Tal como lo señalan las encuestas, la sociedad argentina cree mayoritariamente que al fiscal Alberto Nisman le quitaron la vida. Para el rabino Marcelo Polakoff, la muerte de Nisman es la número 86 del atentado a la AMIA. Según señaló al semanario Perfil, “existe una gran paradoja. Originalmente, las víctimas del atentado a la AMIA no eran 85, sino que se habían contado 86. Años después, Patricio Irala apareció en Paraguay viviendo de la indemnización que le había brindado el Estado argentino. Se inició un proceso judicial que quedó en la nada. Escribí un texto llamado “Oda a Patricio Irala”, en el que hablo de ese tema –Dios en la era posmoderna, una mirada interreligiosa, Ed. El Emporio– y cómo la familia había cobrado la indemnización que les correspondía a las verdaderas víctimas. Hoy, de una forma violenta y macabra, el número de muertos vuelve al número 86”.
Alrededor de Nisman hay hoy sólo un mar de conjeturas y demasiados interrogantes, casi como es de estilo en la Argentina ante una muerte resonante. Hay un escenario que muestra a una comunidad judía profundamente dividida y dando pelea en sus miradas opuestas sobre el atentado a la AMIA, el rol de la política en el país y la propia muerte de Nisman.
Por supuesto que a la conmoción producida por esta inesperada muerte se le agrega la actitud del Gobierno en la persona de la presidenta Cristina Fernández, que no muestra la mínima empatía con el dolor ajeno y elige hablar tardíamente del tema mostrándose en una silla de ruedas, como un actor protagónico desvalido de la escena nacional; lo cual, a la luz de las repercusiones, no le agrega favor al Gobierno.
En toda esta historia hay entremeses que ciertamente serán motivo de puja política. La muerte de Alberto Nisman es una muerte política, sin dudas. Su ex esposa, Sandra Arroyo Salgado, fue clara en su expresión en el cementerio de La Tablada al señalar que sabe que no se quitó la vida, sino que se la quitaron. Arroyo Salgado está enfrentada con la fiscal Viviana Fein, de la que desconfía en su profesionalismo, por lo que solicita que haya otros fiscales que se sumen y va por la prueba del asesinato.
Es el actual un escenario complejo para un Gobierno que prefiere alimentar rumores, inicia cambios que no llevan a ningún cambio, y parece ajeno a las tragedias, como en el caso de Plaza Once, fruto de la corrupción imperante en el sistema ferroviario, liderada por Ricardo Jaime y consentida o aupada y participada por el ex presidente Néstor Kirchner.
La historia de Patricio Irala, falsa víctima del atentado a la AMIA, es un caso claro de cómo todo puede enturbiarse a la vista de jueces, fiscales y medios, sin que a nadie se le mueva un cabello. O que el esclarecimiento de la falsa muerte sólo sea un dato menor en páginas interiores de los medios de Capital Federal.