Creen que fue por una pelea entre bandas. El punto de venta ya había sido derribado, pero seguía funcionando.
Tenía apenas 12 años, pero la soledad y el desamparo le fueron arrebatando la niñez. Al final, también su vida. Rolando Mansilla nació en Chaco, como su papá, y llegó a Rosario quizás pensando que la mudanza le abriría la puerta a un futuro mejor. Nada más errado: el jueves a la noche recibió tres balazos mortales cuando custodiaba un búnker de drogas en el barrio Ludueña, en el noroeste de la ciudad. Se sospecha que detrás de su ejecución se esconde la pelea entre dos bandas de la zona.
El nene asesinado cumplía, de acuerdo con la fiscal Marisol Fabbro, el rol de “soldadito”. Era uno de los tantos menores de edad que, sin estudio ni trabajo, son tentados por el dinero de las bandas narco para comercializar droga y custodiar con armas los puntos de venta en los barrios.
Rolando recibió un disparo en un ojo, hecho desde corta distancia, y otros dos en la pierna izquierda. Su cuerpo quedó tendido sobre el techo de una construcción de material con puertas y ventanas soldadas. Una típica fortificación preparada para el negocio narco. Junto al cuerpo se encontró un colchón y un brasero: un claro indicio de que el chico pasaría la fría noche haciendo guardia en el lugar.
Cerca de las 22 del jueves, los vecinos escucharon varias detonaciones en el búnker. Quince minutos después, cuando llegó una patrulla del Comando Radioeléctrico, sólo encontraron el cuerpo de Rolando. Se había convertido en la víctima de homicidio número 105 en el Gran Rosario en lo que va de 2015.
Los investigadores creen que en el momento del ataque el nene estaba acompañado por al menos una persona. Y que habrían intentar defender a tiros el lugar, que recibió varios impactos de bala en la fachada. En el lugar se secuestraron sólo dos vainas calibre 9 milímetros, por lo que se estima que también pudieron haber disparado con un revólver.
La fiscal Fabbro ingresó al búnker junto a la Policía durante la madrugada, luego de violentar un candado que mantenía cerrada una puerta con rejas. En el lugar no encontraron ni drogas ni armas. Apenas un perro de raza pitbull, hambriento y temeroso. El tiempo que demoró en llegar el primer patrullero pudo haber dado margen para que se limpiaran pruebas.
Temerosos, los vecinos confirmaron que ese mismo búnker había sido derribado cuando el secretario de Seguridad de la Nación, Sergio Berni, desembarcó con agentes de Gendarmería en el barrio Ludueña, en mayo del año pasado. Tiempo después de aquel operativo, el punto de venta de drogas volvió a ser levantado.
La Justicia investiga si ahora ya estaba en pleno funcionamiento o si lo estaban acondicionando para eso. Incluso no se descarta que el ataque pudo deberse a una mexicaneada entre narcos para robar drogas. Pero aún faltan datos para aclarar estos puntos. “Presumimos que (el chico) no estaba solo y que la otra persona tuvo tiempo de retirarse y llevarse las armas y otras cosas”, explicó la fiscal del caso.
Los investigadores evaluaban ayer que el ataque que terminó con la vida del chico pudo haber estado relacionado con un episodio previo, ocurrido apenas unas horas antes a pocas cuadras del búnker. Allí, dos jóvenes de 18 y 27 años fueron baleados.
Hasta donde se sabe, Rolando había tenido que abandonar el colegio. Vivía con su tía materna, quien le contaba al padre que “se escapaba mucho”. “Andaba por mal camino. Mi papá le hablaba, pero él nunca lo escuchó”, reconoció ayer Mercedes, la hermana del chico. “Le hablábamos, pero de chiquito era retobado”, admitió Rosa Garnica, su abuela.
En el barrio recordaban ayer que otra disputa entre bandas narco abrió en enero de 2013 una herida profunda que sigue sin cerrarse: la militante social Mercedes Delgado murió al quedar en medio de un tiroteo, en un caso aún impune.