Un proyecto italiano y otro chino chocan con la evidencia científica actual. Nadie ha logrado reconectar la médula espinal. El Vall d’Hebron de Barcelona quiere sumarse a la carrera.
El neurocirujano italiano Sergio Canavero sabe cómo llamar la atención. El pasado 12 de junio, fue la estrella de la reunión de la Asociación Americana de Neurólogos y Cirujanos Ortopédicos que tuvo lugar en Annapolis (Maryland, EE UU) donde apeló a los cirujanos asistentes a que le acompañaran en su ambicioso y controvertido objetivo: abordar el primer trasplante de cabeza en humanos del mundo. Presentó su proyecto junto a quien ha seleccionado para entrar en la historia de la medicina, el ruso Valery Spiridonov, de 30 años, al que la atrofia muscular espinal que padece le ha confinado a una silla de ruedas y que se ha presentado voluntario para someterse a esta terapia experimental. Junto a Canavero, el investigador chino Xiaoping Ren, más discreto y algo más modesto, persigue el mismo fin. Por el momento, tras experimentar con ratones (afirma que más de 1.000), no se atreve a proclamar, como su colega, que ya sea posible afrontar la última frontera del trasplante en humanos. Pero confía en que en el futuro sea una realidad, y ya prepara extender sus ensayos a macacos de cola larga este verano.
Ambos han puesto en el centro del debate el trasplante de cabeza, una técnica para la que Canavero, del grupo de neuromodulación avanzada del hospital Molinette de Turín, sostiene que ya existen conocimientos suficientes para poder llevarla a la práctica en el plazo de dos años. La gran mayoría de la comunidad científica, sin embargo, considera la idea inviable o, directamente, una locura. El responsable de la Organización Nacional de Trasplantes (ONT), Rafael Matesanz, pone voz a este grupo de escépticos: “no es más que el sueño de una noche de verano; no lo veo”. Entre los distintos aspectos técnicos que impiden que el procedimiento sea viable uno destaca sobre el resto: “El principal problema no solucionado es la conexión de la médula tras seccionar la cabeza y unirla al cuerpo del donante”, apunta.
Extraer una cabeza y conectarla a otro cuerpo es un proceso quirúrgicamente muy complejo, pero posible. Los trasplantes de tejido compuesto –en cuya categoría entraría el de cabeza– han progresado de manera espectacular en las últimas dos décadas con los injertos de piernas, brazos o cara, con un destacado papel de cirujanos españoles como Pedro Cavadas o Pere Barret. Se pueden soldar huesos, unir nervios periféricos, vasos sanguíneos, músculos, la tráquea o la piel. También controlar el rechazo que provoca conectar un cuerpo extraño gracias a la medicación inmunosupresora, que sería similar a la que se administra en los injertos de cara –con los consiguientes efectos secundarios ligados a esta fuerte medicación–. Sin embargo, aún existe un muro que ningún investigador ha podido franquear: restablecer la conexión de los tejidos nerviosos de la médula espinal tras un trauma como el que representaría un trasplante de este tipo.
La médula espinal es una especie de enorme cableado de fibras encargadas de transmitir los impulsos nerviosos desde el cerebro a las extremidades y el resto del cuerpo (controlan desde los movimientos de las extremidades al control de los esfínteres). Hay decenas de miles de millones de cables, cada uno de ellos con una función concreta. Si se secciona, como implicaría un injerto de este tipo, se plantean dos problemas que, hasta el momento, la ciencia ha sido incapaz de resolver.
Por un lado, la reconexión de los tejidos nerviosos después del trauma. Decenas de grupos de investigación de todo el mundo han sido incapaces de reactivar la conexión medular una vez cortada por un corte o un golpe. De hecho, si fuera posible, los principales beneficiados serían los miles de víctimas de accidentes traumáticos que han quedado parapléjicos.
El segundo problema, como indica Matesanz, consiste en que, de conseguirse el enorme reto de unir la médula, no está claro que sirviera de algo. Toda esta compleja red de conexiones “son como las huellas dactilares, diferentes en cada uno de nosotros”, apunta. De forma muy esquemática, hay un cable que, por ejemplo, transmite la orden de mover el dedo meñique izquierdo: el mandato parte de unas neuronas del cerebro, recorre la médula y llega a su destino. En cada médula espinal de cada persona (pensemos en una especie de autopista con millones de carriles por donde transitan las señales nerviosas a su destino concreto) cada conexión (el carril correspondiente a cada impulso nervioso) no tiene por qué estar en el mismo lugar. Por lo que si se llegara a unir la médula y restablecer la comunicación entre estos millones de carriles, no encajaría el origen y el destino de las señales nerviosas entre receptor y donante. O, en todo caso, habría que casar miles de millones de señales para conectar el circuito del origen con el de destino uno a uno, lo que sería una tarea inabordable.
Canavaro está convencido que estos problemas son subsanables. En sus presentaciones explica que gracias al polietilenglicol, una sustancia que, comenta, está revolucionando la medicina, resolverá la unión medular. Lo explica en el documento que resume su proyecto, al que ha bautizado con un pomposo nombre con resonancias que remiten a la carrera espacial: el Protocolo de Fusión de la Médula Espinal GEMINI. De hecho, en la conferencia que dio recientemente en Estados Unidos comparó su empresa con la presencia del hombre en la luna. El neurocirujano sostiene que esta especie de pegamento plástico serviría, con ayuda de la adecuada estimulación eléctrica, para unir una cantidad suficiente de conexiones nerviosas de la médula.
