Miles de personas protestan contra la austeridad en Atenas y contra los reclamos de la UE.
Alrededor de 7.000 personas se han manifestado este domingo en Atenas en contra de la austeridad y de las exigencias de los acreedores. No era una concentración stricto sensu a favor del Gobierno o de Syriza, pese a que dos de sus miembros más conspicuos se han dejado ver en ella, el superministro económico Panayotis Lafazanis, líder del ala dura del partido –contraria a hacer concesiones a los socios-, y la presidenta del Parlamento, Zoí Konstandopulu.
La concentración había sido alentada por el poderoso sindicato de la función pública (Adedy, en sus siglas griegas), uniones gremiales y colegios profesionales y una miríada de grupúsculos de la izquierda extraparlamentaria que dejaban en aparente minoría las banderas de Syriza. Las pancartas y los lemas coreados por esa mayoría eran inequívocos, un clamor unánime por un Grexit voluntario: “La eurozona es el problema; la salida, la solución”, “Grecia no está en venta”, “nuestras almas no pertenecen a los prestamistas” y “no al euro, revocación del memorándum [del rescate] y condonación de la deuda”. Es decir, nada que Tsipras pueda poner mañana encima de la mesa ante sus socios.
Entre los participantes destacaban dos colectivos, funcionarios y jubilados, que encarnan sendas líneas rojas teóricamente irrenunciables del Gobierno: las pensiones y los derechos laborales. El Gobierno de Tsipras se ha venido oponiendo rotundamente a un recorte de las pensiones y una nueva reforma del mercado laboral, que ya quedó desmantelado por exigencias de la antigua troika (por ejemplo, con la supresión de los convenios colectivos, que el Gobierno de Syriza quiere restablecer). Por los altavoces también se recordaba al Ejecutivo la promesa pendiente de subir el sueldo mínimo a los 751 euros, una medida congelada durante estos cinco meses de negociaciones. Entre la muchedumbre, incluido algún que otro pope, ondeaban enseñas griegas e incluso un par de banderas arcoíris (la homologación de las parejas homosexuales es otra promesa electoral pendiente).
“Tenemos confianza en este Gobierno, con euro o sin euro”, dicen Vangelis Pasjulis –jubilado, 400 euros menos de pensión desde 2011- y su esposa, Sofía Manusaridu, autónoma. “Hemos votado a Syriza, pero no somos miembros del partido, sólo ciudadanos comprometidos. Hemos vivido cinco años de penurias, desde la aprobación del primer rescate [2010], por eso nos da igual seguir dentro del euro o volver al dracma o a la moneda que sea. Tal vez así el país pueda volver a levantar cabeza poco a poco… Pero sea lo que fuere, seguiremos confiando en Syriza, porque es un gobierno de salvación nacional”. Su hija, con dos carreras universitarias, lleva tres años en paro.
Más diplomático, Stathis Grivás, dirigente intermedio de Syriza, se muestra convencido de que su Gobierno y los socios hallarán “una solución que no traspase las líneas rojas [IVA, pensiones, mercado laboral]. Soy partidario del euro, pero con limitaciones; si éstas se incumplen, prefiero una ruptura de las negociaciones. Estoy seguro de que Tsipras no va a firmar nada perjudicial para Grecia, le conozco y también a otros ministros… Sin una perspectiva de crecimiento y de futuro, mi Gobierno no va a aceptar [ningún acuerdo con los socios]”. Preguntado por la inminencia de un corralito si prosigue la fuga de capitales, o el escenario del Grexit, Grivás se encoge de hombros: “Está todo muy abierto [en la negociación], también el escenario de unas elecciones o de un referéndum”.
Juntos pero no revueltos, los partidarios de Syriza se mezclaban con los de otros grupos izquierdistas menos contemporizadores, como Antarsya (0,6% de los votos en las últimas elecciones, en enero), cuyas huestes criticaban duramente la negociación con los socios. “Cualquiera de las propuestas y contrapropuestas que Syriza lleva haciendo todos estos meses es más de lo mismo, sólo matices de un nuevo sufrimiento para el pueblo griego. Lo que queremos es una solución que beneficie a la sociedad, no que la vuelva a sangrar”, explica Arjondula Tsironá, farmacéutica y madre de dos doctores universitarios emigrados por falta de expectativas. “En mi farmacia sólo cobro la primera semana del mes a los jubilados, con pensiones de 400 y 500 euros no pueden medicarse y comer a la vez, y el dinero les llega apenas una semana o 10 días. Así que cualquiera de las propuestas que se cruzan la troika y el Gobierno me suena a más de lo mismo, a más sufrimiento”.
¿Y qué alternativas ofrece Antarsya para superar este impasse? “Muy claro”, dice Tsironá, “salir del euro y de la UE, nacionalizar los bancos y parar todas las privatizaciones. Si hay que volver al dracma, adelante, lo pasaremos mal un tiempo, pero lo peor lo pasaríamos con nuevas medidas de austeridad”.
Aunque las encuestas aún no lo reflejan, el eurodesencanto es un sentimiento rampante en parte de la población griega, como quedó demostrado en la concentración de esta tarde. Contra este frente del no (no a concesiones, no al euro, incluso no a Europa), este lunes está convocada a la misma hora y en el mismo lugar una nueva manifestación del frente europeo, alentado por varios partidos de oposición a Syriza: conservadores, socialistas y el liberal To Potami. La brecha entre partidarios de una y otra Grecia ya está abierta.