un cuerpo.
-Yo era el hombre de la casa, la madre y el hombre, tenía que hacerlo todo.
-Pero además alguien que la abrazara, algo afectivo..
-En la película lo hacen muy bien, cuando llegó Jonathan, mi segundo marido, a mi vida fue para mí un alivio enorme. Volver a vivir.
-Con él, tuvieron una forma de organización familiar sin prejuicios. ¿Fue difícil?
-Adentro estaba bien. Pero hacia afuera… En Cambridge estaba bien, es una sociedad muy discreta. Pero con otras personas, sobre todo con las enfermeras, que susurraban… Nosotros, la familia, terminamos sintiéndonos arrinconados, como si nosotros no tuviésemos ninguna importancia. Estas personas tan insensibles nunca se dieron cuenta de que había un largo largo pasado entre Stephen y yo.
-¿Stephen aceptaba la presencia de Jonathan de manera explícita o no hacía falta decir nada?
-Me dijo que él entendía que a mí me hacía falta alguien para ayudar. No se fueron a tomar cerveza juntos, pero tácitamente, funcionaba. Con Jonathan y yo, juntos, Steve podía hacer cosas como, por ejemplo, ir al borde del mar. Son escenas ahora veo en el cine y me conmueven.