La intervención, según ha explicado en distintas conferencias y entrevistas, requeriría la participación de un equipo de unos 150 profesionales sanitarios (médicos, enfermeras, auxiliares). Duraría unas 36 horas y tendría un coste superior a los 10 millones de euros. Tanto receptor como donante deberían de alojarse en un mismo quirófano. El neurocirujano ha explicado que sometería a la cabeza del receptor a una situación de hipotermia (en torno a los 12 grados) para reducir al máximo el ritmo del metabolismo neuronal, limitar el consumo de oxígeno, y evitar así lesiones cerebrales hasta que pudiera ser irrigada por el sistema circulatorio del donante. A la operación seguiría un periodo de un mes de coma inducido y no menos de un año de intensos ejercicios de fisioterapia para que el paciente pudiera caminar.
Xiaoping Ren, investigador de la Universidad de Medicina de Harbin (China) no es tan amigo de las giras y las entrevistas como Canavero. No ha contestado a las preguntas enviadas por este diario a través de correo electrónico para conocer los detalles de su proyecto. En lugar de ello, ha remitido a un reciente artículo publicado en The Wall Street Journal donde explica sus intenciones.
En el diario estadounidense relata que está centrado en alcanzar en modelos animales tiempos de largo plazo de supervivencia antes de llevar la técnica a la práctica clínica, y reconoce que, de momento, lo máximo que ha logrado es que los ratones trasplantados vivan un día con su nuevo cuerpo. Ren, que se formó en microcirugía en la Facultad de Medicina de Louisville con un equipo pionero en trasplante de manos y que también ha sido profesor durante 13 años en la Facultad de Medicina de la Universidad de Cincinnati, ha publicado sus trabajos en ratones en revistas especializadas. En su último artículo, que recoge la CNS Neuroscience & Therapeutics, describe un procedimiento para redirigir la circulación del donante hacia la cabeza del receptor para evitar el riesgo de falta de riego y muerte cerebral.
Ren sostiene que bastaría con la reconexión de entre el 10% o el 20% de los 100.000 millones de conexiones de fibras nerviosas de la médula para garantizar un mínimo de autonomía en el receptor, incluyendo el movimiento voluntario de los músculos. E insiste en el papel clave del polietilenglicol para unir los tejidos nerviosos.
“Como si quiere usar pegamento, una cosa es la teoría y otra la realidad”, replica Jesús Vaquero, catedrático de neurocirugía de la Universidad Autónoma de Madrid, que se muestra muy crítico con los dos proyectos. Vaquero lleva 20 años trabajando en el ámbito de la regeneración medular y dirige el primer ensayo clínico autorizado en España para comprobar la eficacia de una técnica basada en el empleo de un tipo de células madre adultas de la médula ósea (mesenquimales) en víctimas de lesiones medulares traumáticas.
“Esta es una parcela muy delicada, no se pueden dar falsas expectativas a los pacientes de esta forma”, relata. “Desde el punto de vista del funcionamiento del sistema nervioso, el trasplante de cabeza es inviable, una utopía de mentes calenturientas”. Para este investigador y jefe de servicio de neurocirugía del hospital Puerta de Hierro de Madrid, tanto Canavero como Ren no son más que “gente buscando protagonismo” y les reprocha su comportamiento “éticamente inaceptable”. “No tienen ninguna credibilidad, es como si hablaran de una técnica para resucitar a la gente”, añade.
Una opinión parecida comparte Manuel Nieto Sampedro, director del grupo de plasticidad neural del Instituto de Neurobiología Ramón y Cajal del CSIC: “Es ciencia ficción: no hay evidencia científica de que se puedan regenerar las lesiones medulares; de hecho, la evidencia dice que no se regeneran. Y puedo asegurar que el polietilenglicol no sirve de nada, es un producto trivial”.
Matesanz reconoce al neuropsiquiatra chino que haya comenzado con experimentación animal y que haya publicado sus resultados en revistas científicas. “Al menos ha empezado la casa por abajo”, señala, aunque no haya conseguido más que vivan unas horas. De Canavero, quien no tiene artículos publicados de trabajos previos, tiene peor opinión. “Conozco a algunos de sus compañeros de la unidad de trasplantes en el hospital donde trabaja y no lo tienen por alguien demasiado serio”, apunta.
De la media docena larga de especialistas en trasplantes o lesión medular con los que ha contactado este diario –algunos de los cuales no han querido ser citados–, solo uno se toma en serio los trabajos. Se trata de Pere Barret, responsable de los dos trasplantes de cara que se han practicado en el hospital Vall d’Hebron de Barcelona, el último hace unos tres meses. Hasta tal punto que, como ha comunicado a este diario, tiene la intención de comenzar los trabajos previos para “explorar el trasplante en ratas”. Su intención es experimentar las técnicas de fusión de la médula espinal, en especial, comprobar la eficacia del polietilenglicol .
Incluso si el resultado fuera que el paciente se quedara como está y no recuperara la movilidad del cuerpo del donante tras el trasplante, Barret vería justificado el intento. El mayor recelo que le plantea esta técnica al cirujano del Vall d’Hebron es el hecho de emplear del donante los órganos que podrían salvar distintas vidas (corazón, pulmón, riñones, hígado) en un procedimiento tan arriesgado con una sola persona. “Aquí es donde veo el mayor problema ético”.